La reciente matanza de animales salvajes protagonizada allá en el África por un par de compatriotas cobardones (Vanucci y Garfunkel) me hizo acordar, por el contrario, el valiente accionar de un personaje salteño ya olvidado: el "Tigrero" Patricio Pérez. Fue cuando el hombre, por cuidar a sus hijos, mató de un tiro a un corpulento puma, a 25 cuadras de la mismísima plaza 9 de Julio.
Y la historia salió a la luz gracias a una crónica policial de El Tribuno, publicada en octubre de 1966.
Era don Patricio un pacífico jornalero que trabajaba en la ya desaparecida Cortada del Sol, ubicada al costado del viejo camino a La Isla.
Por allí andaban una tarde los hijos de Pérez, correteando bajo los árboles de un pequeño bosque que había en la cortada, cuando uno de ellos vio que dos enormes ojos los miraban desde un pajonal.
Mirada y ojos asustaron a los chicos que, de inmediato, regresaron a su casa, donde contaron a su padre lo ocurrido en el matorral.
Al día siguiente, ya olvidados del episodio, los chicos regresaron a jugar al bosque de la cortada. Fue entonces que un peón ladrillero les advirtió que por allí andaban merodeando un par de pumas. Al principio los changos no le creyeron, pero cuando uno de ellos, César Pérez (14), alcanzó a ver que en un árbol había un animal "más grande que un perro", sin pensar dos veces, salió corriendo con sus hermanitos hacia la casa para contarle al padre lo que acababan de descubrir en lo alto de una tala. Al escuchar el hombre el relato atropellado de sus hijos, sin dudar tomó su vieja escopeta calibre 16 más un machete y se largó hacia el árbol donde, según los chicos, habían visto a la fiera.
Hizo un largo trecho gateando, hasta que finalmente logró localizar al animal. Ya cerca y agazapado, Pérez, machete en mano, cortó un poco los yuyos hasta que con nitidez pudo distinguir al puma que, ya empacado, comenzaba a rugir amenazante y enfurecido en lo alto de la tala.
Fue entonces cuando Pérez constató que se trataba de un enorme puma macho. Sin más retardo, el hombre levantó su arma, apuntó y, a una distancia de diez metros, le descerrajó un tiro certero.
El felino, al ser alcanzado por la metralla, intentó dar un brinco, pero quedó en el intento, pues cayó pesadamente al suelo, como una bolsa de papas. Estaba herido de muerte, pero con ferocidad se retorcía en el suelo mientras lanzaba al aire peligrosos tarascones y zarpazos. A poco, sus movimientos se hicieron más débiles hasta que finalmente quedó quieto.
Pérez, al parecer un hombre ducho en estos menesteres, se acercó con cuidado al bicho y con una piola enlazó su cabeza. Después, con la ayuda de sus compañeros lo arrastró hasta un descampado donde lo acomodó en una carretilla de madera. En ella llevó al animal hasta el poblado donde, en una báscula almacenera, constató que pesaba algo más de 100 kilos. Sin duda, había cazado un macho de gran tamaño.
Y mientras en su casa Pérez "cuereaba" su "lión", policías del Partido de Velarde salían a explorar los cerros aledaños para tratar de dar con la pareja del puma macho, pues, según datos, la hembra había huido al escuchar el estampido del tiro.
Demás está decir que Pérez pasó a la fama entre los lugareños. Y claro, se había enfrentado con el puma y lo había vencido. Y desde entonces pasó a ser el "Tigrero", aunque nunca mató un tigre sino un "lión", y más aún, "li hecho en defensa de mis críos", solía repetir.
La reciente matanza de animales salvajes protagonizada allá en el África por un par de compatriotas cobardones (Vanucci y Garfunkel) me hizo acordar, por el contrario, el valiente accionar de un personaje salteño ya olvidado: el "Tigrero" Patricio Pérez. Fue cuando el hombre, por cuidar a sus hijos, mató de un tiro a un corpulento puma, a 25 cuadras de la mismísima plaza 9 de Julio.
Y la historia salió a la luz gracias a una crónica policial de El Tribuno, publicada en octubre de 1966.
Era don Patricio un pacífico jornalero que trabajaba en la ya desaparecida Cortada del Sol, ubicada al costado del viejo camino a La Isla.
Por allí andaban una tarde los hijos de Pérez, correteando bajo los árboles de un pequeño bosque que había en la cortada, cuando uno de ellos vio que dos enormes ojos los miraban desde un pajonal.
Mirada y ojos asustaron a los chicos que, de inmediato, regresaron a su casa, donde contaron a su padre lo ocurrido en el matorral.
Al día siguiente, ya olvidados del episodio, los chicos regresaron a jugar al bosque de la cortada. Fue entonces que un peón ladrillero les advirtió que por allí andaban merodeando un par de pumas. Al principio los changos no le creyeron, pero cuando uno de ellos, César Pérez (14), alcanzó a ver que en un árbol había un animal "más grande que un perro", sin pensar dos veces, salió corriendo con sus hermanitos hacia la casa para contarle al padre lo que acababan de descubrir en lo alto de una tala. Al escuchar el hombre el relato atropellado de sus hijos, sin dudar tomó su vieja escopeta calibre 16 más un machete y se largó hacia el árbol donde, según los chicos, habían visto a la fiera.
Hizo un largo trecho gateando, hasta que finalmente logró localizar al animal. Ya cerca y agazapado, Pérez, machete en mano, cortó un poco los yuyos hasta que con nitidez pudo distinguir al puma que, ya empacado, comenzaba a rugir amenazante y enfurecido en lo alto de la tala.
Fue entonces cuando Pérez constató que se trataba de un enorme puma macho. Sin más retardo, el hombre levantó su arma, apuntó y, a una distancia de diez metros, le descerrajó un tiro certero.
El felino, al ser alcanzado por la metralla, intentó dar un brinco, pero quedó en el intento, pues cayó pesadamente al suelo, como una bolsa de papas. Estaba herido de muerte, pero con ferocidad se retorcía en el suelo mientras lanzaba al aire peligrosos tarascones y zarpazos. A poco, sus movimientos se hicieron más débiles hasta que finalmente quedó quieto.
Pérez, al parecer un hombre ducho en estos menesteres, se acercó con cuidado al bicho y con una piola enlazó su cabeza. Después, con la ayuda de sus compañeros lo arrastró hasta un descampado donde lo acomodó en una carretilla de madera. En ella llevó al animal hasta el poblado donde, en una báscula almacenera, constató que pesaba algo más de 100 kilos. Sin duda, había cazado un macho de gran tamaño.
Y mientras en su casa Pérez "cuereaba" su "lión", policías del Partido de Velarde salían a explorar los cerros aledaños para tratar de dar con la pareja del puma macho, pues, según datos, la hembra había huido al escuchar el estampido del tiro.
Demás está decir que Pérez pasó a la fama entre los lugareños. Y claro, se había enfrentado con el puma y lo había vencido. Y desde entonces pasó a ser el "Tigrero", aunque nunca mató un tigre sino un "lión", y más aún, "li hecho en defensa de mis críos", solía repetir.