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En una lonja de terreno de 93 hectáreas, donado por la empresa Sierra San Antonio, viven unas 600 familias, la mayoría en viviendas precarias en las que resaltan los plásticos negros que utilizan como techo para cubrirse de la lluvia y como paredes para protegerse del frío. Dentro de las 93 has habitan cuatro comunidades de la etnia wichi: Quebrachal 1, Quebrachal 2, Guayacán y Tres Lapachos. En otras 23 hectáreas se asentaron dos comunidades más: Pastor Senillosa y Tierra Indígena.
En esos predios no hay calles sino caminos con profundos socavones que parecen más aptos para una competencia de motocross que para el ingreso de vehículos de cuatro ruedas por la gran cantidad de obstáculos que hay que sortear. Esta situación contrasta con el asfalto del pintoresco pueblo que llega justo hasta el límite donde comienza la reserva aborigen claramente las diferencias entre un mundo y el otro.
El estado de los caminos y la basura diseminada por todos lados grafica de manera elocuente que por allí nunca pasó una maquina motoniveladora ni el camión recolector de residuos. Del comedor infantil que fue cerrado a cambio de tickets de alimentos para las familias, solo quedan como mudo testimonio las pinturas del destacado muralista Jesús Flores Walpaq. En las paredes, el artista hizo una recreación de la depredación que sufrió el monte donde los aborígenes se alimentaban con sus frutos y de la caza de animales silvestres. Uno de los dibujos muestra a un yaguareté con el pecho cruzado por una correa, acorralado en la ciudad. Una leyenda reza: "Wichi lha wetes". En el idioma de esta etnia significa "Lugar de los wichis".
En las comunidades hay cuatro aserraderos comunitarios, lo que constituye la única fuente de trabajo, pero la tarea no es sencilla, ya que para proveerse de la madera deben recorrer más de 20 kilómetros monte adentro por caminos precarios. Utilizan carros verduleros en los que solo pueden transportar un tronco de cedro o roble de no más de 60 kilos. Construyen mesas, sillas, puertas y ventanas, por las que les pagan un precio módico. "El trabajo es muy sacrificado por las distancias que hay que recorrer para conseguir la materia prima, pero solo unos pocos pueden desarrollar esta tarea", expresó a El Tribuno Jonhatan Félix, maestro bilinge y coordinador de las comunidades aborígenes. Explicó que la mayoría de los habitantes reciben bolsones alimentarios, pero que eso no es suficiente para poder sobrevivir. "Algunos hacen changas, y como siempre pasa les pagan migajas, pero no es un trabajo seguro", contó. Felix sostuvo que la situación para los wichis se torna cada vez más preocupante y es por eso que se movilizan como golondrinas de un lado a otro. "Los frutos silvestres, como la algarroba, el mistol y el chañar han desaparecido por culpa de los insecticidas que los sojeros y poroteros arrojan a las plantaciones", dijo. Aseguró que lo propio ocurre con el chaguar, que era una de las principales materias primas para la elaboración de distintos tipo de artesanías. "La algarroba era muy importante por la gran cantidad de nutrientes que posee, y hoy usted ve que las plantas paren una chala que no sirve ni para hacer harina", graficó.
Daniel Del Monte, presidente de la comunidad Pastor Senillosa, también expresó su preocupación por la carencia de trabajo. "Hasta hace unos años nos daban trabajo en la agricultura, pero como ahora todo es maquinaria nos quedamos sin nada", afirmó.
El dirigente se quejó del intendente Gerardo Córdoba, del que dijo: "A nosotros siempre nos cerró las puertas".