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Al cumplirse el primer centenario de la revolución bolchevique, el acontecimiento histórico que signó el curso del siglo XX, el comunismo ha pasado a convertirse en una pieza de museo, pero Rusia, de la férrea mano de su presidente Vladimir Putin, vuelve a estar de píe, hasta el punto que el primer mandatario estadounidense Donald Trump se ve acosado hoy por las revelaciones de una investigación que busca verificar el rol cumplido por Moscú en su triunfo sobre Hillary Clinton en las reñidas elecciones que hace un año lo colocaron en la Casa Blanca.
El hilo invisible que une a aquel pasado con este presente es el eficaz servicio de espionaje ruso. Tras la toma del poder, Lenin reestructuró la Ojrana (policía secreta) zarista para forjar la Checa, concentrada en la represión de la disidencia interna. Stalin forjó la NKVD, cuyos tentáculos se extendieron por el mundo entero y su último responsable político, Lavrenti Beria, erigido en el número dos del régimen, fue asesinado en 1953 en una sesión del Polltburó apenas muerto su mentor. Putin, un joven coronel de la KGB, que sustituyó a la NKVD en 1954, luego de la disolución de la Unión Soviética encabezó el FSB, nombre del organismo que la sucedió en la era postcomunista. Desde allí, ayudado por un reducido círculo de amigos que aún lo acompañan, proyectó la carrera que lo encumbró en el Kremlin.
Esa increíble continuidad de las operaciones de la inteligencia soviética en el exterior quedó de relieve en 2010, cuando el FBI arrestó en Nueva Jersey a un matrimonio integrado por dos antiguos agentes de la KGB, de nacionalidad rusa pero provistos de una identidad falsa como ciudadanos estadounidenses, quienes diecinueve años después de la desaparición de la Unión Soviética seguían trabajando para la FSB. El episodio fue inmortalizado en "The Americans", una popu ar serie de la TV norteamericana.
En una ratificación del axioma de que la realidad imita al arte, la zaga de las investigaciones judiciales sobre Trump y la "conexión rusa" evoca a las mejores novelas de espionaje de John Le Carré. Es una irónica coincidencia que Natalia Veselnitskaya , una abogada rusa con vínculos con la FSB, esté bajo la lupa por una sospe chosa entrevista con Donald Trump Jr., hijo mayor del actual mandatario, durante la campaña electoral, en la que habría ofrecido entregarle información confidencial que podía perjudicar la reputación de Hillary Clinton.
En marzo de 2016, ocho meses antes de las elecciones, la filtración de miles mensajes extraídos ilegalmente de la computadora de Hillary Clinton de sencadenó un escándalo que golpeó la credibilidad de la candidata demócrata. De entrada, el matrimonio Clinton atribuyó aquella filtración a una ope ración ejecutada por "hackers" rusos. En aquel momento, la acusación se basó en los vínculos establecidos entre Julian Assange, fundador de WikiLe aks, y el gobierno ruso, que lo protegió de la persecución estadounidense. Las investigaciones en curso incluyen el posible empleo de "trolls" rusos en la propagación masiva de mensajes contra Hillary Clinton en las redes sociales. Según una estimación, en Facebook esos mensajes habrían sido vistos por 126 millones de estadounidenses.
Kissinger y la carta rusa
La enrevesada trama política de esta historia hace que no existan inocentes. Las sospechas recaen sobre todas las partes involucradas. El "Washing ton Post" señaló que las investigaciones sobre el nexo entre el mandatario estadounidense y Moscú fueron financiadas por el Comité del Partido Demócrata, que contrató los servicios de Christopher Steele, un ex agente de inteligencia británico, autor de un documentado "dossier" sobre el tema.
Pero como sucede con las "matrioskas", esas famosas muñecas rusas dentro de las que caben una serie sucesiva de muñecas de menor tamaño, los defensores de Trump aseguran que el verdadero inspirador de esta campaña desestabilizadora contra el mandatario republicano es George Soros, el multimillonario financista húngaro-estadounidense, principal aportante de la campaña de Hillary Clinton y fundador de la Open Society y de la Alianza para la Democracia, organizaciones consagradas a la propagación del ideario liberal, cosmopolita e internacionalista en el mundo entero, pero especialmente en Rusia y los países de Europa Oriental.
En la interpretación de la derecha republicana, tras haber fracasado en su estrategia para impedir el ascenso de Trump, Soros estaría detrás de una campaña orientada a lograr su destitución por vía del juicio político. La in criminación legal por una obscura conspiración urdida entre el primer mandatario y Moscú sería la justificación para el "impeachment", que para prosperar requeriría el apoyo de un sector significativo del "establish ment" republicano.
Teorías conspirativas aparte, existen sólidas razones políticas imbricadas en esta historia llena de recovecos. Henry Kissinger, quien en 2016 y a sus 93 años se transformó en un escuchado asesor en las sombras del entonces candidato republicano, recomendó a Trump la implementación de una es trategia similar, pero inversa, a la ejecutada por Richard Nixon en 1971, cuando se acercó a China de Mao Tse Tung para contrapesar la creciente influencia de la Unión Soviética. Según Kissinger, aquella audaz maniobra contuvo el avance del expansionismo soviético. En la actualidad, esa experiencia aconsejaría una aproximación a Rusia para contener el avance de China.
Los acontecimientos demuestran que Trump siguió este consejo de Kissinger. Es lógico presumir que esa noticia haya sido trasmitida a funcionarios rusos en los diálogos que ahora salen a la luz con asesores de la campaña republicana. El propio Putin no vaciló entonces en proclamar su preferencia por Trump sobre Hillary Clinton. Era como tocar el cielo con las manos: la Casa Blanca le abría una ventana de oportunidad inigualable para reinstalar a Rusia en el primer plano de la política mundial, ese codiciado papel que había perdido con la disolución de la Unión Soviética en 1991.
Para un veterano agente de inteligencia como Putin, lo demás no requería necesariamente de acuerdos explícitos. Si para Enrique IV "París bien vale una misa", para Putin la utilización inteligente de un conjunto de "hackers" para capturar información comprometida contra Hillary Clinton y de una manada de "trolls" para desparramarla subrepticiamente por las redes sociales era un módico precio a pagar por contar con Trump en la Casa Blanca. Es probable que, a cien años de haber tomado el poder, aun que el comunismo se haya convertido en un mal y lejano recuerdo, Lenin haya sonreído en el imponente mausoleo que guarda su cuerpo embalsamado y que emblemáticamente con tinúa instalado en la Plaza Roja de Moscú.