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Laberintos humanos. La carta
Que amar fuera algo distinto a lo poco que la Pancha creía, ella lo supo en cuanto vio al Palomo Merino. Que amar fuera algo bueno ya es algo distinto, y ella lo supo en cuanto pasaron los primeros días del romance, ya del otro lado de la frontera, y el Palomo meta recordar a la mujer que había dejado atrás.
No era tan linda como la Pancha, aunque fuera renga, pero la culpa no se mide con la misma vara con que se elige una reina de la primavera. El Palomo meta recriminarse a si mismo el abandono, y la Pancha comenzó a recriminarse la ligereza con que había escrito la carta de despedida que le dejó sobre la mesa al Basilio Menos, su marido.
Le decía que la perdonara, que al ver al Palomo Merino comprendió que el amor no era el mero encontrarse de un hombre con una mujer, pero como no lo había sentido antes no le había importado amancebarse con él, a quien abandonaba. Y le dijo algo cruel, le dijo en esa carta que junto al Palomo no le importaba ser renga.
Esa carta había quedado sobre la mesa, debajo de la jarra de chicha con que el Basilio se refrescaba al regresar del arreo, pero al escribirla había olvidado que el Basilio era analfabeto y no la tuvo en cuenta. La puso en la repisa, bajo el peso de la imagen del Santito de su devoción, diciéndose que cuando regresara la Pancha le iba a preguntar qué era eso.
Y lo hizo, porque a las dos semanas la Pancha Núñez regresó a su casa, sabiendo ya que el amor era algo más que lo que sentía por su marido, pero que ese algo más no necesariamente era algo bueno.