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La política a los ojos de la gente

Domingo, 07 de enero de 2018 00:00
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Si le pidiera a un grupo de argentinos que me nombre algún deportista importante que mancha el final de su carrera con la adicción a las drogas; o a los salteños que me indiquen un comprovinciano ejemplar e indiscutido; o a cualquiera que me hable de un símbolo más o menos universal de caridad y entrega hacia los enfermos y necesitados, seguramente, la mayoría mencionarían a Maradona, Gemes y Teresa de Calcuta, respectivamente. Es porque en cada respuesta vienen, anudadas, una idea junto a alguna imagen y una valoración.

Vienen juntas y anudadas porque así se construyeron y así se guardan en nuestra memoria, prestas a manifestarse cuando el pensamiento o la conversación las requieren. Y a cada rato las usamos para explicar situaciones, para ilustrar problemas y, en fin, para pensar desde el sentido común: se llaman representaciones sociales y todos las tenemos como una forma de pensamiento social, o compartido en grandes grupos, sectores, y hasta sociedades enteras en algunos casos. Pueden tomar la forma de estereotipos, prejuicios, temores, anhelos, como simplemente explicaciones prácticas acerca de temas relevantes.

Así, por ejemplo, cuando los ciudadanos están convencidos de que el delito se torna incontrolable, sea porque lo padecieron de cerca, o lo conocieron por relatos confiables, o porque lo vieron en los medios, esa convicción si es compartida o colectiva pasa a ser una representación social, y tal percepción es más poderosa que cualquier argumento en contrario, incluso fundando en datos ciertos y razonables.

Dicho de otra forma, de nada valen las conferencias oficiales esclarecedoras acerca de la inseguridad, con estadísticas respaldatorias o actos espectaculares exhibiendo nuevos patrulleros, si es que no se conocen de antemano las percepciones sociales sobre el tema: los datos y explicaciones chocarán contra un muro de subjetividades compartidas que prevalecerán siempre o hasta que tales representaciones sean sustituidas por otras.

Me detendré en algunas representaciones sobre la política, los políticos, o el arte de gobernar en general nuestra Nación y nuestra provincia, pero vistos desde la vuelta a la democracia hasta nuestros días. Fueron obtenidas en investigaciones de los últimos años, y mediante técnicas cualitativas.

Existen herramientas científicas variadas y efectivas como algunas que utilizaremos en este análisis: la teoría de las representaciones sociales y las técnicas cualitativas, técnicas delicadas y casi quirúrgicas, para captar las producciones de sentido, desde luego que abreviadas, simplificadas y adaptadas para la comprensión de los lectores.

La política desde la gente

Lo primero que se destaca, sobre todo en los mayores de 50 años, es el descubrimiento de la democracia como concepto y de la mano de Alfonsín: todo lo aprendido antes era palabra vacía y el Preámbulo resonaba distinto, casi como una invitación a fundar una Nación soñada dejando atrás los desencuentros y el terror, y marchando hacia adelante todos juntos. Las imágenes ilustrativas de esta idea eran muchísimas y las valoraciones desbordantemente positivas, con ilusiones desmesuradas.

Le seguirá después el primer desgarro, la dolorosa decepción económica y la caída. Aquí las representaciones se diversifican tanto como se visualizan los responsables del fracaso: la voracidad de los mercados financieros; la vocación destituyente de aquella CGT aliada y apéndice del PJ, y la incapacidad de gobernar de la UCR en tiempos turbulentos.

Llegará la hora de ilusionarse nuevamente siguiendo las consignas personalísimas de Carlos Menem y magistralmente ambiguas, tan ambiguas que cada quien les proyectaba el significado de sus deseos. Ejemplos: "revolución productiva", "niños pobres que sufren hambre y niños ricos que sufren tristeza", "no los voy a defraudar".

Pero después de dos períodos completos, el mismo Menem quedaría en el centro de la representación social paradigmática de la corrupción, el engaño y el despojo. En el medio del trayecto sobresalen representaciones inolvidables de una clase media lanzada al consumo conspicuo con billetera internacional (Miami, deme dos) malgastando sus indemnizaciones de las fuentes de trabajo concluidas.

La retirada de Menem fragmentó aún más las representaciones, destacándose aquellas que prometían preservar el peso casi dolarizado, y otras que pintaban un De la Rúa enérgico que terminaría con la corrupción. Era la hora de otra ilusión, aunque menos eufórica, en un contexto urbano de jóvenes que descubrían el sushi sin percibir los indicios del final que empezaban a mostrarse. Y el estallido llegó, la represión de mano dura, los muertos y el helicóptero.

Otra frustración, el espectáculo de los presidentes fugaces, Duhalde y el golpe de timón económico desarrollista, hasta que la represión de mano dura lo desalojó del poder. A propósito, téngase en cuenta que las represiones duras de De la Rúa y Duhalde producen el mismo final, y ahora forman parte del universo vivo de representaciones.

Nace el kirchnerismo con el envión económico de Lavagna pero con nuevos aliados que le pedirán mayores protagonismos: llevan la marca de las izquierdas clasistas y de viejos militantes revolucionarios reciclados, por un lado, y de una CGT poderosa que lo acompaña por el otro. Allí es donde los subsidios incipientes de Duhalde comienzan a multiplicarse, sustituyendo la generación de empleo genuino y transformando al Estado en la entidad de mayor peso e incidencia en la sociedad argentina.

Al amparo del crecimiento del Estado va creciendo también una militancia política joven y apasionada que encuentra en Cristina su punto mayor de identificaciones, admirándole su estilo enérgico, altanero y zumbón. Ella misma promueve la asociación de su figura y estilo con la mítica Evita (vale recordar el fondo visual de sus cadenas nacionales, con el rostro de Eva en un billete, con la silueta gigante de Eva en el viejo ministerio de Obras Públicas, y con la entonación de su voz enronquecida y vehemente). Es todo lo descripto una cantera de representaciones que prolijamente se administra desde los aparatos ideológicos del Estado, en clara competencia con los medios de comunicación privados pugnando por el control simbólico de la política; es decir, de los imaginarios colectivos; es decir, de las representaciones sociales. La contienda divide los bandos en generadores de relatos míticos contrapuestos, a veces con refinados métodos y conocimientos y, otras veces, con modos brutales de simplificaciones.

Asistimos ahora a un nuevo momento de este largo camino, con novedades de estética política y estilos (actos masivos con escenario de 360º en el centro geométrico del espacio; discurso amable y suave, sin estridencias ni grandes certezas, figura presidencial frágil fundida con su mujer e hijita siempre), para contraponerse con la experiencia del pasado reciente (actos masivos con la líder carismática en lo alto, hablándole a los seguidores de abajo con el ceño fruncido y el dedo acusador hacia sus enemigos, con el vocabulario certero de la oratoria y con ideas plenas de certezas).

Escepticismo y cinismo 

Hasta aquí, algunas ideas-imágenes seleccionadas de la percepción social que se tiene de este largo recorrido de la política argentina, como hitos o mojones referenciales aproximativos e infinitamente incompletos. Ahora bien, para terminar con el tema planteado al principio debo mencionar algunas de las representaciones sociales que quedaron de la política después del trayecto, representaciones con más valoraciones negativas que positivas y que se fueron construyendo entre ilusiones y desencantos, repitiendo los mismos vicios. Se destaca en las primeras conversaciones de focus y entrevistas sobre la política la idea dominante que se tiene de las campañas electorales cada dos años, como el espectáculo cínico y falaz donde los postulantes bajan de un olimpo lejano cargados de regalos para recorrer los barrios polvorientos, con sus murgas coloridas y promesas obscenas. Después, no volverán. Otros aprovecharan los subsidios sociales que gestionan para llevar a los subsidiados como público de las marchas, previo pequeño pago y catering de ocasión.

Sobre los trayectos que recorren los aspirantes de la política, salvo poquísimas excepciones, lo sintetizaron con la siguiente figura: entran con bicicleta y salen en camioneta. La traducción más completa alude al ingreso en la política como una opción laboral para enriquecerse, para hacer negocios, y nunca como servidor público.

También se hizo representación aceptada el fin de las doctrinas o principios distintivos de los partidos, sustituyéndose por un pragmatismo oportunista que justifica todos los cambios de lugar y posiciones, semejante a un libro de pases de los futbolistas.

Quizás como ampliación de esta última, tomó forma otra representación sobre las alianzas políticas, que siempre son para ganar elecciones y rara vez para gobernar compartiendo buenos planes y equipos. Fracasan porque nacen mal, porque cuando llegan al poder ninguno cede nada y se impone la exclusión para gobernar solo.

No se discute otra representación sobre un típico vicio de los oficialismos, consistente en llenar el aparato del Estado con empleados públicos acomodados, ya sea para cumplir compromisos de campaña o para disponer de militancia rentada.

Y así podríamos seguir con tantos temas, hasta cubrir el entramado de la política de estos tiempos tal como la perciben los ciudadanos, con sus luces y sus sombras. Se preguntaran muchos si hay solo rasgos negativos que dominan la percepción social de que hablamos? Desde luego que no, pero son menos los rasgos positivos. Entonces, ¿por qué votan en buena cantidad los ciudadanos? Primero, porque el voto es obligatorio, y segundo porque todavía quedan esperanzas a pesar de todo. 

¿Y por qué nuestro título: “Representación o invención, esa es la pregunta”? Porque si no reparamos que estas representaciones sociales negativas nos hacen daño como sociedad, las seguiremos repitiendo una y otra vez. Se consolidarán nuestros vicios, nuestra inteligencia será sometida por las pasiones sectarias, y nuestras sensibilidades quedarán anestesiadas. ¿Por qué nuestra reflexión eligió representaciones generales sobre la política? Porque en la política están los que gobiernan, hacen las leyes y juzgan las conductas de todos, y ellos, son mirados por nosotros desde el llano. Todo lo que dicen y hacen tiene valor de ejemplaridad para bien o para mal. Si cambian la repetición por la invención, por animarse a dudar de las viejas recetas, ejercerán una sana influencia hacia abajo y achicarán la distancia que los separa en nuestra trajinada sociedad.

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