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Libia: ¿el retorno de Gadafi?

Viernes, 30 de marzo de 2018 20:55
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La detención del expresidente francés Nicolás Sarkozy, acusado de haber recibido financiación ilegal del derrocado y ejecutado líder libio Muamar el Gadafi para la campaña electoral que lo catapultó al Palacio de Eliseo en 2007, coincidió con el anuncio de que Saif al-Islam Gadafi, hijo del mandatario y recientemente liberado tras seis años de prisión, quiere postularse en las elecciones presidenciales que en teoría tendrán lugar en los próximos meses en el convulsionado país africano, desgarrado por una guerra civil que facilitó incluso la instalación de un enclave territorial de ISIS.

La relación entre ambos episodios evoca una extraña historia: en 2011, Sarkozy fue uno de los principales promotores de la intervención militar internacional que derribó a Gadafi. Rápido de lengua, el vástago del mandatario depuesto dijo que "Sarkozy debe devolver el dinero".

Desde la caída de Gadafi, en Libia reina el caos. Tres gobiernos disputan la legalidad formal. Anteriormente eran dos, con sendos parlamentos: uno, instalado en la capital, Trípoli, rivalizaba con otro, asentado en Tobruk. Pero en noviembre pasado, la representación de las Naciones Unidas bendijo un "gobierno de unidad nacional", encabezado por Fayez al-

Sarraj, que todavía no logró el reconocimiento de las partes en conflicto. Desde entonces, en vez de dos gobiernos hay tres, aunque ni siquiera los tres sumados controlan la totalidad de un territorio donde proliferan "señores de la guerra" y tribus autónomas.

El Acuerdo Político libio, suscripto en diciembre de 2015 con el auspicio de la ONU, cuyos términos nadie respeta, estipula una convocatoria a elecciones para este año, pero todavía no hay fecha ni modo de realización.

En medio de este enrevesado panorama, emerge el general Jalifa Haftar, comandante del llamado Ejército Nacional Libio, protagonista de la ofensiva que logró desalojar a ISIS de Sirte, la ciudad natal de Gadafi y próspero centro de la actividad petrolera, que se había erigido en bastión islamista.

Haftar, un militar enfrentado con Gadafi y exiliado en Estados Unidos, quien regresó al país en 2011 para participar de la insurrección contra el expresidente, manifestó su voluntad de presentarse a elecciones.

A las puertas de Europa

Este incierto escenario preocupa enormemente a la Unión Europea. Libia es hoy la principal puerta de salida de refugiados árabes hacia la costa europea, en especial a Italia y España. No menos de 800.000 personas, provenientes de Siria e Irak, deambulan por el país en búsqueda de un destino para sus vidas. Esta situación originó la implantación de un virtual bloqueo naval europeo, que incluye una activa vigilancia aérea y marítima y la ayuda a la Guardia Costera Libia para bloquear los flujos migratorios a través del Mar Mediterráneo.

Stefano Torelli, un experto en migración africana del European Council of Foreign Relations (ECFR), advierte que "la Unión Europea protege sus propios intereses y no los de Libia. A largo plazo, pueden ir contra la seguridad del país y de los migrantes". En realidad, el pronóstico ya se cumplió: la expansión de las redes criminales dedicadas al tráfico ilegal de personas, asociadas a los distintos bandos en pugna, constituye un factor adicional de violencia e inseguridad.

La preocupación de las autoridades italianas ante un incesante flujo migratorio que genera un fuerte rechazo de la opinión púbica y tiene profundas consecuencias políticas llevó al extremo de que las fuerzas de seguridad estableciesen acuerdos subterráneos de cooperación con algunas de las numerosas milicias irregulares libias para que colaboren en las tareas de vigilancia. Esa cooperación, útil para la contención de los refugiados, fortalece a las milicias y acentúa la fragmentación del poder.

Un documentado estudio del consorcio académico Eunpack, titulado "Buenas intenciones, resultados mixtos", consigna que "los líderes de la Unión Europea han puesto parches para dar respuestas parciales al nerviosismo de sus electorados que supuestamente perciben los crecientes flujos migratorios desde Libia como una amenaza existencial", pero recalca que el objetivo estratégico de "crear instituciones estables en Libia" asoma todavía demasiado lejano.

La historia podrá darle alguna razón a Gadafi, quien en una dramática conversación telefónica mantenida días antes de su caída con el primer ministro británico Tony Blair le manifestó que su derrocamiento abriría el camino al avance islámico sobre el territo rio europeo.

Operativo Retorno

Aymen Bouras, portavoz de Saif al-Islam Gadafi y dirigente del Frente Popular para la Liberación Libia, que reúne a los antiguos partidarios del exjefe de Estado, señaló que "Saif es el único capaz de recibir el apoyo de todas las tribus del país. Ahora está claro que lo que sucedió en 2011 no fue una revolución, sino una conspiración extranjera para apropiarse de los recur sos de Libia".

Saif al-Islam Gadafi, quien ya en vida de su progenitor era visualizado como su probable sucesor, tiene la ventaja de poder evocar tiempos mejores para su pueblo, que recuerda un mejor nivel de vida derivado de la renta petrolera y añora la seguridad que, más allá de los abusos represivos, brindaba un régimen autoritario que gobernó el país durante 42 años. Su limitación es que no parece tener suficiente apoyo entre las milicias. Haftar, su principal rival, es un caudillo militar, mientras que el tercer candidato en disputa es Serraj, titular del "gobierno de unidad nacional", quien por esa razón cuenta con el apoyo de un sector de Ejército.

Pero hay otro inconveniente: este hijo de Gadafi tiene una orden de arresto impartida por el Tribunal Penal Internacional de La Haya (TPI) por crímenes de lesa humanidad. Está acusado por la represión que causó la muerte de centenares de manifestantes en los días finales del régimen abatido, cuando oficiaba de vocero de su progenitor y advertía, premonitoriamente, que el triunfo de la revuelta llevaría al país a la debacle. Jalid al-Zaidi, abogado de la familia, desestimó esa orden de arresto arguyendo que Libia no forma parte del TPI y que tampoco suscribió el Tratado de Roma que determinó su creación. Una vez más, Occidente puede encontrarse ante la encrucijada de negociar con un Gadafi, en este caso el hijo del anterior, siguiendo el axioma de elegir al "malo conocido", o buscar una Libia liberada de su influencia. Hasta ahora, esta segunda opción no ha dado resultados.

 

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