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Gabriel Payares: “La escritura, como la vida, son proyectos en tránsito”

Con su obra “Lo irreparable”, el escritor corre al amor de idealismo que lo rodea. Explica que escribe sobre entramados de ideas para estructurar sus anécdotas.
Lunes, 12 de marzo de 2018 15:16

 

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Marina Cavalletti
El Tribuno


La literatura es un terreno amplísimo, tal vez inabarcable. Probablemente esa sea la razón por la que en nuestro país se conoce desde muy lejos a los autores contemporáneos de América Latina.
Para saldar esa deuda, El  Tribuno fue al encuentro de Gabriel Payares, un joven sub 40, nacido en Londres, criado en Caracas y radicado en Buenos Aires.
El sábado pasado, el autor presentó su último libro en la noche de las librerías y antes de eso se presentó al diálogo sobre “Lo irreparable”, un libro integrado por ocho relatos que van desde las situaciones límite hasta la apatía o la inercia. 
Acerca de los motivos que lo llevaron a escribirlos, Payares indicó que “La creación literaria entraña una dosis de misterio, especialmente en lo referente a su motivación. Es difícil responder al por qué de las decisiones, sin caer en la interpretación y en las alusiones, cosas que dicen más del presente que del espíritu puesto en marcha durante la escritura del texto. Yo prefiero escribir en torno a ideas, a entramados de ideas que me resultan atractivas y alrededor de las cuales se va estructurando la anécdota, como un caleidoscopio. Lo irónico es que tampoco se puede tener demasiado claro el panorama: saber mucho de lo que se
quiere escribir inhibe el descubrimiento poético, al menos para mí. Más que un arquitecto, me siento un saqueador de tesoros. Debo poder sorprenderme de lo que emerge en el texto, y para ello hay forzosamente que desconocer lo evocado, como los espiritistas en plena sesión” explicó.
Para este joven escritor, “la creación literaria tiene, si se quiere, su propio principio de la incertidumbre. Una vez terminado el libro, pueden reconocerse ciertos patrones. Los de ‘Lo irreparable’ apuntan al amor, al paso del tiempo, al descubrimiento, de que el presente está hecho de contingencias, de una materia inestable, impredecible, que no tiene forma de remediarse o de acomodarse. La escritura y la vida son
proyectos en tránsito, inacabados, que eventualmente hay que abandonar”. 
Justamente, en uno de sus cuentos se lee “No se puede amar bien sin un poco de rabia”. El amor aparece en
el libro, pero expulsado del idealismo romántico y frente a la pregunta si era necesario romper con ese estereotipo, Payares dice con firmeza: “Sin duda. El amor es una fuerza de la naturaleza, y explorarlo artísticamente entraña no pocos riesgos. Nuestra cultura lo ha convertido en un valor per se, olvidando las tan antiguas enseñanzas que lo catalogan como una más de las pasiones humanas, terribles y hermosas al mismo tiempo. Lo que me interesaba del amor era justamente su impredecibilidad, para bien y para mal, su energía incontenible que suele ir en contra de los aspectos más racionales o planificados de la vida, su paradójica volatilidad. A veces sospecho que sabemos muy poco del amor, en minúsculas, despojado de propaganda. Y este libro fue mi oportunidad de abrirle un poco las tripas, de dejarlo aullar un rato. 
En cuanto al título del libro y la posibilidad de que sería como “reparar” alguna cosa, para el escritor “más que reparar, creo que la literatura nos brinda el chance de una íntima venganza, como sugiere Vila-Matas. Valoro su idea de que escribir equivale a l’esprit de escalier, el ingenio de la escalera: la ocurrencia justa y perfecta para ganar una discusión, que se nos viene a la cabeza cuando esta ya ha terminado, cuando ya no vale la pena. Entonces, para no tragarnos esa desilusión y cosechar más amarguras, la recreamos, la escribimos, le damos cuerpo. Un buen libro de ficción tendrá siempre algo de atentado, algo incómodo, irreconciliable con el mundo. 
Payares nació en Londres, se crió en Caracas y vive en Buenos Aires, por lo que cabe el interrogante de si ese nomadismo define o aparece en su escritura. 
“En mi libro anterior de relatos, titulado Hotel, quise abordar algunos de los cuestionamientos referidos a ese relato vital, o al hecho de que el inglés haya sido mi lengua materna, reemplazada durante la infancia por el español. Curiosamente, Buenos Aires ya se perfilaba como un lugar
importante en mi imaginario de entonces, antes de sospechar siquiera que terminaría viviendo aquí. Un par de años después de la salida del libro me decidí a volver a Inglaterra, para conocer el sitio de mi nacimiento, y me pasé un mes sacando fotografías a la primera casa en donde viví, al
hospital donde me dieron a luz, en fin, reuniendo pistas tardías para una escena del crimen. Ni con el libro ni con el viaje sabía muy bien qué buscaba, y tampoco estoy muy seguro respecto a qué cosa encontré. Creo que está bueno eso, amigarse con la incertidumbre. 
Inevitable preguntarle sobre la realidad por la cual atraviesa su país y, en ese sentido, señala que “en los tres años que llevo viviendo en Argentina he visto la problemática del país empeorar y devenir en una verdadera tragedia. La migración masiva a los países periféricos es apenas un
síntoma visible del empobrecimiento brutal de la calidad de vida en Venezuela, que relega a los sectores más débiles a la indigencia. Las diferencias entre la clase acomodada o aquellos que reciben pagos o remesas en dólares, y la clase asalariada nacional son dramáticas, todavía más
para una cultura como la nuestra, acostumbrada a los ciclos de abundancia que otorga el petróleo
y que mantenían, a pesar de las dificultades propias de una democracia tercermundista, un margen de consumo y de alienación que permitía cierta paz social y cierto desarrollo. Hoy en día los demonios están sueltos y los salvavidas son escasos. Peor todavía, ciertas lecciones políticas parecen lejos de aprenderse. Semejante naufragio no puede vivirse sino con pesar, sobre todo por los afectos que lo padecen de cerca y a diario.

Influencias argentinas
Payares enfatiza que le complace decir que sus influencias “han sido siempre lo más bastardas posible. Con la misma cercanía he leído a autores como Milan Kundera, Enrique Vila-Matas, Ian McEwan o Mario Vargas Llosa, cuyas poéticas me han resultado siempre brillantes. Me gusta pensarme a la zaga de autores como Ednodio Quintero o Mario Bellatin, cuya libertad imaginativa y de estilos me resulta inspiradora, cuando no de maestros como Rubem Fonseca o el lejano Franz Kafka. Algo similar ocurre con Fernando Vallejo, Roberto Bolaño o Clarice Lispector. También considero cercana la estética de historietistas sureños de la talla Alberto Breccia, H. G. Oesterheld y Horacio Altuna.
Y no deja de recomendar autores venezolanos, “Confío en la lectura de un clásico venezolano: Rómulo Gallegos, en especial si se desea comprender mejor los ánimos puestos en tensión en mi país. Por desgracia la literatura venezolana no goza de una amplia difusión continental, cosa que seguramente cambiará a raíz de la diáspora. Otros autores que valoro incluyen al propio Ednodio Quintero, a Victoria de Stefano. Los lectores locales pueden también buscar a Gustavo Valle, cuyas novelas han sido publicadas en la Argentina”.
 

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