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7 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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La pérdida de la función literaria

Viernes, 30 de marzo de 2018 20:42
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Convaleciente de una operación que me sustrajo, por espacio de un tiempo, del automatismo del devenir cotidiano, he tenido el suficiente tiempo para la cavilación y la angustia.

No pude escapar, desde luego, de la infernal vorágine e indistinción de las redes sociales donde todo cabe y a la vez todo desaparece, no por presencia de una falta estructural, sino paradójicamente por el exceso y lo ilimitado que no dejan de evocarnos aquel libro infinito del cuento "El libro de arena", de Borges.

He leído en estos días, un poco al azar, muchos libros que jamás hubiera leído en otras circunstancias. Tomé los suficientes recaudos, no obstante mi práctica del psicoanálisis, de no leer una sola línea de teoría psicoanalítica, dado que la vida a cierta edad ya es corta y no podemos irnos un día de este mundo sin haber disfrutado, por ejemplo, de "El gran Gatsby", la novela de Francis Scott Fitzgerald.

Pero también surgieron los interrogantes.

Me he preguntado si en esta época la literatura como tal todavía existe. ¿Existe aún la literatura? Desde luego que continúa existiendo y la producción de textos no se detiene, pero la pregunta no atañe a la producción, que puede ser abundante y hasta vertiginosa como las infinitas páginas del citado "Libro de arena", sino de las funciones de la literatura que, al igual que el arte, son una de las formas de tramitación del malestar en la cultura y lo insoportable de la condición humana.

Es decir, el escritor no escribe lo que los lectores esperan, sino más bien sobre aquello de lo cual éstos nada quieren saber.

Por ello es que muchas obras producen angustia y perturbación (pensemos en la tragedia griega o en las obras del existencialismo, inclusive aquellas otras que se proponen como entretenimiento), pero que a la vez constituyen un alivio y la forma de trasformar la desdicha, de volverla más soportable, de darle una salida a lo inaceptable a través de lo simbólico.

En ese sentido, la literatura es subversiva, antagónica por estructura a los imperativos capitalistas y a las apetencias del mercado. Siempre la creación es en cierta forma marginal y se sitúa a contramano de las expectativas de los ideales colectivos, de lo socialmente correcto, de los mandatos morales y de los valores establecidos y políticos (aunque haya existido paradójicamente en la historia, una literatura al servicio del poder).

Hoy cuando se escribe intencionalmente lo que el mercado y las grandes editoriales piden, y lo que los consumidores reclaman, se están abandonando en cierta forma las funciones simbólicas de la literatura. Pareciera que la literatura y el conjunto de la cultura hubieran sido en buena medida capturados por esa gran boca que constituye la fase actual capitalista que todo lo engulle y reintroduce en su circuito sin pérdida.

Acabo de leer un artículo del escritor Mario Vargas Llosa en el diario El País, difundido por la red Facebook, titulado "Nuevas inquisiciones".

No obstante haber estado en desacuerdo con el escritor peruano a causa de muchas de sus declaraciones de índole política, no puedo esta vez dejar de compartir su repudio a la ilusión de un grupo (muy reducido por cierto) feminista, que propondría llamar la atención sobre algunos escritores (como Pablo Neruda, Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte), a los que definirían como machistas, confundiendo de este modo los niveles de escritura y lectura.

Aceptamos la afirmación de que en algunas obras literarias aparece una visión masculina como en el caso de los poemas homéricos.

En “La Odisea”, Penélope durante largos años pasivamente teje esperando el regreso de Odiseo, su esposo, a la vez que su casa ha sido invadida por sus “pretendientes” que la maltratan como mujer y le exigen que se decida y elija a uno de ellos como marido, varones que le consumen las proveedurías, le diezman el ganado, la amenazan, etc. Esa gran obra universal, ¿debe ser tildada de machismo o como emergente de una cultura?

En otros poemas épicos antiguos, como “La Ilíada”, el papel de la mujer se reduce al intercambio del poder masculino, la reproducción del linaje y a los augurios.

En cambio, en la literatura medieval, la mujer aparece dignificada por el cristianismo. Pensemos en el lugar de honor que se les otorga a las mujeres en el “Poema del Cid” o en “La Divina Comedia”.

En el Renacimiento las mujeres se invisten de una fuerza contestataria: recordemos a las audaces damas del “Decamerón”. En realidad, la literatura, lejos de responder a modelos machistas es la gran defensora de la feminidad, inclusive en Pablo Neruda o Arturo Pérez-Reverte que exigen lecturas no lineales y simplistas, sino dentro de ciertos contextos.

Pensemos en el teatro del Siglo de Oro con sus heroínas decididas a salvar su honor y que dan muestras de una gran inteligencia como en “La vida es sueño”, de Calderón de la Barca, o las protagonistas de los dramas de Shakespeare, capaces de invertir el orden del destino.

La novela contemporánea tampoco discrimina ni minimiza a las mujeres. Por el contrario, desde Cervantes en adelante podemos decir que el género novelístico es de las mujeres: Madame Bovary, Ana Karenina, Eugenia Grandet, etc. O en la novelística latinoamericana, las matronas de García Márquez o las sabias sibilas de Rulfo.

Por otra parte, sabemos que el machismo no es más que una pantomima, un alarde, un semblante, de aquellos hombres que, marcados por la impotencia y la debilidad, alarmados por lo que creen que tienen y pueden perder, buscan en el ejercicio autoritario un dominio y un poder del que en realidad carecen (la autoridad sólo reside en la palabra y es antagónica al autoritarismo) pero que los conduce a la violencia y al sometimiento de las mujeres.

Pretender censurar obras literarias por contenido machista, lejos de constituir un sentido educativo e igualador y una acción emancipadora, puede, paradójicamente, caer también en el mismo ejercicio autoritario de ese poder y ese dominio que se repudia.

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