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Venezuela, ¿un protectorado chino?

Miércoles, 26 de septiembre de 2018 00:00
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El presidente chino Xi Jinping abandonó por un momento la sutileza diplomática cuando en una conferencia de prensa en Beijing, delante de su sonriente colega venezolano Nicolás Maduro, afirmó que "China está dispuesta a reforzar el intercambio de experiencias con Venezuela sobre la forma de gobernar el país". Nadie imaginó que ese intercambio pudiera ser bilateral. Quedaba claro que el coloso asiático, erigido en el principal soporte económico del régimen de Caracas, estaba en vísperas de establecer su primer protectorado en un país de América Latina, algo que no sucedía en el hemisferio occidental desde que la desaparición de la Unión Soviética eclipsó su dominio sobre Cuba.

La analogía no es caprichosa. El vínculo de Fidel Castro con Moscú surgió originariamente como una respuesta de La Habana al conflicto entre el régimen de Fidel Castro y la Casa Blanca. La presencia de Maduro en Beijing coincidió con dos episodios: las revelaciones periodísticas acerca de las reuniones secretas entre funcionarios de Washington y militares venezolanos interesados en el derrocamiento del mandatario caribeño y la decisión de una corte judicial estadounidense que autorizó a embargar acciones de la empresa estatal venezolana Citgo, filial de la petrolera PDVSA, para resarcir en 1.400 millones de dólares a la minera canadiense Crystallex por la estatización del yacimiento Las Cristinas.

Para Maduro, quien todavía no pudo develar las ramificaciones del reciente fallido atentado contra su vida, perpetrado con un dron durante un desfile militar en Caracas, existen evidencias de que la administración de Donald Trump está empeñada en su caída. Tan importante como los denunciados conciliábulos con los militares disidentes son los sucesivos golpes económicos propinados a la agobiada economía caribeña, unidos a la persecución judicial contra altos funcionarios del régimen, jerarcas militares y hasta familiares del mandatario, acusados de vínculos con el narcotráfico.

Cabe sumar a ese inquietante escenario las declaraciones del excanciller uruguayo Víctor Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), quien afirmó que "en cuanto a la intervención militar para derrocar al régimen de Nicolás Maduro, creo que no debemos descartar ninguna opción". Almagro habló en Cúcuta, ciudad colombiana fronteriza, que es utilizada como vía de escape por las decenas de miles de venezolanos que huyen a pie de su país para escapar del hambre.

El amigo amarillo

Apremiado por la asfixia económica, Maduro concretó con Xi Jinping la venta del 9,9% de las acciones de Sinovensa, una empresa binacional donde China National Petroleum Corporation ya tenía el 40%. También firmó un memorando de cooperación en el bloque 6 de Ayacucho, ubicado en la riquísima Franja del Orinoco, el mayor reservorio mundial de crudo, que implica la perforación por las compañías chinas de 300 nuevos pozos.

China es el primer socio comercial de Venezuela. El intercambio bilateral asciende a 8.900 millones de dólares. Los chinos tienen también fuertes inversiones en petróleo y son el principal acreedor externo. En la última década, concedieron créditos por 50.000 millones de dólares, pagados principalmente por crudo. Caracas aún adeuda 20.000 millones de dólares que está muy lejos de poder pagar. Maduro gestionó un crédito adicional de 5.000 millones de dólares. Los chinos prefirieron esta vez garantizar sus intereses a través de una asociación estratégica integral que trasciende lo estrictamente económico y tiene claras connotaciones geopolíticas.

Para Maduro, la propuesta china es una oferta imposible de rehusar. Venezuela solo exporta petróleo. El 96% de sus divisas provienen de la venta de hidrocarburos, cuya producción es la más baja de los últimos treinta años. El 40% de esas exportaciones petroleras son a China. Estados Unidos, beneficiado por la explosión del "shale oil", le compra cada vez menos. En contrapartida, Venezuela importa virtualmente todo lo demás, incluso alimentos. En medio de una espiral hiperinflacionaria, el desabastecimiento de la población abarca desde alimentos básicos hasta medicinas, en una atmósfera de tensión sacudida por recurrentes saqueos a comercios y supermercados.

Este viraje en la relación bilateral quedó estampado en un memorándum de entendimiento por el que Venezuela se suma a la iniciativa de la nueva ruta de la Seda, piedra angular de la estrategia internacional de Bejing. Después de Uruguay, es el segundo país sudamericano en asociarse a este emprendimiento, que prevé gigantescas inversiones chinas en infraestructura, particularmente en transportes y comunicaciones, y que los analistas internacionales comparan con el "Plan Marshall" impulsado por Estados Unidos después de la segunda guerra mundial.

Invasión de zona

En su origen, la nueva Ruta de la Seda no incluía a América Latina. Nació como un monumental proyecto destinado a conectar comercialmente, por vía terrestre, a Asia con Europa y Medio Oriente. Pero ahora la iniciativa incluye también una ruta marítima paralela, un "cinturón" capaz de enlazar al mundo entero. De allí su nueva denominación "Belt and Road" (Cinturón y Ruta), que pretende abarcar a alrededor de 60 países que acumulan el 75% de las reservas energética y el 70% de la población mundial.

Esta novedad supone un salto cualitativo en la presencia china en la región. En quince años, China se ha erigido en el principal sociocomercial de la mayoría de los países latinoamericanos y en el segundo inversor extranjero después de Estados Unidos. Ahora avanza desde lo económico hacia lo geopolítico. Según Xi Jinping, "China ofrece una nueva opción para aquellas naciones que quieran acelerar su desarrollo y mantener su independencia".

Para Washington no es una sorpresa. La Directiva Estratégica para la Seguridad Nacional aprobada por Trump en diciembre de 2017 establece que la nueva prioridad estadounidense ya no es la lucha contra el terrorismo transnacional sino la competencia estratégica con China y Rusia. La base de investigación espacial instalada en Neuquén, a raíz de un acuerdo entre Beijing y el gobierno de Cristina Kirchner, fue tomada en Washington como una avanzada en esa dirección.

En esa conferencia de prensa conjunta celebrada en Beijing, Maduro diferenció a China del "imperialismo" de EEUU. Sostuvo que la superpotencia asiática diseña un mundo "sin imperio hegemónico que chantajeé, que domine". A su lado, sonreía Xi Jinping, quien en ese mismo acto, y según se desprendía de sus propias palabras, asumía la responsabilidad de conversar con su flamante socio sobre "la forma de gobernar el país".

 

 

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