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Nunca está de más hacer referencia a la necesidad de evitar el derroche de los siempre escasos fondos públicos. Nunca es ocioso reiterar el pedido, que ya debería ser un clamor generalizado, porque los responsables se dan poco por enterados y del barril sin fondo siempre se trata de extraer más de lo debido. Las limitaciones siempre son insuficientes, y con persistencia se impone la flexibilidad frente a la austeridad. Sin pretender equiparar una situación a la otra, no se concibe a la macroeconomía estatal como si fueran las cuentas de una familia, un comercio o una pequeña empresa. Tal vez porque los administradores de aquélla pretenden hacer trucos de hechicería que ni se les ocurriría intentar con el dinero propio. Si se gasta más de lo que ingresa por un lapso breve, es muy probable que las finanzas se equilibren durante los períodos de superávit fiscal. Eso podría suceder en nuestro país, por ejemplo, en los tiempos cíclicos de liquidación de las cosechas. Pero si ese defecto se transforma en una mala costumbre, se prolonga en el tiempo, se naturaliza en los dirigentes y en la población -en general, desentendida del problema-, el mal se transforma en endémico y se hace cada vez más difícil de erradicar.
Derivaciones funestas
Los costos son bien conocidos por los argentinos: índices de inflación incompatibles con el crecimiento, endeudamiento crónico (no sólo deuda externa, sino también con el Banco Central, la Anses, los bonos del Tesoro, etc), recesión, caída en la inversión, la producción y el empleo, tasas de interés elevadísimas, inexistencia de ahorro, inseguridad y desconfianza en la moneda propia y en la economía nacional, fuga de capitales, aislamiento y dificultades para el comercio interno y externo, incremento de precios tanto de los bienes y servicios como de los insumos para la producción, y presión impositiva asfixiante. Condiciones poco propicias para aquél "inadaptado" que quiere generar actividad productiva y trabajo genuino. En el aspecto social, los dolorosos síntomas de los que tanto se habla: pobreza, miseria, desnutrición, precarización laboral, gente sin techo, sin atención de salud, sin alimentación adecuada, sin esperanzas, incremento de la delincuencia y las adicciones, y las demás angustiantes desgracias que afectan con mayor inclemencia, sobre todo, a los más vulnerables. Si se quiere ahondar todavía más, podría mencionar además los efectos que todas esas penurias provocan en lo ético y en lo jurídico: nulo o menor acatamiento y apego a la ley y a las autoridades legítimas, escasa calidad institucional, indiferencia ante lo irregular o lo arbitrario, pasividad ante la desigualdad, falta de respeto al otro y a la palabra empeñada, incumplimiento de los deberes y obligaciones, conflictividad permanente, restricción a las libertades (el cepo cambiario, por citar sólo un ejemplo), laxitud frente al comportamiento inmoral, e indolencia ante la corrupción.
Evitar el descontrol
Se podrá decir que exagero con achacar tantas consecuencias nefastas al déficit fiscal, pero creo modestamente no estar equivocado. Me remito a las experiencias internas y de otros países, incluidos los de la región, que comparten nuestra idiosincrasia y forma de ser. Sin importar la ideología ni la política económica, las experiencias de Venezuela, Chile, Perú, Ecuador, Paraguay o Bolivia sirven para demostrar, con sus éxitos o fracasos. No se trata de encontrar recetas "mágicas" ni de vender "espejitos de colores". Dejemos de lado, al menos por un instante, la discusión acerca de si la inflación es un fenómeno multicausal (como opinan muchos expertos contemporáneos) o si su origen radica sólo en el déficit fiscal y la necesidad de emitir para cubrir el "rojo" (como sostienen los economistas clásicos), y de la incidencia porcentual de ese factor en el PBI de cada país. Con más o menos ortodoxia, estoy convencido de que, en circunstancias como las actuales, para salir del estancamiento apostaría por lo confiable y probado. ¿No conviene acaso, en tiempos difíciles y de incertidumbre, ir a lo más seguro y arriesgar lo mínimo? Si el estado del paciente es crítico y reservado, seguramente no vamos a pedirle al médico de emergencias un placebo, sino un tratamiento eficaz y certero, pero que ataque la raíz de la patología diagnosticada. Como el tenista que está "break point" en el "tie break", y juega el segundo saque sin apuntarle esquinado al fleje, por temor a que por unos centímetros la pelota pique afuera.
Cómo afrontar el problema
En épocas de transición y alternancia en el poder público, me parece que esto aplica a nivel nacional, provincial y municipal. El cuidado celoso en el gasto no es un lujo que podemos darnos sino un imperativo impostergable. Sí o sí hay que gastar menos y mejor. No dilapidar es un deber moral hacia los más necesitados, frente a quienes no podemos hacernos los distraídos. Y para los mal pensados, aclaro que hablo de una reducción racional y no de un ajuste brutal. En una nota anterior deslicé una crítica a quienes alegremente, y tal vez sin reparar en el costo para el contribuyente, creaban comisiones para funciones duplicadas y superpuestas. Interiormente sabía cuál iba a ser el destino de la frustrada recomendación: salvo alguna aprobación aislada, no logró ni por asomo la adhesión que creo que merecía. Recordé la frase atribuida por unos a Perón y por otros a Napoleón, que enseña que “si quieres que algo funcione, nombra un responsable, y si quieres que algo no sea hecho, nombra una comisión”. Que, valga aclararlo, no sólo implica sueldos y cargas sociales, sino gastos de alquiler, energía eléctrica, gas, teléfonos, computadoras, papel, limpieza, etc. Indudablemente, a los políticos de turno -pensando en su futuro más que en el bienestar general- les gusta hacer, dar, proponer, nombrar, innovar y crear. Claro, siempre con el dinero de todos. Imposible no traer a colación la creación del pomposo “Consejo Federal Argentina Contra el Hambre” con especialistas en el tema como Tinelli, y relacionarla con las reflexiones de Daniel Nallar en una reciente nota de este diario (“Las tres mentiras sobre la pobreza”) ¿Se reunieron en el oeste formoseño o en una comunidad indígena del departamento Rivadavia? Claro que no; hacía demasiado calor y el viaje era fatigoso. Quiero creer que no cobran sueldos, lo que no significa que no produzca ningún costo.
Pasadas las elecciones, leí unas alentadoras declaraciones de la recién asumida intendenta capitalina -a quien no conozco personalmente-, en sentido favorable a la coherencia y mesura en el gasto municipal, conforme a lo que vengo exponiendo. Aplaudo sus intenciones, y confío en que siga ese camino, que nadie la desvíe de sus sanos propósitos, y que pueda sortear las barreras que seguramente tratarán de imponerle.