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La regresión a la ilusión absolutista

Domingo, 29 de diciembre de 2019 00:00
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Una civilización se define por la manera en que concibe y explica el mundo y la vida. La religión y la filosofía definen esos perfiles.

El arte, desde su estética e ilustración, ofrece y configura el sistema de valores que suscita y la anima. Uno de los rasgos interesantes que ofrece el arte, en tanto es testimonio de una cultura, es su posibilidad de acompañar a los procesos sociales y políticos de su tiempo.

La seducción del poder

Pero en nuestro tiempo contemporáneo, en nuestra Patria, hay una clase política que ha olvidado los notables aportes que hicieron las culturas grecolatinas en beneficio de otorgar participación a los ciudadanos (Grecia) y bajo el imperio de la ley (Roma). Y la finitud de la vida, que nos conduce, según se haya vivido, a gozar de la beatifica compañía del Creador, premio supremo si los hay (Cristianismo).Los conceptos de democracia y república han quedado en el desván de los olvidos. Solo sobreviven y se resisten a fenecer las formas cuasi teocráticas de gobierno, con condimentos del absolutismo monárquico.

Hay una tendencia soez a feudalizar los espacios que son cooptados por la política, cercenando la posibilidad de construir una sociedad justa.

Hay quienes se han apoderado de los dineros públicos en escandalosa búsqueda de riquezas infinitas, seguramente acumuladas en cuenta de paraísos fiscales. Otro rasgo, es la necia búsqueda de la perpetuidad en el poder. Haciendo uso de componendas, se busca groseramente extender mandatos, presentándose indefinidamente en elecciones sospechadas por muchos de fraudulentas. Y como si de verdaderas monarquías se tratara, se busca heredar cargos y prebendas a los vástagos y familiares diversos. Como si de dinastías reales se tratase, el nepotismo está al orden del día.

Este sentimiento de perpetuidad, es comprensible solo para el espíritu, que debe buscar la beatífica contemplación de Nuestro Señor en el más allá; (concepto que sostienen la mayoría de las religiones) pero la perpetuidad no es para esta vida material, la que debe tener un término y así lo debe entender la dirigencia.

No solo el mundo político cae en la seducción de la perpetuidad: sindicalistas y otros agentes sociales de las instituciones no gubernamentales son embargados por este deseo de continuar indefinidamente abulonados en sus pretendidos tronos.

El espíritu de las culturas

Jan Mukarovsky afirma que el arte no es simplemente un reflejo pasivo del medio social, sino que incluso puede desempeñar un papel activo en la sociedad.

Podríamos asegurar que, en todas las manifestaciones artísticas del mundo antiguo, esto es, las culturas mesopotámicas, egipcia y el mundo oriental, es reiterada la necesidad de establecer la superioridad de quienes mandaban y establecer la pequeñez de los habitantes de estos reinos a través de la estatuaria o en sus pinturas.

Así, observando la estela de Naram Sin, en el Museo del Louvre, la figura del rey es gigantesca en relación a la del enemigo. Lo mismo podríamos aseverar de la estatuaria egipcia, en las que las figuras de los faraones adquieren dimensiones gigantescas en relación a la de sus súbditos, siempre en escala inferior. En estas expresiones, el eje de la jerarquía hacía aumentar la altura y, con ello la volumetría de los cuerpos. Es claro que estas eran en su mayoría, monarquías teocráticas en las que el monarca además de su poder temporal, asumía rasgos de divinidad. De allí la notable diferencia en la representación artística, cuya finalidad residía en mostrar fehacientemente la inferioridad del individuo. El Rey era el Estado y su rasgo más sobresaliente era su manifiesta divinidad.

¿Cómo oponerse a tamaña figura? La gran preocupación de los primeros Imperios fue servirse del arte como lenguaje divulgativo del poder y de su actividad, en momentos en que el desarrollo del poder personal era manifiestamente omnímodo.

La ciudadanía griega

Un punto de innovación procede de las ciudades estado griegas. La temática del arte ha dado un giro de ciento ochenta grados. Ahora está relacionada con el antropocentrismo, tanto individual (belleza física y moral) como colectivo (progresivo desarrollo de una sociedad urbana que anhela la libertad individual y su realización en las formas democráticas). El arte es la expresión de la evolución de las formas teocráticas hacia las democráticas. El arte se convierte en el elemento a partir del cual tiene sentido y se explica el mundo. En las polis griegas todo tiene medida humana. Al decir de Protágoras: "el hombre es la medida de todas las cosas".

Es curioso contemplar como en el legado constructivo de Grecia no encontramos palacios ni tumbas dignas de mención. Se destacan edificios que realzan a la ciudadanía como cuerpo social. Las áreas cívicas se pueblan con ágoras, teatros, bouleuterion (edificio de la Bulé, o cámara alta), gimnasios, palestras y odeones.

Se corresponde esta explosión constructiva y escultórica con la irrupción de los cambios en la sociedad que conducen a la instauración de la democracia.

Al régimen plutocrático y la etapa de la tiranía, suceden las reformas de Clístenes, quien empodera al ciudadano y lo hace partícipe de las instituciones de gobierno.

Al definir la ciudadanía por su lugar de nacimiento, ha emancipado al individuo de su condición económica, y lo ha insertado en las grandes decisiones de gobierno.

Clístenes alumbra la democracia, que perfecciona Pericles, a la par que Platón y Aristóteles desarrollan sus ideas políticas. En ellas el Hombre es centro de su reflexión.

Acompaña la escultura a ese antropocentrismo filosófico - político con las obras del primer clasicismo de Mirón y Policleto y el gran clasicismo cuyo representante más significativo es Fidias.

Los tímpanos, pronaos, opistodomos se llenan de bajorrelieves en los que hombres y mujeres son sus principales protagonistas. En ocasiones atlantes o telamones y cariátides sostienen los entablamentos. Es el ántropos, la especulación central para la cultura griega.

Arte, filosofía y política tienen al ciudadano como centro de su interés. Hasta los dioses adquieren rasgos humanos. Magia, colosalismo y animalismo abandonan los edificios.

He ahí la gran herencia griega, la posibilidad del hombre de reflexionar sobre si mismo y crear un sistema de gobierno en el que la igualdad de posibilidades otorgaba al ciudadano el derecho a gobernar.

Se entiende que la evolución en el pensamiento político del hombre, el pasaje de unas monarquías teocráticas, a un sistema participativo como es en esencia la democracia, conformaba un notable avance, particularmente en la finitud del mandato conferido a cada gobernante.

La ley romana

Más tarde, el arte romano fue considerado por algunos como el hermano menor del arte griego y heredero del arte helenístico; sin embargo; Roma crea nuevos y originales valores arquitectónicos y escultóricos que nos informa sobre la evolución de sus instituciones políticas. Es un arte condicionado por la política. Cuando el poder romano empezó a adueñarse del universo mediterráneo, también comenzó a utilizar al arte como medio de comunicación. Este momento coincide políticamente con la República.

El arte romano muestra una espléndida uniformidad por todos los territorios: atrios de columnas para las casas, calzadas de anchas losas, pórticos, anfiteatros, acueductos, circos, termas, basílicas, teatros, así como la grandiosidad y la utilidad de sus construcciones destinadas al disfrute del ciudadano y siempre funcionales, aunque sean erigidas para conmemorar las glorias de Roma y de sus dirigentes. El arte es en la República, eminentemente urbano. Se produce un importante auge de las ciudades, célula básica de toda la organización del poder romano.

La ciudad se convierte también en un medio de exteriorización de ese poder y uno de los instrumentos de reclamo de las “gentes bárbaras” (tribus no romanas).

En este marco republicano, las magistraturas, los comicios y principalmente el Senado configuran la representación y participación ciudadana en las esferas de gobierno. Acompaña al discurso político las reflexiones de Cicerón, Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio, Séneca y Tito Livio.

Pero la herencia más sublime que hereda Roma es la Ley.

Los romanos fueron una “nación inspirada por el derecho”, que contenía los ideales y las cualidades de los romanos, ampliados, perfeccionados y adaptados para su aplicación universal, fundado en el reconocimiento de la personalidad de cada individuo y cuyo resultado era la conservación de su libertad.

El absolutismo

A las formas clásicas del arte griego y romano, se contrapone en las postrimerías de la modernidad el barroco, contemporáneo con la forma política del absolutismo monárquico, forma anticlásica por excelencia al decir de Heinrich Wölfflin, teórico de Historia del Arte.

El soberano pretende obtener la adhesión unánime en torno a él y recurre al Arte como medio de potenciación, de elocuencia del poder. Sus formas serán arquitectura grandiosa, decoración, fiestas que rezuman espectacularidad y oratoria, desarrollando una estética del espectáculo. Si la Iglesia busca conducir al hombre hacia Dios, el político, en este caso el soberano, tiende a afirmarse en su trono en la tierra.

Para Su Majestad el recurso del lujo y la riqueza, es emotivamente más eficaz que la austeridad y por tanto hace uso y abuso de ellos. El Barroco exalta la figura del rey como expresión del poder absoluto.

Regresiones

En nuestros días hay una regresión en el pensamiento de una sociedad que convalida a unos cuasi monarcas. Retrocedemos políticamente a formas que se suponían superadas. Grandes masas validan a modernos y mesiánicos cuasi soberanos. Se renuncia a ejercer la soberanía y se claudica ante el ejercicio responsable de la ciudadanía.

Se desconoce que la Ley, representada por la Constitución es el camino a seguir y nada ni nadie puede subordinarla. Se elige y aplaude irracionalmente, no se cuestiona ni interpela al Poder. ¿Y el arte? Este segmento corresponderá a los futuros teóricos e historiadores del Arte. Pero se percibe un disciplinamiento que se expresa en spots, redes sociales, variada cartelería de campaña, avisos televisivos y gráficos.

Un collage heterogéneo y disruptivo.

Solo resta que la masa exclame: “Dios salve al Rey!, Larga vida al Rey!”.

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