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El Congreso de la Lengua

Martes, 02 de abril de 2019 00:00
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En nuestro país se ha perdido el valor de la palabra, de las palabras; se ha degradado la palabra y el lenguaje. La sociedad argentina percibe que la palabra de todos los días, la de los medios de comunicación y hasta la de las propuestas académicas está perdiendo fuerza, calidad, significancia, confianza en su veracidad y confiabilidad, se está empobreciendo y embruteciendo. La degradación del lenguaje se puede relacionar con la decadencia institucional argentina, la invasión cada día más perceptible del narcotráfico y la corrupción, o el crecimiento alarmante de la pobreza y de la marginalidad con una incapacidad manifiesta para entendernos. Nos hemos transformado en cultores del eufemismo para disimular o falsear los datos y los hechos de la realidad; vivimos engañándonos y llamando a las cosas de maneras muy distorsionadas. No se trata solo de que las llamadas malas palabras y hasta los insultos se hayan vuelto cotidianos; desde los programas de televisión hasta algunas declaraciones de personajes públicos, pasando por los comentarios en las redes sociales, su predominio es la manera más inmediata de registrar que algo anda mal entre nosotros y que estamos en verdaderos problemas.

Hablar o escribir es explorar todos los delirios y las pasiones humanas.

El lenguaje es el pensamiento mismo. Hablar hacia afuera o hacia adentro permite meditar, adentrarse en los laberintos y no necesariamente querer salir de ellos; evocar la infancia y el tiempo perdido; volver a inventar historias de indios, vaqueros y enanitos y disfrutar de cada palabra que se queda siempre corta; para fijar la memoria que es una forma de hacer surgir los recuerdos y las imágenes; para volver a vidas anteriores, a las lecturas y los tumbos que cada uno lleva en la mochila. La degradación del lenguaje no se advierte solamente en la selección de lo que es vulgar, obsceno o grotesco sino también en la entonación que, entre otras cosas, caracteriza la violencia creciente, la violencia discursiva de la sociedad argentina. La corrupción del lenguaje está señalando también la de las instituciones. Recuperar el valor de la palabra no es tarea fácil, pero no es imposible, en la medida en que podamos devolver brillo, esplendor, precisión y confiabilidad a lo que se dice o se escribe condenando los eufemismos con los cuales desde la política y también en las relaciones humanas se busca disfrazar la realidad y traicionar la predisposición humana a entender, comprender y motivar. En el principio fue el verbo... Así lo recoge San Juan en su Evangelio. La palabra que conforma el mundo, el nombre que lo explica todo. Si nadie sabe cómo nombrar, las cosas y las personas no son nada, absolutamente nada. El lenguaje debe tener fecundidad, polimorfismo e impulso idealista aunque no siempre o habitualmente arrastre simpatías. No siempre la calidad de las obras expresadas por el lenguaje van acompañadas de la moral de sus creadores; grandes creadores han sido inmorales, negligentes y hasta malas personas por ello no conviene y es inútil juzgar o disfrutar de sus obras pensando en la vida personal de los autores.

Hablar honestamente es sentir la emoción de la verdad, la justicia de dejar constancia para ser aplicada al presente para que no se repita el pasado. En honor a las musas, como decía Shakespeare: "Si a otros por sus dichos los respetas/ a mí, por lo que pienso, que es mi letra".

 

 

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