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El poder de los símbolos

Domingo, 30 de junio de 2019 00:00
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Un proyecto presentado en la Cámara de Diputados tiene por objetivo la búsqueda de un laicismo efectivo en el Estado, quitando los símbolos religiosos. Proyecto excéntrico, audaz, inconveniente, extemporáneo y asaz controvertido. Además de muy comprometido para que lo defiendan los parlamentarios en época electoral, porque los obliga a tomar postura a favor o en contra, lo que en la urna se puede traducir en ganancia o pérdida de votos. Y, obviamente en la manifestación pública que siempre implica un sinsabor para quienes están a cargo de los poderes del Estado.

El poder monárquico

Desde los tiempos medievales los monarcas franceses habitaron el palacio del Louvre, remodelado por Pierre Lescot. Algunas veces permanecieron en el de Blois, junto al Loire, valle de moda durante el Renacimiento. Catalina de Médici, disgustada del favor que su consorte prodigaba a Diana de Poitiers, (incluida su residencia en Chenonceau) se lanzó a la construcción de otro palacio Les Tuileries, con el arquitecto Filiberto de L'Orme.

El acceso de Luis XIV al trono francés, implicó que los arquitectos Louis Le Vau primero, y a su muerte Hardouin Mansart, construyeran el Palacio de Versalles, edificio opulento, extraordinario para representar la munificencia de su dueño, en el que llegaron a trabajar hasta 36.000 obreros.

Versalles es la representación del Absolutismo Monárquico de Luis XIV, aquel que afirmaba "el Estado soy yo". Espléndido edificio que representa lo más puro de la monarquía de Derecho Divino, y que sus pares europeos se esmeraron en imitar. Desde Lisboa hasta Moscú las testas coronadas se esforzaron por erigir grandes palacios que evidenciaran su descomunal poder, simplemente porque los edificios interpelan al observador.

De tal suerte, el zar Pedro el Grande de la dinastía Romanov, se sintió atraído por la estética occidental barroca, invitando a artistas italianos y franceses a su corte en la nueva ciudad de San Petersburgo, en la que erigió el Palacio de Invierno que fue prácticamente la residencia oficial por siglos. Comenzó así a formarse una colección de arte que con el tiempo, diferentes zares y zarinas lo acrecentaron. En la actualidad es el Museo del Hermitage, conteniendo tres millones de piezas, invaluables, ubicándolo como uno de los museos más grandes del mundo. Tanto los palacios erigidos por los Romanov en Moscú como en San Petersburgo, (actualmente museos: Museo Ruso, Museo Pushkin, la Galería Tretiakov y Hermitage) representan con todo su incalculable contenido, el ejercicio más autoritario del gobierno imperial. Un ejercicio del poder que solo la explosión comunista logró eclipsar.

Sin embargo, ni la Revolución Francesa de 1789, ni la Revolución Rusa de 1917, destruyeron todos los símbolos de las monarquías más autoritarias que se hayan conocido. Antes bien, Lenin y Stalin conservaron joyas, colecciones de pinturas y esculturas, mantuvieron las escuelas de música y de danza, llevando estas dos últimas al cenit de la perfección.

Los símbolos representados por todo el contenido que hay en esos bellos edificios se conservaron. No terminaron con ellos ni los sans culottes ni los comunistas. Aún, cuando la furia fue extrema contra quienes ejercían un poder que marginaba a grandes sectores de la población, la destrucción tuvo sus límites. Una pléyade de pensadores, filósofos, economistas y juristas cuestionaron el ejercicio del poder, pero no al extremo de demoler arte y cultura.

No hay mayor retraso en la Historia de la Humanidad que destruir, los rasgos esenciales de la cultura de una época. Eso no es civilidad. Cada pueblo tiene una cultura y una historia a preservar, con sus luces y sus sombras.

Para beneficio de la Humanidad, esas maravillosas, magnificas construcciones, hoy son el solaz de multitudes que disfrutan y se apropian de un bagaje cultural de un tiempo histórico pasado. Y representa un incalculable ingreso aportado por la industria sin chimeneas.

Los símbolos en América

En tierras americanas, los primeros símbolos están representados por la obra desarrollada a partir de la monarquía castellana, la Casa de Trastámara. En 1505 La Bula del Papa Julio II, Universalis Ecclesiae, establece el Patronato Regio entre la monarquía y el papado. Quedó establecido el vínculo por el cual, en los siglos siguientes la Iglesia llevó a cabo una densa obra en territorio americano. Esto fue reafirmado por los monarcas de las dinastías Habsburgo y Borbón en una densa legislación especialmente las Leyes de Indias y en un frondoso corpus jurídico anexo. Durante siglos, la Iglesia fue la única institución que se ocupó de erigir hospitales, universidades, imprentas, escuelas, colegios, orfanatos, conventos, casas de recogimiento, cofradías, todas instituciones que pusieron remedio al hambre, a la ignorancia, a la desnudez, a la desprotección, a la enfermedad, a la violencia de género. No hubo aspecto de la realidad social que no fuera atendido por los miembros de la Iglesia. Incluido el arte y los oficios.

Párrafo aparte merece el estudio de los Concilios Limenses, como de los Sínodos de la Iglesia, especialmente en el Tucumán, todos destinados a proteger a los aborígenes de los malos tratos de algunos encomenderos despóticos.

Es claro que en el ejercicio de la defensa de los débiles muchos curas y obispos sufrieron la opresión de gobernadores que abusaron del poder conferido por Su Majestad. Como ejemplo cabe citar que, durante el gobierno de Francisco de Aguirre, la ciudad de Santiago del Estero, se quedó sin sacerdotes, por el despiadado trato del que fueron objeto, y debieron refugiarse en Esteco.

 A la partida de Aguirre, el Cabildo decidió enviar a ocho vecinos entre los más animosos con el capitán Hernán Mejía de Miraval a la cabeza, para que, cruzando la cordillera de los Andes buscasen clérigo en Chile, realizando una asombrosa travesía, en pos de tan preciada figura que era necesaria en la comunidad santiagueña. Confróntese Cayetano Bruno S.D.B. Historia de la Iglesia en la Argentina, Tomo I, Buenos Aires, Editorial Don Bosco, 1966.

La labor de la Iglesia en el actual territorio argentino ha sido fundamental desde los inicios del poblamiento hispano, como también lo es en el contexto de la historia universal. La Iglesia tiene más de dos milenios asistiendo al débil, al desprotegido, a los marginales. La labor educativa merece un análisis aparte. Su labor es universal.

En nuestro país, el Estado, posterior en su creación a la Iglesia, tiene una larga deuda por su notable contribución a la mejora en las condiciones de vida de la población.

No es de menor consideración la labor desarrollada en beneficio del prójimo por otras confesiones religiosas. No se puede desconocer que las iglesias actúan allí donde el Estado no llega con su aporte solidario. Pero el valor de las religiones es que están penetran en la profundidad de las almas.

El Estado y las diferentes formas de gobierno puestas en prácticas desde los albores de la Humanidad, no han logrado quitar el espíritu religioso, aún cuando el cientificismo y la tecnología han intentado llevar al colapso las religiones.

Y es que las religiones inciden en la interioridad de las personas, en aquellos intersticios del alma, donde se produce la comunión del hombre y la divinidad. En ese reducto privado, secreto, íntimo no pueden anidar los contenidos políticos.

Incidir en la interioridad de las personas, ofendiendo, lastimando, hiriendo las sensibilidades de la ciudadanía que manifiesta su adhesión a la causa de la religión, es un rasgo de extremo totalitarismo. Avanzar sobre los sentimientos de las personas no tiene ningún justificativo válido.

Los intentos por quitar símbolos religiosos en cualquier época histórica, y de cualquier religión merece la execración pública. Religiones y culturas son conceptos que siempre estarán unidos inexorablemente.

Interrogantes

La pregunta es: si se aprueba el inusitado proyecto y retiramos los símbolos religiosos de nuestros edificios, ¿los autores del proyecto y los legisladores, nos pueden asegurar y cumplir que superaremos los altos índices de inflación? ¿Se curarán las epidemias en el norte de la Provincia? ¿Se generará trabajo genuino? ¿No habrá más trabajo en negro? ¿Desaparecerá el comercio clandestino? ¿Bajarán los alquileres? ¿Los jubilados cobrarán más? ¿Se establecerán empresas que inviertan en la Provincia? ¿Se terminará la delincuencia, en especial el narcotráfico? ¿No habrá más femicidios ni violencia de género? ¿Habrá aumento en los salarios? ¿Podremos volver a comprar primeras marcas? ¿Degustaremos un buen asado todos los domingos? ¿Habrá viviendas para todos? ¿Accederán los habitantes de Salta a unidades 0 kilómetro? ¿El Estado podrá saldar la exorbitante deuda contraída? ¿Habrá reducción impositiva? ¿Pagarán los evasores?

Porque estos son algunos de los temas a considerar y que debe ser parte de la agenda política.

Senadores y diputados

Se elige senadores y diputados para que discurran ideas que aporten soluciones a los problemas de la gente, no para que fracturen una vez más a la sociedad.

Me asiste un cierto escepticismo en cuanto a que, de este proyecto los estoicos habitantes de esta Provincia gocemos de mayor felicidad.

Es claro que, si el pensamiento de nuestros legisladores fuera imitado por sus pares europeos, no quedaría palacio, castillo, iglesia, abadía, muralla, monasterio, mezquita sin destruir, porque todos ellos nos remiten a un pasado y son símbolos de un tiempo en el que las personas ejercieron el poder omnímodo, algunos representan la esclavitud y otras lacras que laceraron a la humanidad. El turismo colapsaría, la belleza se perdería. El Arte estaría en serio riesgo. Todo sería más triste

Habría que considerar la frase atribuida a Enrique IV de la dinastía Borbón: “París bien vale una misa”.

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