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La pobreza de la fauna y de la flora americana para el sustento es un hecho notorio. Los elementos fundamentales de la alimentación de los aborígenes eran el maíz y la papa, dos productos desconocidos en Europa.
En muchas regiones, en lugar de la papa, se consumía la mandioca. Esta carencia, redundó en la necesidad de un cultivo sostenido y en la conservación de las carnes faenadas, como lo producido en las cosechas.
La quinta y la granja castellana
Al descubrimiento de América, siguió la tarea de la conquista, el reconocimiento y la ocupación de los espacios mediante la fundación de ciudades, pero también trajo aparejado la necesidad de surtir de aquellos frutos del agro y de las reses de la ganadería que no producía el Nuevo Mundo.
Los conquistadores se vieron obligados a la introducción de caballares, vacunos, lanares, porcinos, mulares y cabríos, en un esfuerzo civilizador de una magnitud tan evidente que sobran las palabras para destacarlo.
Pero no menos importante fue el aporte de cultivos. La empresa de Indias destaca la personalidad de los grandes capitanes y misioneros, en cuanto al éxito de sus jornadas, pero olvida lo que, posiblemente, tuvo mayor trascendencia aparte de la difusión de la fe las semillas, gajos y sarmientos que trajeron consigo, con los cuales se modificó la alimentación americana y se echaron las bases de una economía que aún encuentra en la agricultura gran parte de su fortaleza. No es por cierto esta página de la conquista la más estudiada.
Entre las más importantes especies vegetales traídas a América por los españoles se encuentran: trigo, cebada, arroz y centeno; habas, garbanzos, lentejas y frijoles, y casi todos los frutales de hueso, naranjas, limas, limones. Del África se importaron distintos cultivos que se hacían en las Canarias, como la caña dulce y algunas especies de plátanos. La vid se trajo de Andalucía y cabe señalar que en 1589 fray Reginaldo de Lizárraga, que recorrió el Tucumán, señalaba que se producía vino en Salta, Córdoba y otras ciudades.
El vivero que proveyó a las tierras de Argentina estaba en Perú y Chile, donde primero se aclimataron todas esas plantas, sobre todo la higuera, la más pródiga en su adhesión a la tierra del Nuevo Mundo.
El fomento de la agricultura fue política de Estado. Carlos III en su "Real Ordenanza para el Establecimiento e Instrucción de Intendentes", en 1782 mandaba: "pues mi Real voluntad es que todos aquellos Naturales gocen de una competente dotación de bienes raíces", y en otro párrafo: "cuidando los Intendentes de que unos y otros las cultiven en su propio beneficio, haciéndoles entender cuanto interés y utilidad les resultará de esta piadosa disposición mía".
Una primera referencia procede de Pedro Sotelo de Narváez. En su "Relación de las Provincias del Tucumán para el Ilustrísimo Licenciado Cepeda Presidente de la Real Audiencia de la Plata", alude al intenso desarrollo alcanzado por la producción agrícola, la quintera y la fructícola en las tierras de Argentina a los pocos años del arribo de sus primeros conquistadores,
El Compendio de Fray Antonio
En los primeros años del siglo XVII transitó por el país el Padre Fray Antonio Vázquez de Espinosa, natural de Jerez de la Frontera y que profesó como carmelita descalzo.
Recorrió toda Hispanoamérica y de su periplo reunió sus impresiones en una obra titulada "Compendio y Descripción de las Indias Occidentales", dada a conocer el 1948 por la "Smithsonian Institution" de Whasington.
Fray Antonio hizo gala de su capacidad de observación, hondura de juicio y prolijidad en las referencias.
Su trabajo es un precioso resumen de la situación del Nuevo Mundo al terminar el siglo XVI y comenzar el siguiente.
Vázquez de Espinosa penetró en el Tucumán, partiendo de Potosí por el Valle de Humahuaca. Encontró al pueblo indio de "Omaguaca", abundante de trigo, maíz, papas, con otras raíces y frutas de España y de la tierra". Llegado a San Salvador de Jujuy, destaca que sus pobladores "los más, son arrieros, llevan harinas, maíz, quesos y otras cosas de sustento a las minas de Chibchas y Lipes"; señala "las crías de mulas y ganado vacuno que sacan a Potosí".
De Jujuy pasó a Salta, ciudad que no le mereció mayores comentarios. Vázquez de Espinosa consideró más importante a Jujuy y Talavera de Madrid que Salta. De esta última, destaca que "la ciudad tiene grandes crías de ganados, mulas y los más son arrieros; tienen almonas, donde se hacen cantidad de jabón, que llevan a Potosí con otras cosas de la tierra, lienzo de algodón y pabilo".
Fray Antonio siguió su itinerario hacia San Miguel de Tucumán, sitio en el que describe que se labra cantidad de lienzo de algodón, pabellones, sobrecamas y otras cosas curiosas.
Había en el distrito cría de mulas, y ganados y muy olorosas y preciosas maderas, y en sus campos innumerables cantidad de ganado silvestre. Excelente impresión causó Santiago del Estero, capital de la Gobernación del Tucumán en el ánimo de nuestro carmelita.
Además de capital de Gobernación, Santiago del Estero fue sede del Obispado, y sitio en el que funcionó el primer Seminario, razón que ameritaba la producción de vid y de trigo, de extrema necesidad, a los fines de proveer la Mesa donde se consagraba pan y vino.
Impactó a Fray Antonio la extensa cantidad de labranza de lienzo de algodón en todo el camino hasta Córdoba.
La ciudad de Todos los Santos de La Nueva Rioja, impresionó muy bien al fraile, de la que destaca que “tiene más de dos leguas de huertas de naranjos y los demás árboles frutales de España, y otros de la tierra, por donde se entra, que como los naranjos por el buen temple de la tierra están siempre cubiertos y cargados de azahares, está aquella entrada por espacio de dos leguas, demás de ser alegre y hermosa vista por estar los árboles todo el año cargados de frutas, y con gran frescor, y verduras que parecen aquel paraje el paraíso terrenal o un pedazo cielo, por el olor suavidad y fragancia del azahar, de que se hace en aquella ciudad cantidad de aguas de olor, y otros regalos de conservas y dulces”.
“Hay cantidad de viñas alrededor de la ciudad, de que se hace mucho vino, que es el principal trato de ella, y así para regar las viñas y huertas con los demás sembrados de trigo, maíz, patatas y otras raíces, y semillas, que todo se riega de una gran acequia sacada de un río que pasa cerca de la ciudad. Hácense en ella cantidad de lienzos de algodón, de que también hay grande cosecha; tiene en su comarca muchas crías de ganados y mulas, y sus campos son llenos del silvestre como todo aquel reino”.
La ciudad de Londres o de San Juan de la Ribera la describe con cantidad de ganados y mulas y laboreo de textiles teñidos con añil, grana y otras tinturas fabricadas con las hierbas de la zona.
Otro producto descripto es la algarroba común a toda la Gobernación del Tucumán y de múltiple empleo como fruta, postre, pan y vino.
Córdoba de la Nueva Andalucía, según Fray Antonio, “rebosa de trigo, maíz, garbanzos y otras semillas y raíces como son papas, camotes, que son batatas, achiras, y otras; hay todas las frutas de España, como son peras, melocotones, duraznos, albérchigas, albaricoques, membrillos, granadas, higos, guindas, naranjas, cidras, toronjas, limones, frutillas de Chile y otras frutas; hay cantidad de viñas con todos géneros de viñedos de uvas blancas y negras; hay muchas rosas, todo lo más del año claveles y otras flores olorosas”.
Similar impresión de prosperidad agrícola encontró en Santa Fe y su jurisdicción, San Juan de Vera (Corrientes), Concepción del Bermejo, Ciudad de la Trinidad y puerto de Buenos Aires, Nuestra Señora de la Asunción y las provincias de Cuyo.
Epílogo muy actual
En el primer siglo de exploración, asentamiento y fundación de ciudades comenzaron a crecer a ritmo acelerado; con la fertilidad de tierras feraces; los primeros cultivos domésticos en la extensión de aquellas primeras casas, generosas en espacio y en particular en quintas aledañas a las primeras poblaciones.
Fue preocupación de la corona hispánica la provisión de semillas, rizomas, sarmientos para la alimentación decente de los súbditos americanos. La ganadería alcanzó ribetes de significación, y colmando las expectativas, logrando superar en producción y en ganancias a la producción agraria, por lo menos en tierras rioplatenses.
Es claro que la política de la monarquía tanto en tiempo de Habsburgos como de Borbones fue el crecimiento y la explotación del suelo para beneficio de sus súbditos.
Una desregulación impositiva sobre algunos rubros, y en otros casos, una prudente carga impositiva, hacía pertinente estas producciones, que tenía como destinatarios a los pobladores de la zona, aunque a lo largo del siglo XVII, el comercio se dirigió a zonas distantes en un entramado de negocios de los productos de la tierra, aún cuando muchos de ellos hubieran sido traídos del Viejo Mundo.
Las quintas surtieron las mesas coloniales con generosidad desde los primeros días de la ocupación hispánica.
Escandaliza que, en nuestra generosa tierra, la errática, mezquina e inoperante política de los últimos setenta años, haya erosionado la economía doméstica haciendo difícil para el habitante común llevarse el pan a la boca.
Y mucho más deleznable es que la variable de ajuste sean siempre los sectores medios, mucho más cuando fue, es y será la clase media, la única en condiciones de operar las transformaciones que la sociedad necesita.
Las últimas medidas gubernamentales parecen anhelar su aniquilamiento o pauperizar a este segmento social y polarizar la sociedad.
La generosidad de la tierra acompañó siempre a sus habitantes, lamentablemente la política se divorcia del sector productivo y pensante. El resultado está a la vista, un elevado porcentaje de pobres y una política decididamente inequitativa.