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Dime que empleo tienes y te diré quién eres. Esta frase, que ilustraba bien el mundo del trabajo hasta hace unos pocos meses, ha perdido actualidad luego de la pandemia del nuevo coronavirus. Hasta fines del año 2019 las discusiones de aquellas personas preocupadas por el destino del trabajo y del empleo, debatían acerca de las mejores maneras de resolver temas atinentes de grupos de trabajadores que estaban siendo afectados por la globalización. La automatización, la digitalización, y la polarización de las cualificaciones estaban impactando en las remuneraciones y en las posibilidades de empleo de los trabajadores de todo el mundo y aumentaban la desigualdad entre ellos.
Hoy, 8 de cada 10 trabajadores ven en peligro su situación laboral de manera casi inmediata. También los trabajadores a tiempo completo y muchos de ellos regulares como empleos seguros hasta entonces, hoy están en peligro. Amenazas que se filtraban por las rendijas de las puertas en muchos, muy variados y específicos puestos laborales de todo el mundo, como las del cambio tecnológico, hoy se generalizaron, y el problema de la inestabilidad y de la continuidad laborales se presenta como un problema de la mayoría. Nadie esperaba un cambio de tamaña magnitud. Algunos indicadores cuantifican esta crisis como la segunda en importancia desde la II Guerra Mundial, en términos laborales.
Los resultados finales son aún inciertos y difíciles de predecir. Viejos y recurrentes problemas cobran ahora una vigencia sorprendente. La desocupación y la informalidad laboral aparecen liderando las discusiones de los gobiernos de los países de todo el mundo, principalmente de los países donde estos fenómenos tienen una prevalencia mayor: en el mundo occidental europeo y no europeo el primero y en América Latina, el segundo. La desigualdad en todas sus formas sigue instalada en las discusiones, aunque con otro cariz, sutilmente diferente. El problema se traslada de la persona al puesto de trabajo: de quién tenía las cualificaciones para desempeñarse con las nuevas tecnologías, a los puestos de trabajo que permiten desarrollarlos por las nuevas tecnologías. Una desigualdad entre puestos de trabajo predominando por sobre la desigualdad entre trabajadores.
También emergen desigualdades horizontales. Las actividades enfrentan esta crisis con diferente posibilidad de éxito/fracaso. La gente sigue comiendo y necesitando medicamentos. Con esto, las industrias de los alimentos y de lo que tiene que ver con la producción de comida van a sentir un efecto recesivo, pero no como otros sectores de la economía. La gente no viaja, se traslada poco, dejó de hacer turismo, dejó de usar hoteles, restaurantes y salas de cine. No es difícil imaginar que el empleo de todos esos sectores se está viendo en dificultades puntuales, derivadas de esta situación particular. Mozos, gastronómicos, agentes de viaje, trabajadores aeronáuticos, choferes, vendedores, enfrentan una realidad impensada hace pocos meses.
Estos trabajadores pasaron de buenas a primera a ser prescindibles. Pero en el otro polo de esta cuestión, los trabajadores que tras la crisis se hicieron aún más imprescindibles, no dan abasto y son insuficientes. Médicas/os, enfermeras/os, científicas/os, voluntarias/os, en fin, todas/os aquellos que están en la primera línea de combate arriesgando su propia salud y la vida para hacer frente a la pandemia, son más demandados que nunca. Cierran las fábricas y los comercios, pero son necesarios más hospitales y comedores comunitarios. Necesitamos menos vendedores y más trabajadores sociales que gestionen los merenderos. Todo ha cambiado.
Y lo que no cambió se hizo más grave y urgente. La informalidad laboral, ampliamente discutida y analizada, está ahora entre unos de los problemas centrales del trabajo. La economía informal contribuye con empleos, ingresos y medios de vida, y en muchos países de ingresos bajos y medios, incluida la Argentina, el NOA y, muy particularmente Salta, juega un papel económico decisivo para el bienestar de los hogares. Ahí está su principal fuente de sustento.
Una característica de estos trabajadores es que carecen de protección de todo tipo. Están en desventaja en el acceso a servicios de salud y no tienen ingresos de reemplazo si dejar de trabajar en caso de enfermedad. Desde la crisis de 2001/2002 el gobierno nacional hizo ingentes esfuerzos por integrar este sector de la población a los circuitos formales. La tasa de informalidad bajó de casi el 50% en esa fecha al 35% a mediados de la presente década, que es el nivel al que se encuentra a nivel nacional. En Salta, la tasa de informalidad laboral de asalariados es del 47%.
Y esto nos acerca y nos enfrenta, finalmente, con el problema de la vulnerabilidad. Los trabajadores informales son altamente vulnerables en cualquier contexto. Pero hay vulnerabilidades nuevas que emergen como consecuencia de la situación actual. Tal es el caso de los sectores particularmente afectados, de las regiones más frágiles, de los puestos de trabajos y de las calificaciones de los trabajadores. Y dentro de estos grupos, son las mujeres las que se llevan la peor parte. La informalidad es más elevada entre las mujeres que entre os hombres y muchas de ellas trabajan en sectores muy expuestos y peligrosos desde una perspectiva sanitaria (enfermeras, por ejemplo). Además, un número nada despreciable son sostenes de hogar y residen en hogares mono-parentales. Tienen que trabajar, tienen que dejar sus hijas/os solas/os y enfrentar un mundo todavía adverso y más difícil para ellas.