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De golpe, cuando toda la atención está puesta en la pandemia, el Gobierno nacional produjo una virtual ruptura con el Mercosur. La Argentina sueña con ser exportadora de manufacturas, pero sin planes de desarrollo sustentable, eso será solo un sueño. Y el Gobierno no los tiene. La prueba es que arriesga el vínculo con el principal destino de las exportaciones argentinas de la industria automotriz, que era una de las apuestas de Alberto Fernández y está en su peor momento.
“Nuestra Cancillería estará concentrada en conquistar nuevos mercados, motorizar exportaciones, generar una activa promoción productiva de inversiones extranjeras directas, que contribuyan a modificar procesos tecnológicos y a generar empleo”, decía Fernández a los pocos días de asumir como presidente. Hasta ahora no hubo señales de que ese objetivo continúe vigente. Los primeros resultados son desalentadores.
El Mercosur no está bien, desde hace dos décadas. Pero existe y no necesariamente debería ser un club de amigos. La relación con Jair Bolsonaro es desastrosa, por imprudencia de ambas partes, aunque las ordinarieces en este caso corrieron por cuenta del militar brasileño. Pero a la cancillería que encabeza Felipe Solá no le sobra gentileza. Los roces con los vecinos abundan y contrastan con el despliegue inicial de Fernández en su gira por Europa. Incluso, en esa ocasión, se comprometió con Angela Merkel a profundizar los vínculos comerciales entre el Mercosur y la Unión Europea.
A pesar de los buenos deseos, esta semana, el Gobierno retiró a la Argentina la mesa de negociaciones en curso entre el Mercosur con Canadá, Corea del Sur, Singapur y Líbano. Si no llega a ruptura, se le parece demasiado.
¿Vivir con lo nuestro?
Además de la mala relación con los vecinos y la ilusión de que Alberto Fernández se convierta en referente internacional de una nueva izquierda latinoamericana, el argumento oficial para esta decisión es un indicio de que en el pensamiento económico del oficialismo hay un reflejo atávico: cerrar la economía para proteger a la industria local y frenar las exportaciones agroindustriales.
La industria argentina está en crisis. Pero la culpa no es de la soja. Después del conflicto por las retenciones en 2008, en la segunda etapa kirchnerista, la industria cayó un 6% con un dólar favorable, aunque con una economía destartalada. Y con Cambiemos, se terminó de caer.
Romper con el Mercosur, en este momento, es de alto riesgo. La industria automotriz, en la que Fernández prometía hace pocos meses anclar el despegue industrial, está en terapia intensiva. Según Adefa, entre 2013 y 2019, la producción de autos y camiones cayó más del 60%. Y en abril de este año no se llegó a vender tres mil autos. Pocas semanas antes de asumir como ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, un economista de perfil industrial, sostenía, hablando con la UIA de las perspectivas que ofrecía el yacimiento de Vaca Muerta: “Esto es lo que vemos como el perfil exportador: duplicar las exportaciones con 35.000 millones de dólares en Vaca Muerta, unos 10.000 millones de dólares en la minería adicionales a lo que ya están, industria y servicios intensivos en conocimiento con 10.000 millones adicionales y agroindustria agregando valor y aumentando las diferentes actividades primarias, otros 15.000 millones. Hay un montón de elementos para el optimismo”.
Por la pandemia, Vaca Muerta entró en letargo y la única fortaleza real para lo inmediato es la producción rural. A contrapelo de la tradición peronista, Kulfas no quería, entonces, caer en un antagonismo entre campo e industria. Más allá de las teorizaciones y los atavismos, la pandemia va a dejar un daño enorme a la economía del mundo y a la nuestra, y el campo volverá a ser el buey que nos saque del pantano.
El desafío de la integración
El analista internacional Juan Gabriel Tokatlian anticipa que el futuro cercano “obligará a Latinoamérica a apoyar a Estados Unidos o China; el problema es que cada vez estamos más fracturados, sin liderazgos fuertes en la región, sin balances y sin equilibrios”.
El gobierno choca con el Mercosur con el pretexto de proteger a la industria nacional, pero se cierra a negociaciones que podrían abrir a nuestra producción mercados de miles de millones de personas. ¿Es miedo a negociar mal, por falta de un proyecto claro? ¿O es fobia a los socios del Mercosur?
Pero, ¿cómo se podrá dar respuesta a lo que los mismos industriales piden?
La UIA propuso, en diciembre, “una inserción inteligente en los mercados internacionales, basada en el plan productivo y articulado con el sector privado en la búsqueda de nuevos mercados”,
El politólogo Carlos Malamud considera que Fernández cometió doble error: “Uno es confundirse de época; el Mercosur que añora no regresará; el segundo error, creer que Argentina se recuperará con el empuje del mercado interno y de la industria patria, es aún más grave”. Por desorientación, por tratar de quedar bien con el ala mesiánica del Frente de Todos, pero sobre todo por carecer de una diplomacia idónea y profesional, Alberto Fernández parece haber d ado un paso en falso.