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La niña desaparecida -secuestrada- en Villa Lugano el lunes y recuperada en Luján gracias a la denuncia de una vecina que llamó al 911 dejó al desnudo mucha miseria y poca gloria de la realidad social argentina. El incidente entre el ministro de Seguridad bonaerense Sergio Berni y el viceministro Eduardo Villalba fue el epílogo grotesco de una búsqueda exitosa. La razón de fondo es una cuestión de cartelera. Lo cierto es que Berni siempre está en el frente de batalla y la ministra Sabina Fréderic y su equipo suelen soslayar los problemas de seguridad reales de la gente en aras de la militancia. Pero el escándalo no debe ocultar a la tragedia social nacional, de la que nadie se hace cargo.
Siempre es preferible la foto de los éxitos, y pocos se atreven a cargar con los fracasos. En estos días fue evidente que el ministerio nacional, a través de Villalba, se esmeraba en destacar la eficiencia del Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas (Sifebu), entusiasmados por el seguimiento de la niña y el cartonero a través de las cámaras de seguridad. Villalba omitió decir que ese organismo fue creado en 2016 por Mauricio Macri y Patricia Bullrich. Tampoco puso de relieve que allí se registraron como desaparecidas 21.613 personas; que 10.945 fueron encontradas y que seguían como extraviadas 10.668 personas.
La intensa cobertura por partes de los medios de comunicación - denostados por algunos gobernantes - hizo posible que una vecina de Luján sospechara de un ciclista, lo siguiera y se convirtiera así en la verdadera heroína de la jornada. Pero a la búsqueda de avocaron "más de mil efectivos de tres fuerzas de seguridad con motos, camionetas, helicópteros y perros", según informó la agencia oficial Télam.
Sería imposible aplicar el mismo despliegue para cada uno de los más de diez mil ciudadanos perdidos. Pero hay que buscarlos, tengan o no impacto mediático.
Una historia con final provisoriamente feliz. Provisoriamente, porque todo indica que la niña, su madre y su secuestrador viven en un ambiente tan presente como "invisibilizado". Un ambiente que existe el margen de los derechos humanos, se extiende en el enorme conurbano y es el campo fecundo para la miseria y el paco. Un ambiente ocultado y aprovechado por un sistema político donde la cualidad de la "proactividad y construcción" no abunda, y las decisiones están atadas a metas electorales.
Antes de la desesperada búsqueda de esta semana, cuatro hermanitos de la niña ya habían sido dados en adopción, porque su madre- según sus familiares directos - está consumida por la droga.
El empobrecimiento de la Argentina lleva 46 años de caída libre, porque fracasaron los intentos de industrialización para sustitución de importaciones, la política de libre mercado sin redes de contención y la ilusión de "vivir con lo nuestro", reflotada en la "década ganada". Según el informe del ex ministro Jorge Remes Lenicov (el que salió de la Convertibilidad) entre 1983 y 2015, la pobreza creció de 16% al 30% (entre 1975 y 1983 casi se había triplicado). En 2019 había llegado a 35% y hoy supera el 40%. Pero la pobreza no es solo fruto de la variación de precios, sino que es multidimensional. Y el caso de la niña de siete años y su itinerario desde Lugano hasta Luján en compañía de un marginal desnuda otra faceta de la pobreza. El desamparo de miles de niños. La exclusión causada por la destrucción del empleo registrado y del sistema educativo.
En la ciudad de Buenos Aires, la de mayor ingreso per capita del país, en 2019 había 1.147 personas en "situación de calle" y las organizaciones sociales, según publicó el diario La Nación, estimaban que el número ascendía a 7.251 personas, entre ellos, 871 niñas, niños y adolescentes. En 2015, UNICEF estimaba que 1,1 millones de chicos sobrevivía en la pobreza más extrema. Hoy la tarjeta Alimentar cubre a la mitad de los seis millones menores de seis años. La pobreza puede sobrellevarse, a veces, pero la exclusión lleva a la desesperación. El caso de estos días nos angustió, nos alegró un poco, pero es un síntoma de la Argentina que vivimos.