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Irán, Hamás y la cuestión palestina

Miércoles, 26 de mayo de 2021 00:00
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La lluvia de misiles lanzados desde Gaza por las milicias de Hamás contra territorio israelí provoca un giro copernicano en el conflicto palestino. La Autoridad Nacional Palestina (ANP), instalada en Cisjordania desde 1994 como resultado de los acuerdos de Oslo y actualmente ejercida por el presidente Mahmud Abás, hasta ahora el único interlocutor reconocido internacionalmente de los palestinos, amenaza eclipsarse ante su incapacidad para controlar la franja de Gaza, erigida en un territorio independiente gobernado por una organización político-militar apoyada por Irán y catalogada de "terrorista" por Israel, Estados Unidos y la Unión Europea.

Esto significa que los avances logrados durante décadas en las negociaciones internacionales para resolver el conflicto corren el peligro de extinguirse ante la virtual desaparición de uno de sus dos signatarios y su sustitución, en el terreno de los hechos, por una facción cuya acta fundacional preconiza el desconocimiento de esos acuerdos provisorios.

Este escenario beneficia al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, quien desde hace años busca eludir esos compromisos, oportunidad que ahora le es servida en bandeja por sus más encarnizados enemigos.

El ocaso de la ANP es el último capítulo de un largo proceso en que el nacionalismo laico, expresado por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), fundada por Yasser Arafat, fue perdiendo espacio ante una corriente político - religiosa que une la reivindicación nacional palestina con el fundamentalismo islámico. El punto de partida fue el levantamiento popular de 1987, conocida como la "Primera Intifada", que posibilitó el surgimiento del Movimiento de Resistencia Islámica, Hamás por su acrónimo en idioma árabe, alentado por los siete jeques más relevantes del islamismo palestino.

Originariamente, la estrategia de ese sector, que conformaba una ramificación en Gaza de los Hermanos Musulmanes, una organización fundamentalista con epicentro en Egipto, seguía la consigna de "islamizar desde abajo", mediante una red de organizaciones asistenciales, sanitarias y educativas, conocida como Al Mujama Al Islamiya, sin entrar en una confrontación abierta con Israel. Por esa actitud eran incluso tildados de "colaboracionistas" por sus adversarios de la OLP.

Pero en la década del 80, el triunfo de la revolución islámica en Irán de 1979 llevó a esa corriente religiosa a una paulatina radicalización política, basada en una reinterpretación del mensaje del Corán orientada a legitimar la acción armada. Esa radicalización, extendida en todo el mundo islámico, se profundizó tras la desaparición de la Unión Soviética, que había sido el principal sostén del nacionalismo árabe en la confrontación con Israel, considerado el principal aliado de Estados Unidos en Medio Oriente.

El estatuto fundacional de Hamás planteó la reivindicación palestina en términos de creación de un "Estado Islámico" cuya superficie abarcaría la totalidad del territorio israelí, en oposición a las posturas de la OLP que aceptaba la solución de los "dos estados" homologada en 1993 en los acuerdos de Oslo, suscriptos por Arafat y el primer ministro israelí Isaac Rabin, luego asesinado por un fanático de la ultraderecha religiosa judía.

En 2005 Hamás se presentó a elecciones y ganó el gobierno de Gaza y en 2007 sus milicianos expulsaron por la fuerza de ese territorio a la OLP. La superficie palestina quedó entonces dividida en dos: Cisjordania, en manos de la ANP, y Gaza una pequeña franja de 361 kilómetros cuadrados y dos millones de habitantes, administrada por Hamás. Desde allí desencadenaron dos cruentos conflictos con Israel en 2008 y 2014.

La otra cara de la moneda

Pero esta irrupción del factor religioso en el campo palestino tiene su contrapartida en Israel.

La corriente encabezada por el histórico líder laborista David Ben Gurion, de la que formaba parte el asesinado Rabin, era hegemónica en el momento del nacimiento del Estado hebreo en 1948 y expresaba la corriente principal del sionismo en aquella época, con un perfil ideológicamente socialdemócrata.

En un fenómeno similar al que se producía simultáneamente en el mundo árabe, esa corriente laicista también fue perdiendo posiciones ante una coalición derechista, surgida alrededor de la consigna del "Gran Israel" y opuesta a toda concesión territorial a los palestinos, que unificó al nacionalismo del Partido Likud, fundado por Menahem Beguin, el rival histórico de Ben Gurion, actualmente liderado por Netanyahu, con el poderoso movimiento religioso ortodoxo judío.

Este deslizamiento de poder provocó dos consecuencias extremadamente importantes. En primer lugar, generó un endurecimiento de Tel Aviv en las negociaciones, acompañado por un sostenido avance de la colonización judía en los territorios en disputa. En segundo término, impulsó una tendencia hacia la "judaización" del Estado, patentizada en 2019 con la ley que estableció al hebreo como único idioma nacional y le quitó esa condición a la lengua árabe, hablada por el 20% de la población israelí.

Los sangrientos incidentes entre judíos y árabes israelíes en las calles de Jerusalén, que sirvieron como detonante y excusa para la acción de Hamás, revelan la intensificación de este nuevo costado del conflicto.

Este previsible agravamiento obedece a una cuestión demográfica: el índice de natalidad de las familias árabes es muy superior al de las judías, por lo que la proporción de la población israelí de origen árabe seguirá aumentando incesantemente en las próximas décadas.
Paralelamente, en su estrategia para contrarrestar la expansión de Irán en Medio Oriente, el gobierno de Donald Trump incentivó un acercamiento entre Israel y las monarquías petroleras del Golfo Pérsico, que otorgan más relevancia a la amenaza de Islam chiita encarnado por el régimen de Teherán que a su tradicional solidaridad con los palestinos. Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y Barheim establecieron relaciones diplomáticas con el Estado judío, mientras que Arabia Saudita avanza en negociaciones subterráneas con Tel Aviv.

De la unidad a la confrontación

El resultado es que la histórica cuestión palestina dejó de representar una consigna unificadora de los países árabes para constituirse en una pieza de la estrategia iraní para enfrentar a sus ancestrales enemigos sunitas. 
En ese juego geopolítico, Teherán encabeza una coalición integrada por los guerrilleros libaneses de Hezbollah, el régimen sirio de Bashar al Asad y un sector de la alianza gobernante en Irak, un país con población mayoritariamente chiita. 
Hamás pasó ser una excepción histórica en el mundo islámico: una organización político-militar sunita abandonada por sus correligionarios y apoyada por sus antiguos rivales chiitas para enfrentar a Israel.
El pensamiento lineal suele imaginar que todo conflicto internacional tiene una solución posible. Sin embargo, esa regla suele ser contradicha por los acontecimientos. 
Existen conflictos que no tienen ninguna solución política a la vista. Todo indica que el conflicto palestino ha ingresado en esa categoría. En esas circunstancias, la obligación de la comunidad internacional no consiste en resolverlos sino en tratar de encausarlos dentro de ciertos límites. El cese de fuego promovido por la administración de Joe Biden se inscribe en esa dirección.
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico

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