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"Casa tomada", metáfora de la Argentina

Miércoles, 23 de junio de 2021 02:07
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Existen los cuentos perfectos. Esos que por su síntesis, por la contundencia de su mensaje, por la reflexión a la que invitan, por las imágenes que evocan o por su gran poder simbólico, se erigen por derecho propio en íconos de la literatura universal. Son esos cuentos de tanta belleza y singularidad que - para todos los que trajinamos torpemente con las palabras - soñamos con ser capaces, alguna vez, de poder escribir. "Casa Tomada", escrito en 1946 por Julio Cortázar, es uno de esos cuentos.

Apenas comenzada su lectura nos abofetea con una frase premonitoria: "Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina". Es verdad.

Y, peor todavía, desde hace muchos años que todo lo bueno se va. Sea la riqueza producida en nuestro suelo; sean las ilusiones de tantas generaciones frustradas o perdidas; o sean los talentos formados en nuestras entidades educativas que tanto necesitamos para innovar, desarrollarnos y crecer.

Y es natural.

Argentina ha roto su compromiso con el futuro así que ahora sólo nos queda un pasado turbio, idealizado y borroso de tantas veces que fuera reescrito y un presente revisionista y lastimoso del cual no nos queremos anoticiar.

Mientras tanto, hacemos como Irene y su hermano. Vivimos el día a día. Nos levantamos temprano, trabajamos denodadamente de la misma manera que ellos se ocupaban de mantener su casa y asumimos con total naturalidad que pasen cosas inexplicables e inexcusables al mismo tiempo. O que la casa pueda ser tomada. O perdida. "Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo... Entonces -dijo (Irene) recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado".

Nosotros - todos nosotros - somos Irene y su hermano. Están tomando la casa; nuestro país. Primero vaciaron de poder real el Poder Legislativo mientras nuestros representantes les delegaron venalmente su autoridad. Ahora avanzan sobre la justicia mientras el Poder Ejecutivo ya está tomado por una persona que provoca vergüenza ajena de manera permanente, tanto local como internacionalmente. El mismo señor que suele dar clases de derecho, de economía, de salud, de construcción social o de ética desde un pedestal de autoridad moral sobre el cual suele autoerigirse. Y desde el cual suele inmolarse también en cada acto de incontinencia verbal -fatal y garantizada- que no sabe, no quiere o no puede corregir.

"Han tomado la parte del fondo."

Han tomado la producción ganadera. Pronto tomarán la producción agrícola. Están avanzando sobre la producción y la distribución de energía. Sobre las empresas de comunicaciones y sobre los medios de comunicación. Sobre las empresas quebradas que "rescatan" luego de asfixiarlas hasta ponerlas de rodillas y al borde de la extinción.

Están tomando el derecho a la educación. Mientras la UCA constata que uno de cada cuatro chicos en esta casa tomada no come todos los días, un millón y medio de chicos se desconectaron del sistema educativo formal el año pasado y se estima que esta cifra, este año, se duplicará. ¿Cuántos chicos de cada cuatro, a fin de este año, no van a comer en todo el día o todos los días? ¿Y a fin del año que viene?

Han tomado la vida. "Prefiero 10% más de pobres y no 100.000 muertos en la Argentina", dijo una vez en abril de 2020 Alberto Fernández. Superamos ya la primera cifra y nos vamos acercando horrorosamente a la segunda. Argentinos fallecidos por haberles negado las vacunas que podrían haberse provisto con contratos transparentes, diversificados y oportunos. Y que, en el colmo del cinismo y de la amoralidad, se los acusa de haberse negado a inmunizarse. Como si hubiera habido un exceso de vacunas. Me cuesta imaginar una conducta más canallesca que esta. O más cruel para con la sociedad que pretenden liderar.

Están tomando la vida nuestras vidas y los medios de subsistencia de gran parte de la ciudadanía. Nos quieren quebrar y "tomar" a nosotros también. Sin embargo, no hay discusión real alguna. No hay protesta. No hay rebelión. Sólo una callada y resignada aceptación. Una extraña mansedumbre sin explicación.

Una televisión decadente en la que sientan en una misma mesa, convocados a un "debate", a personajes siniestros, limitados y elementales. No vamos a hacer nombres, pero abundan los ejemplos. Los "debates" como shows pugilísticos. Shows de box verbal donde no se esgrimen ideas. Shows en los que sólo se escupen gritos y donde supuestos "periodistas" azuzan la pelea y se extasían ante la sangre virtual vertida tras un rating ilusorio y frívolo. "Periodistas" que sólo cobran su sueldo a fin de mes. Más los ocasionales "bonos" que sin duda les deben llegar.

Nos quieren hacer ver cosas que no existen mientras nos distraen con temas intrascendentes buscando que dejemos de mirar justamente aquellas cosas que realmente importan. Así, infantiles e infantilizados, nos enojamos ante cosas surrealistas y triviales mientras los dejamos hacer cosas aberrantes y humillantes. Nos dejamos distraer con sus discursos de barricada de dinosaurios que persiguen sueños revolucionarios propios de centros de estudiantes de universidades de otro siglo mientras los dejamos hacer, en sigilo y en silencio, cosas que nos perjudican a todos, cosas que nos matan. Y también, de paso, les permitimos ganar - una a una -diversas "batallas culturales" que parecen triviales pero que no lo son.

Ejemplo. Disfrazados bajo la supuesta igualdad de género tras la cual se embanderan y que no resuelve ni en sus más mínimas aristas los graves y serios problemas que el tema nos plantea, festejan la promulgación de un presupuesto con igualdad de género cuando carecemos de todo plan económico en general.

O promulgan la obligación para los medios de comunicación de exhibir el "Certificado de Conducta de Género" mientras esconden detrás de esta maniobra algo mucho más peligroso: la discrecionalidad para asignar pauta y financiar medios afines o castigar a aquellos que les resulten más difíciles de doblegar.

Cómodamente adormecidos...

“Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar”. 
No nos damos cuenta, pero ya vivimos sin pensar. Estamos adormecidos. Anestesiados. 
En un solo día, todos los días, se pronuncia un conjunto tan descomunal y desproporcionado de dichos, contradichos, falsa información, chicanas, insultos, falacias, dichos fácticos y contrafácticos que, sólo por la cantidad, apabullaría a cualquier persona normal y sensata. Ni hablar cuando se considera la barbaridad - cuando no las atrocidades - de las cosas que se dicen con tanta vileza y liviandad. 
Se puede ser vil y liviano al mismo tiempo. Líquido. Amorfo. Y también amoral. 
Y la respuesta - quizás natural - ante esa avalancha de agresiones es cerrarnos. Es volvernos indiferentes. Apáticos. 
Como si todo lo que pasa le pasara a un otro cuyo destino no me interesa ni me concierne en lo más mínimo. No nos damos cuenta que esa apatía es en contra nuestra; nos perjudica a todos y cada uno de nosotros. 
Nos van tomando el pensamiento. “Se puede vivir sin pensar”. 
Nunca más oportunas las palabras del pastor alemán Martin Niemöller: “Cuando vinieron a buscar a los comunistas guardé silencio porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas guardé silencio porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas no protesté porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a buscar a los judíos no pronuncié palabra porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí no había nadie más que pudiera protestar”.
“... y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada”. 
Quizás sea hora de irnos y tirar la llave a la alcantarilla. Dejarlos solos. A ellos, con su perversión y su locura. Que se queden con todo y que deje de ser nuestro problema. 
Podemos irnos a otros lugares. A otro lugar.
Si no lo hacemos, y si no reaccionamos a tiempo tampoco, quizás nos pase como a Irene y a su hermano y nos veamos forzados a dejar la casa; en medio de la noche, en pijamas, con lo puesto y nada más.
 

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