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5 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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El diálogo es posible, y necesario

Lunes, 19 de julio de 2021 01:53
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Para muchos de los que tuvimos que vivir la terrible crisis del 2001 - 2003 desde el centro del remolino, leer la crónica de esa época nos deja la sensación de que ese año y medio fue una especie de agujero negro, que nos sacó de la historia, la que recién reaparece con la transmisión del mando de mayo del 2003.
Pero ese año y medio fue un período de tal intensidad, de un esfuerzo y un compromiso colectivos de tal magnitud que no puedo menos que recordarlo como uno de los períodos más importantes de mi vida; dramático pero generoso y constructivo como pocas veces en nuestra historia.
En diciembre del 2001, recién electo senador, mis compañeros me eligieron para ocupar la vicepresidencia del Senado de la Nación, cargo que desempeñé durante seis años pero que en ese momento, junto con el de presidente provisional, implicaba funciones especialmente claves por la ausencia de vicepresidente de la Nación y por tratarse de la única experiencia en la historia argentina de un verdadero gobierno parlamentario con un presidente elegido entre los miembros del cuerpo (Eduardo Duhalde era senador) y un parlamento y un ejecutivo trabajando juntos en el diseño y la concreción de las políticas de Estado.

Renuncia sorprendente

La sorpresiva renuncia de Fernando De la Rúa nos cayó como una piedra y, en ausencia del presidente provisional Ramón Puerta, que se encontraba en el interior en una reunión con gobernadores, tuve que hacerme cargo del Senado prácticamente como única autoridad caminando para llegar al Congreso en medio de piquetes, barricadas, bandas de todo tipo asaltando negocios y provocando incendios en un clima de exasperación que era caldo de cultivo para cualquier cosa.


Ese era el clima que se vivía, un estruendoso derrumbe institucional que después de varios intentos solo logró encarrilarse con la designación y asunción como presidente de Duhalde, y una brutal caída de la economía con su secuela de desesperación, pérdida de empleos y una creciente indigencia con millones de argentinos imposibilitados de proveer el más mínimo alimento a sus familias. Todos teníamos la sensación de que estábamos al borde de una guerra civil. Que un año y medio después estuviéramos entregando el mando a un presidente electo democráticamente en un país pacificado y en franco crecimiento parece un verdadero milagro, Tuvo, sin embargo, explicaciones muy realistas y concretas con personajes de carne y hueso que es necesario rescatar.
El papel central lo tuvo por supuesto el senador y designado presidente Eduardo Duhalde, que tuvo la humildad y el enorme mérito de convocar al diálogo desde el primer momento a todos los sectores de la sociedad con protagonismo efectivo del Congreso. Esto permitió tomar decisiones para reordenar la economía y generar medidas sociales de emergencia destinadas a asistir a millones de argentinos que no tenían ni el mínimo alimento para sobrellevar la crisis mientras el reacomodamiento se produjera y se empezaran a notar la reactivación de la economía y la recuperación institucional.
En los hechos, la posterior asunción del presidente democráticamente electo Néstor Kirchner se concretó en un clima social y político totalmente distinto. 
Pero la humildad y el indudable mérito de Duhalde no hubieran sido suficientes de no contar con el generoso compromiso de algunos actores fundamentales para sostener el proceso de recuperación que se iniciaba.
En primer lugar, la madurez y solidaridad del pueblo argentino y sus dirigentes sociales y gremiales que, conscientes de la gravedad de la hora, supieron posponer legítimos reclamos y acompañaron con esfuerzo y generosidad el difícil camino emprendido.
En segundo lugar la grandeza de un dirigente político admirable, el doctor Raúl Alfonsín, que en el peor momento dejó de lado toda especulación política para meterse en el barro y ayudar a ordenar a la oposición en una actitud constructiva que fue la base para la recuperación institucional y la gobernabilidad de la argentina.
Me tocó trabajar con él en el Senado y tome consciencia de su autoridad moral y el respeto que generaba en todos los sectores políticos. Sin su acompañamiento hubiera sido muy difícil una salida ordenada de la crisis.
Finalmente el liderazgo social y la valentía de una autoridad religiosa, el entonces cardenal Bergoglio, hoy papa Francisco que, con su compromiso social y su solidaridad supo llevara la mesa del dialogo a los sectores más castigados por la crisis. Personalmente me siento muy orgulloso de haber sido protagonista en esa etapa de la historia Argentina y miro con profunda amargura la nueva crisis que pandemia mediante, nos toca recorrer de nuevo a los argentinos.

 Crisis sanitaria

No tengo dudas de la gravedad de la crisis sanitaria y del consecuente crecimiento de la pobreza, la indigencia, la desesperación y la pérdida de expectativas. Sin embargo, como en el 2001, me vuelvo a preguntar si no nos estará haciendo falta un poco de humildad y de grandeza sin especulaciones para retomar el diálogo y empezar a buscar juntos el camino de salida de la crisis.
La experiencia nos demuestra que es posible y yo mantengo la confianza en la capacidad y generosidad del pueblo argentino para acompañar el esfuerzo cuando los dirigentes se ponen a la altura de las circunstancias y marcan en conjunto un rumbo solidario y responsable
 

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