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Sucedió en La Matanza. La graduada en Historia Laura Radetich, en una discusión con un alumno adolescente y que fue filmada por un compañero, se convirtió el jueves en "top ten" en las redes sociales porque lo que ocurre en una escuela interesa a toda una sociedad.
Cuesta denominarla "docente", porque ninguna persona digna de tal título agravia a un alumno para tratar de ocultar su ignorancia y su incapacidad para fundamentar sus mitos y creencias.
Más allá del dictamen que produzcan los peritos psicólogos sobre su salud mental, es claro que a ella la desestabilizaron dos preguntas del estudiante: una, cae de maduro: ¿Cómo puede un adulto creer que los problemas de la Argentina son imputables a cuatro años de gobierno de Mauricio Macri y deslindar las responsabilidades de Alberto Fernández, del matrimonio Kirchner, y, en definitiva de un oficialismo que de los últimos 76 años, gobernó 37?
La otra pregunta crítica: ¿Cómo se puede elegir una vicepresidenta multiprocesada? La señora Radetich no podía invocar la fantasía del "law fare", porque ni ella ni los alumnos se lo creen. Lo hizo, y apeló al agravio.
Para completar el papelón de los adultos frente al adolescente, el presidente Alberto Férnández desautorizó al ministro Nicolás Trotta, que había expresado su repudio, y afirmó que la profesora militante hizo bien porque el debate "abre la cabeza".
Revisando la historia de la educación, desde Sócrates y Platón hasta Johann Heinrich Pestalozzi, María Montessori, Paulo Freire o Jean Piaget, la pedagogía es otra cosa: no es "abrir la cabeza" (o "melonear"): educar es ayudar a madurar la capacidad de pensamiento libre y responsable. Es decir, libre, porque es fundamentado en la verdad y en capacidad de crítica, y responsable, porque el sabio conoce sus límites.
Un docente debe estar preparado para analizar las objeciones de los alumnos. Antes, por supuesto, no debe politizar sus clases ni convertir el aula en escuela de doctrina propia de las logias o sectas fundamentalistas. Ese modelo, disfrazado, prolifera en nuestra vida política y circula a través de las redes, a falta de respuestas para los grandes problemas del país. Las dos preguntas del alumno que desbarataron a la señora Laura Radetich (y a Fernández) dejan al desnudo a toda la política. La discusión grabada en el aula documenta, grotescamente, la impotencia de los dirigentes. Radetich le dice al alumno que "Macri destruyó tu futuro". Macri no es Superman y el futuro, si bien hoy se ve complicado, es una construcción que pronto estará a cargo de la generación del chico interpelante. Una generación, como varias, debilitadas por el deterioro de la educación pública durante cinco décadas.
La profesora y el presidente exhibieron el abandono de la democracia como valor esencial, el desconocimiento de la libertad de pensamiento que impera en el sistema político.
¿Qué significa pensar? Esta pregunta la formula uno de los más importantes filósofos de los últimos 120 años, Martín Heidegger: "Pensar solo acontece como aprendizaje... lo que más merece pensarse en nuestro tiempo problemático es el hecho de que no pensamos", responde en sus lecciones de 1951-1952.
Más allá de la profundidad de este diagnóstico, y volviendo al aula de La Matanza, el criterio de "pensar" está ausente en la retórica, las discusiones y los tuits políticos. El oficialismo no puede pronunciar dos frases seguidas sin convertir a Mauricio Macri en un semidios depredador. Pero ni ellos ni los voceros habituales de la oposición "piensan" las causas (y menos, las soluciones) ante la realidad de seis millones de indigentes y de 22 millones de pobres, que no son el producto ni de la deuda de 330.000 millones de dólares que acumuló Cristina Fernández, (y que no pagó), ni del zafarrancho de Macri a partir de 2018, incluida la deuda con el FMI.
Laura Radetich no está en condiciones de desempeñarse al frente de un aula, pero su desmesura tiene una notoria coincidencia con las herméticas publicaciones de "Carta Abierta", el grupo de universitarios que engendraron el secretariado del "Pensamiento Nacional", negación del pensamiento y de la pluralidad esencial de una nación.
El problema no es Macri o Cristina, sino un país barranca abajo, con la economía estancada, la tecnología obsoleta y el desempleo rampante, mientras la dirigencia se distrae con cotillón y bijouterie, desde la ficción de Tecnópolis, los espectáculos de Fuerza Bruta o la competencia de Midachi.