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Este año pasado tan quieto de eventos multitudinarios -al menos en los primeros meses- trajo algo así como una tendencia a conmemorar hechos ocurridos tiempo atrás.
Tomaron trascendencia sucesos de los que celebramos sus primeros cinco, diez o veinte años; más y menos también. Pudo ser un gol, una canción, una última presentación, nacimiento, partida, algo a lo que podamos celebrarle su aniversario, algo que entre en la categoría de efeméride.
Veinte años. Veinte años del 2001, veinte años de las Torres en septiembre y veinte años de un veinte de diciembre. Dos décadas que, en lo personal, también traen significados íntimos. Porque cada uno de nosotros tiene sus propias efemérides que no salen en los diarios pero que en algún punto se vinculan con las noticias de esos días.
Claro que, ese análisis y esa conexión la hacemos con el tiempo, con el diario de mañana. No somos piezas puestas al azar, no somos vidas sueltas, no somos perlas de un solo collar.
Todos los años traen recuerdos. Veinte años puede ser mucho o puede ser poco. Hay quienes aún no pueden mirar atrás y quienes pueden hacerlo hasta dos o tres veces.
Volver la mirada y encontrar el momento preciso en que la inocencia da paso al descubrimiento, en que la venda cae de los ojos, en que el mundo se hace más grande, más amable o más hostil. Cuando ese mundo infante se preserva y se guarda -nunca muere- ante la luz de las intelectualidades y las lecturas, a la luz de las vivencias, a las sombras de las traiciones.
En esa noche oscura, que da paso a un amanecer claro y luminoso están las respuestas, ¿o son más preguntas? Pero nada volverá a ser igual, incluso el recuerdo de ese momento, que veinte años después nos devuelve en el espejo la (¿mejor?) versión de nuestro paso a través del tiempo.
¿Se trata solo de tiempo? Preguntaba desde mi inexperta juventud y los mayores decían que sí, decían que sí con su calma, decían que sí con su silencio o con su lucha, decían que sí con su templanza en la mirada. Decían que sí cuando yo preguntaba ¿cómo se puede vivir con eso? Con lo que fuera que les hubiese pasado. Para mi pregunta daba lo mismo un éxito que un fracaso, tiempo, respondían, tiempo.
Y pasaron los años, por suerte pasaron los años, y yo pasé a través de ellos, pero sobre todo los viví y los sigo viviendo con la mayor intensidad posible, algunos más sosos, otros los aprovecho más, y en eso de vivir es que voy comprendiendo el peso de las decisiones, los destinos posibles de haber dicho o hecho otra cosa. Los destinos imposibles que se pierden en la dimensión de las posibilidades que no fueron.
¿Dónde se condensa ese conocimiento para quien no quiere esperar? Mirá bien. No vaya a ser cosa que vivas cerca del kiosco de doña Lita, o subas a menudo por una escalera que tenga una ranura en su decimonono escalón. Que te llames Alicia o Carlos Argentino, da lo mismo, solo vas a ver si se deja ver.
*Relato inspirado en el cuento "El kiosco de la esquina", de Angélica Gorodischer (Las Nenas, 2016). Al inicio del mismo advierte: "Un cuento ya no para nenas chiquitas pero si para nenas más grandes, casi casi adolescentes. Dele el libro nomás y que lo lea ella. Si le pregunta ¿y qué fue lo que vio (la protagonista)?, usted dígale que no sabe"