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7 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Una Argentina inmóvil que se siente el centro del mundo

Domingo, 13 de noviembre de 2022 00:00
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Basado en las ideas de Ptolomeo e influido por Platón -su maestro-, Aristóteles comenzó a mirar el Universo con mayor profundidad. Primero sentó las bases del método científico y luego imaginó un universo esférico, con la Tierra -inmóvil- en el centro, y todo el resto de los cuerpos celestes girando unidos a 55 esferas transparentes concéntricas con la Tierra. Esta cantidad de esferas era necesario para poder ubicar a los astros observables de la época: la Luna, el Sol, las estrellas errantes (planetas) y las estrellas fijas.

El "Divino Aristóteles" fue entronizado siglos más tarde por la Iglesia Católica, encantada con esta visión geocéntrica del Universo que, envuelta en forma de teoría científica, coincidía -con hermosa precisión- con el relato bíblico.

Copérnico pasó veinticinco años documentando sus observaciones y trabajando en el desarrollo de este modelo heliocéntrico del universo -donde el Sol es el centro y todo gira alrededor de él-; modelo que se iría a enfrentar tanto con el modelo aristotélico como con la Iglesia Católica.

Y si bien no fue el primero en cuestionar este modelo esférico geocéntrico, la contundencia de las demostraciones expuestas en su libro "De revolutionibus orbium coelestium" ("Sobre las revoluciones de las esferas celestes") hicieron que la obra iniciara una revolución contra el orden establecido por el mayor sabio conocido hasta entonces. Esta obra es considerada el punto de partida de la astronomía moderna y una pieza clave que ayudó a gestar la revolución científica, todavía embrionaria, en el Renacimiento.

Copérnico falleció el mismo año que publicó su libro (1549), por lo cual no se enfrentó a los dilemas que sí enfrentaría Galileo Galilei, casi cien años más tarde; conflicto que lo llevaría a la cárcel primero; a la abjuración de su teoría y, al final, a la creíble pero nunca demostrada frase: "Eppur si muove!" ("Y, sin embargo, se mueve"). Según la leyenda, la habría murmurado luego de haber renunciado a sus ideas heréticas en las que nunca dejó de creer a pesar de la retracción.

En ciencia, a casi todo Aristóteles le llega su Copérnico, y lo que es cierto hoy podría ser un disparate mañana. Un dislate total. Como los son, hoy, las esferas de Aristóteles. El modelo de Copérnico fue destronado por el de Newton, 138 años más tarde. La base de la ciencia es cuestionarse a sí misma todo el tiempo; nunca dar nada por sentado ni por verdad absoluta. Un pirronismo inclaudicable y sin concesiones. Se pueden imaginar infinitos experimentos para probar una teoría; basta uno solo fallido para derribarla.

Argentina aristotélica

Argentina peca de argentocentrismo aristotélico. Vaya uno a saber por qué. Quizás alguna necesidad de compensación que arrastramos desde tiempos inmemoriales y que nos lleva a imaginarnos en el centro del mundo conocido. Y del desconocido también. Nosotros nunca abrazamos el pirronismo.

Miramos, por ejemplo, las elecciones en países vecinos y, a toda velocidad, pretendemos entender que lo que ha sucedido allí o allá es una muestra de lo que sucederá acá. En la imaginación de algunos, el mundo es nuestra colonia y todo no es más que un gran experimento de lo que será después acá.

El oficialismo y, en particular, el kircherismo -que en las formas es un movimiento calcado con el bolsonarismo-, buscó anclarse en el triunfo de Lula para dar sustento a una épica que traccione votos hacia ellos. Omiten considerar que, para ganar, Lula tuvo que ampliar la base del PT aliándose con su archirrival histórico centrista. Para entenderlo, imaginemos que se juntaran en una misma fórmula Cristina Elisabet y Mauricio Macri; buscando vencer en una hipotética segunda vuelta a un también hipotético Javier Milei. ¿Serían, por caso, tanto Cristina Elisabet como Macri capaces de semejante apertura mental y política? No lo creo.

La lectura que hacen del triunfo de Lula Da Silva es que ganó la izquierda; que toda Latinoamérica está virando a la izquierda; ergo, Cristina Elisabet Fernández de Kirchner sería la candidata natural e ideal para un nuevo experimento K; kirchnerismo que completará dieciséis años en el poder cuando, al fin, Alberto Fernández termine su mandato.

Volviendo a la lectura de lo sucedido y a la lectura de la lectura de lo sucedido; ¿no es demasiado lineal asociar a Lula a la izquierda? ¿Ganó el Partido de los Trabajadores (PT) o, de nuevo, ganó una coalición en contra de otra? Por otro lado, el Lula de hoy -capaz de aliarse a su otrora rival político-, ¿sigue siendo el Lula sindicalista metalúrgico de sus inicios, o estamos ante otro Lula más político, más golpeado, más conciliador y negociador? ¿Este Lula puede ser asimilado, en alguna forma, a Cristina Elisabet? ¿A la izquierda? Tampoco lo creo.

Con brillantez, Ezequiel Jiménez afirmó, en este mismo espacio, que Brasil eligió volver al pasado ante el miedo "al abismo neoconservador que entiende la dinámica política como una coalición entre el antropocentrismo y la falacia de la tradición como salvación". También agrega que "la nostalgia nunca fue buen puerto para los que piensan en futuros mejores". Coincido ciento por ciento. Más desde nuestra usanza en la que cada experiencia electoral se plantea en términos de "nosotros o el abismo". Y desde donde cada coalición representa el abismo para la otra. Parafraseando a Jiménez podría decir que el maniqueísmo tampoco es un buen barco para arribar ni a puertos seguros ni a mejores.

En mi opinión, es más correcto pensar que quien ganó es la oposición; sin importar el signo ideológico del triunfador. Otra forma incluso más correcta de leerlo podría ser, quizás, que en todos lados están perdiendo los oficialismos. De nuevo, en mi opinión, no es que ganan las oposiciones por sus méritos o el de sus ideas, sino que pierden los oficialismos por sus torpezas y sus carencias. Por el callado resentimiento, desaliento y desilusión hacia los partidos políticos y hacia la política en general que se está gestando desde hace décadas en el seno profundo de las poblaciones de toda la región y del mundo.

Un reporte desesperanzador

Con desazón leo el reporte anual del Instituto Bertelsmann Stiftung sobre la calidad de la gobernanza individual, regional y global. En él se muestra cómo en el año 2021, a la salida de la pandemia global, todos los índices (participación política; calidad y estabilidad de las instituciones democráticas; nivel de desarrollo económico; desempeño económico; capacidad de gobierno; construcción de consensos; imperio de la ley; separación de poderes; integración política y social; estabilidad monetaria y fiscal; sostenibilidad; eficiencia en el uso de recursos y cooperación internacional) se han deteriorado, en general y de manera significativa. Muestra cómo han aumentado las autocracias en desmedro de las democracias; cómo han retrocedido varios países en términos de crecimiento económico y cómo se han intensificado los conflictos nacionales e internacionales, también en desmedro del consenso.

El estudio resalta un marcado agotamiento de la resiliencia a todo nivel; sea este local, regional o global.

La cantidad de autocracias creció en los dos últimos años de 63 a 70, y la cantidad de democracias (entre las consolidadas, las "defectuosas" y las "altamente defectuosas") cayó de 74 a 67. Estos índices muestran un deterioro significativo y consistente en casi todos los países, incluso en democracias sólidas. Esto muestra una erosión persistente de las instituciones democráticas y del respeto a los derechos individuales en casi todos los países.

En el análisis región por región, si bien los 22 países de América Latina y Caribe estudiados siguen siendo en general democráticos (con la excepción de Venezuela, Cuba y Nicaragua), la polarización va en aumento y el agotamiento de esta resiliencia es más marcado y muestra una caída importante. La región ostenta uno de los deterioros más fuertes en términos económicos del mundo, al tiempo que la exclusión económica y social, la inequidad, la fractura educativa y la crisis sanitaria ponen en jaque a los gobiernos, que no tienen idea alguna sobre qué modelo proponer -ni adoptar- hacia delante.

Todos estos desafíos sirven para explicar, en parte, la fractura política y social que, por ejemplo, pusieron en evidencia las elecciones de Brasil, donde al ver el mapa de los Estados de uno y otro signo dejó en evidencia un quebranto absoluto del país en dos mitades; tanto en términos electorales (50,9% a favor de Lula contra 49,1% a favor de Bolsonaro); como el de un país fracturado a la mitad entre los estados del sur bolsonaristas y los del norte petistas.

Nada de todo esto es trasladable, per se y de manera automática, a Argentina; excepto, quizás, esta resiliencia declinante, la pérdida de fe en la capacidad de los partidos políticos y de los políticos en resolver los problemas de la gente y la evidencia, cada vez más dura e insoslayable, que nos muestra que la agenda política y la agenda social se disocian en forma inexorable.

Mientras tanto, nosotros seguimos tan enfocados en nosotros mismos que nos seguimos imaginando ser ese centro aristotélico inmóvil; creyendo que el resto del mundo se mueve en esferas fijas concéntricas alrededor nuestro. Ptolomeo no tuvo razón. Tampoco la tuvieron Aristóteles ni Copérnico. Tampoco Newton. "Eppur si muove!" murmura el mundo a nuestras espaldas; burlándose de nosotros mientras nosotros hacemos oídos sordos a los murmullos. Como la Iglesia de la Inquisición, decidimos aferrarnos a nuestra equivocada fe y a encarcelar, torturar y matar a todos aquellos que no estén dispuestos a abjurar de las ideas heréticas, hace siglos demostradas falsas. Dislates totales.

Mientras el mundo abraza la física de los universos paralelos y matemáticas de diecinueve dimensiones; nosotros nos aferramos con tozudez y perseverancia a las ideas de Ptolomeo y a las de Aristóteles. Así nos irá.

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