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Martín Caparrós introduce en las primeras páginas de su último libro, "Sarmiento", unas palabras que con pequeñas modificaciones incluyo en este artículo: Ya está, mañana se termina. Estoy dejando atrás todo eso que alguna vez me pareció, de tan lejano, inalcanzable. Pasé toda mi vida tratando de ser lo que ahora soy y mañana ya no… Ya cumplí más de sesenta años, ya se acaba. Es el momento de aprender a ser viejo".
Vivimos en un continuo proceso de envejecimiento. Hay que asimilarlo de la manera más natural posible, pero debemos de afrontarlo sin excesos.
Hemos prolongado la vida a expensas de aumentar los años con discapacidad para un número importante de adultos mayores.
Cada vez hay más personas mayores a las que se les está transmitiendo tanto las bondades de envejecer, de la cultura del envejecimiento, que están cayendo en algo que se llama "gerontorexia". Viven vidas muy activas, tan activas que están siendo como nuevos adolescentes, con horarios y actividades que no les dejan pensar. Se les crean unas expectativas irreales y no son conscientes de su posible situación.
Llegado un momento con esas expectativas que se han creado, habitualmente sí se pierde funcionalidad, no pueden ser satisfechas y desembocan en frustración. Nos pasamos la vida buscando el lado positivo de las cosas, ¿pero no pensamos lo suficiente el que tiene el envejecimiento? El envejecer tiene aspectos muy positivos, que hay que potenciar, pero también tiene aspectos que no lo son tanto, puede presentar grandes dificultades y debemos preparar a los mayores para afrontarlas. Debemos promover una cultura del envejecimiento pero desde una perspectiva realista, no desde los mecanismos de evitación y huidas hacia adelante, de lo contrario abocamos a los mayores a expectativas que serán defraudadas, y eso supone momentos finales de vida muy complejos y de difícil manejo. Hay que aumentar los años libres de discapacidad y hacer prevención de enfermedades crónicas discapacitantes; es lo que llevará a mejorar la calidad de vida en años futuros. Mejor control de diabetes, de hipertensión, de dislipemias, prevención de obesidad, tabaquismo y evitar sedentarismo desde la juventud es la solución. Al igual que el mejor tratamiento de la osteoporosis es en la infancia y juventud (prevención primaria), lo mismo sucede con la mejora de la calidad de vida.
Prevención debe de ser una palabra clave para mejorar el envejecimiento. Todas las personas mayores deben poder acceder a la mejor asistencia sanitaria, acorde a sus necesidades. Existen grandes diferencias de implantación entre diferentes regiones. Desde el punto de vista clínico el gran reto es afrontar la fragilidad y conocer las causas que la precipitan. Si somos capaces de prevenir la fragilidad lograremos demorar la dependencia en un gran número de situaciones. El aumento de la esperanza de vida supone un reto para la medicina actual, especialmente en lo referido a la atención geriátrica. La fragilidad afecta al 12% de la población mayor de 65 años; se deben realizar protocolos de detección precoz e implantar la geriatría en todo el ámbito nacional y desde la atención primaria, incluyendo la figura del geriatra en el sistema de atención de la salud en todos y cada uno de los niveles. Se deben realizar valoraciones geriátricas, abordar el tratamiento de los pacientes frágiles y además colaborar en ese nivel asistencial a manejar la pluripatología, la polifarmacia, la pérdida de funcionalidad física y el deterioro cognitivo en las personas mayores de modo temprano.
La funcionalidad es la pieza clave en cualquier etapa de la vida. Los mayores quieren hacer lo que necesitan hacer, quieren poder seguir con sus vidas, están acostumbrados a sus patologías crónicas. Luego, si les deterioramos su funcionalidad y no pueden seguir adelante y se sienten una carga para sus familiares, entonces sus vidas pierden sentido. El paso por el hospital de agudos supone en muchos casos la puerta de la institucionalización. Esto es lo que hay que evitar y esto es en lo que se especializa la geriatría. Para evitarlo, la precocidad de la intervención es primordial, el geriatra debe estar en la primera línea de intervención.
El geriatra debe estar integrado en todos los niveles asistenciales y, si se produce la perdida funcional, lograr la mayor recuperación posible o evitar complicaciones en la dependencia. Ello también ayuda a que otras especialidades vayan impregnándose de conocimientos gerontogeriátricos y toma de conciencia de la geriatrización de la medicina y de cómo abordar a estos enfermos. Hace falta mucha formación, tanto en la población general como entre los profesionales sanitarios. Si somos capaces de prevenir la fragilidad lograremos demorar la dependencia en un gran número de situaciones.
Es evidente reconocer el trascendental cambio de rol que se está produciendo en la actualidad con los mayores. Hasta ahora existía una percepción de que los adultos mayores eran frágiles, necesitados de cuidados y que originaban gastos a la sociedad. Sin embargo, se empieza a reconocer su papel como agentes activos en muchas áreas. A medida que el envejecimiento se hace más largo y en mejor calidad, el compromiso de las personas de edad en la sociedad a través de múltiples y diversas facetas se hace evidente, reconocible y exitoso. Existe talento de este colectivo en numerosas entidades sociales, mantienen cargos de responsabilidad, toman decisiones importantes en sus empresas, negocios… se convierten en transmisores de experiencia, sabiduría, credibilidad…