¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
7 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

La Argentina que queda después del Mundial

Martes, 27 de diciembre de 2022 00:00
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Siempre es mejor pensar en retrospectiva, una vez que se asentaron las emociones. Cuando es posible pensar sobre un tema pudiendo ver otras aristas o contemplando otros puntos de vista que no podemos incorporar cuando estamos con todas las emociones desbordadas. En realidad, todo pensamiento debería ser elaborado tras un proceso desapasionado y llevado delante, siempre, en un ámbito libre de pasiones. Pero no siempre pasa esto. Ni en lo individual ni en lo colectivo. Muchas veces mucho menos en lo colectivo.

El Mundial ya pasó. Creo -en lo personal- que el resultado del partido final era por completo algo anecdótico. Por supuesto es lindo haber salido campeón. La selección nacional de fútbol de Argentina es la mejor del mundo, en un deporte que es más y más global.

El resultado habla de un equipo que creció y se fue consolidando luego de la debacle deportiva que significó el Mundial anterior; la falta de directores técnicos que quisieran asumir el desafío cuando la Selección quedó acéfala; una gestión de alguien tan oscuro como Claudio Fabián "Chiqui" Tapia y cuando asomaba un Lionel Scaloni como única alternativa para dirigir al plantel. Un Lionel Scaloni que hoy nos cierra la boca a todos.

Y digo que nos cierra la boca a todos y me incluyo porque confieso que fui crítico a Scaloni cuando fue nombrado. Me parecía que, entre otras cosas, representaba la falta de mérito y de credenciales para asumir el liderazgo y la conducción de un lugar de tanta relevancia deportiva. Sin embargo, con humildad, con confianza en sus jugadores y en sus compañeros de aventura del cuerpo técnico; con trabajo denodado y exhaustivo; cuidando cada detalle, aunque fuera nimio; estudiando cada paso; armó un "equipo" que -en mi visión- fue lo que hizo la gran diferencia para que la selección argentina llegara a la final y se coronara campeona.

Sin embargo, quizás hasta esa "falta de mérito y de credenciales" lo agiganta en la hazaña. Y no nos cierra la boca por los resultados; lo hace por los frutos de un trabajo persistente y silencioso. Se puede tener suerte y salir campeón. No es el caso. Scaloni lideró una selección que salió campeona tras esfuerzo, trabajo, una meritocracia indeclinable y estándares cada vez más altos y también indeclinables. Con una mesura notable, tanto ante la derrota sorpresiva ante Arabia como ante el triunfo aplastante ante Croacia. Todo un ejemplo para todos los dirigentes del país. En todos los ámbitos imaginables.

Pero, si remarco tanto las palabras "logro deportivo", "relevancia deportiva", "selección argentina" y "Mundial de fútbol", es porque quiero enmarcar la campaña realizada dentro de lo que corresponde; esto es, una evento deportivo. Nada más. Hay que desdramatizar el fútbol; no se alcanzó la "gloria eterna" como titularon algunos medios. Se jugó un partido de fútbol; no se puso en juego nuestra Patria; nuestros valores nacionales o nuestra identidad social. Extrapolar esto a cualquier otro ámbito por fuera del ámbito deportivo es inadecuado. Si es con fines políticos, es canallesco. Si es con fines comerciales, es tonto. Si es con fines de mostrar una Argentina unida, que somos patriotas y que la "camiseta nos une"; es una ficción.

¿Un país federal?

Veo un canal de televisión que "recorre" el país y nos hace "federales". Lleva de pueblo perdido en pueblo perdido un televisor y nos dice que "une" el país. Escucho a la periodista y confieso que me cuesta horrores compartir su tono de epopeya nacional por el solo hecho de llegar con un televisor a comunidades aisladas de la Argentina; a lugares donde no hay corriente eléctrica, agua corriente, cloacas o escuelas. Ellos mismos deben transportar un grupo electrógeno para alimentar a ese televisor y a sus propios equipos de transmisión.

Me cuesta compartir su alegría por hacer que esa gente vea a la selección argentina en un televisor prestado que, después, se van a llevar. Hablaron días y días sobre Algarrobito o Puerto Chalanas, por ejemplo; pueblos de nuestro territorio a los que sólo se puede acceder a través de Bolivia. Por momentos parece que "descubren" la pobreza. La injustificable ausencia total del Estado. Que no haya suministro de energía eléctrica, agua en condiciones aptas para el consumo humano, algún servicio sanitario o escuelas; algo abominable. Que lleven un televisor para hacerlos sentir incluidos, un gesto patético.

Benedict Anderson, en su famoso libro "Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo", dice: "…propongo la siguiente definición de nación: una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana. Es imaginada porque aún los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de la comunión. (…) Se imagina «comunidad" porque se concibe como un compañerismo profundo horizontal. En última instancia, es esta fraternidad la que ha permitido, durante los dos últimos siglos, que tantos millones de personas maten y, sobre todo, estén dispuestas a morir por imaginaciones tan limitadas". Confieso que me encanta esa noción de «imaginaciones tan limitadas". En especial, si se piensa que el nacionalismo es, con toda probabilidad, la construcción social más limitada y primitiva de entre todas las posibles.

Bailar toda una noche en el obelisco aferrados a la camiseta de la selección argentina, ¿nos provee de algo más que no sea una catarsis momentánea y por completo efímera? Tal vez la clave para entender este profundo enamoramiento con la Selección sea la tan necesaria ilusión de pertenecer a algo que hoy no existe tras años de fractura económica y de polarización política extrema. De tener un valor aspiracional que la Selección parece encarnar y que no tenemos. Retomaré este pensamiento en otra oportunidad.

Cuando esos chicos de Algarrobito -o cualquier otro lugar que no conocemos de Argentina- bailan abrazados a sus camisetas; ¿los hemos incluido en este país tan unitario que los excluye? ¿Los hacemos sentir compatriotas; parte de nuestra Patria? ¿Los sentimos nosotros -y los hacemos sentir a ellos-, parte de esa «comunidad imaginada» de la que habla Anderson?

Me da miedo que la camiseta de la selección en general y el fútbol en particular, sólo nos despierte un nacionalismo primitivo, abstruso y carente de sentido. Acaso, este nacionalismo, ¿soluciona algo? ¿Nos hace un mejor país? ¿Nos convierte en una mejor Nación? ¿Resuelve el atraso y el olvido de Algarrobito, de Puerto Chalanas, o de todos los otros pueblos que recorrió ese canal de noticias en su "epopeya mundialista"? ¿Resuelve la situación de los otros miles de pueblos que ni siquiera calificaron para entrar en esa "gesta"?

Cuando se van, ¿dejan un tendido de energía eléctrica, cloacas, agua corriente y una escuela? Ya sé; no es la función de ellos. Pero si no es la de ellos; ¿de quién es? También lo sé; del Estado. Ellos se irán. Y detrás de ellos, todo volverá a ser como era antes. Quizás hasta peor. Ahora ellos se quedaron con la convicción de no ser. De no pertenecer. De no estar incluidos en la cabeza de ningún político ni la de ningún funcionario. Tampoco en la nuestra. No sabríamos marcar en un mapa dónde queda Algarrobito. Algunos, en este país centralista, no saben señalar en un mapa siquiera dónde queda Salta.

Nada cambia

El Mundial pasa. La alegría de ser campeones se traduce en una nueva estadística y en una nueva estrella. Más allá de eso, nada cambia. Las otras estadísticas quedan igual que antes.

La inflación sigue siendo del 100% anual, para pesadilla de Kelly Olmos y de todos los funcionarios del gobierno que ahora deben volver a trabajar en el tema. "Un mes no va a hacer la diferencia"; había dicho la funcionaria. Bueno; el mes llegó a su fin. Pasó el Mundial y volvemos al embate del Poder Ejecutivo sobre el Poder Judicial. A las faltas de respeto de los legisladores entre ellos y a la sociedad. A la indiferencia absoluta de los tres poderes del Estado hacia las necesidades ciudadanas. A la muerte diaria por una zapatilla, por una mochila o un celular. Al desgarro diario de ser lo que somos y que no podemos dejar de ser. Que no cambian por ser campeón mundial de fútbol.

La pobreza sigue siendo del 43,1% y la indigencia del 8,1%. ¿Haber ganado el Mundial cambiará en algo esta realidad? ¿Cuánto va a durar esta alegría – efímera - cuando estas familias no puedan brindar a fin de año o no puedan dar de comer a sus hijos o los mate la pobreza, el narcotráfico o la inseguridad?

¿Qué queda cuando se va la televisión al próximo pueblo sin corriente eléctrica, sin cloacas, sin agua y sin educación? ¿Qué queda cuando ellos y su épica y alegría forzadas se van? Queda la realidad de un país inexistente. Un país que se autopercibe y se autoproclama federal con gestos vacíos y gritos altaneros. Un país inviable que concentra en el 0,4% de su superficie total (el AMBA) un 37 % de la población (17 millones de personas), el 50% del PBI y el 38% del padrón electoral.

Un país que construye un sistema de poder basado en una inviabilidad democrática a fuerza de concentración de pobreza; aislamiento de comunidades y de provincias enteras; ignorancia generalizada; un asistencialismo discrecional y discursos altisonantes que carecen de todo contenido ético o moral.

Se termina el Mundial, pero queda la pobreza. Queda Algarrobito que va a seguir aislado de la Argentina con el recuerdo de haber visto un televisor cuando argentina salió campeón. Campeones o no, van a seguir viviendo ahí sin agua, sin energía eléctrica, sin cloacas, sin internet y sin educación. Con la soledad de saber que no se pertenece a ningún lado. Menos a un país.

Por mucho que hayamos saltado todos en el obelisco aferrados a la camiseta de la Selección por haber ganado la final de fútbol del Mundial.

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD