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Esa dama que dialogó con la muerte

Martes, 15 de febrero de 2022 00:00
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"-Entonces, ¿no me va a llevar?

-No, si está tan segura de querer quedarse, no, no la llevo.

-­Ay, qué alegría! ­Menos mal! No sabe la tranquilidad que me da".

Angélica Gorodischer; "Diálogo de la muerte y la dama" en "Menta", Emecé 2000.

Cuando vivís en un pueblo y te mudás a una ciudad en la que viven y circulan muchas personalidades del arte, la cultura, la música, el deporte y para qué seguir enumerando... se genera cierta expectativa de cruzarte con alguno de ellos, en algún momento. Hablo de una ciudad como Rosario (Sta. Fe). Hablo de mí, desembarcando a mediados de los noventa.

Mi hermano que ya vivía y estudiaba en esa ciudad desde el 89 -sí, el año de los saqueos- contaba que un amigo suyo del pueblo, una noche se había cruzado con Fito (Páez) en la peatonal. Apenas intentó hacer un gesto de saludo, el autor del álbum "El amor después del amor" le hizo con disimulo la señal de silencio que hacen las enfermeras desde los cuadros blanco y negro en los hospitales. Eso valía el doble, porque no solo lo había visto, sino que habían sido cómplices por un instante.

En mis primeros años en la ciudad caminaba mucho: facultad, trabajos en grupo, matar el tiempo libre los fines de semana con "presupuesto estudiante". Así conocí el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, renombrado en 2013 Centro Cultural Roberto Fontanarrosa que fue como mi club de barrio, mi segunda casa. Me quedaba a pocas cuadras de donde vivía y se hacían muchas actividades que me interesaban. Cine los domingos; seminarios, talleres, conferencias en la semana, algunos sábados teatro y todo el tiempo muestras, de fotos, de arte, esculturas.

En algunas de esas tantas actividades empecé a distinguir una mujer alta, elegante, de pelo corto cobrizo, amable, risueña, capaz de agrupar a su alrededor -sin proponérselo- un puñado de gente, cada vez que hacía su entrada al hall, o a alguna sala. Me atrajo como metal al imán. Debía ser muy conocida, pero yo no sabía quién era.

Se trataba de Angélica Gorodischer. Lo supe al poco tiempo, cuando al asistir a una actividad literaria la vi sentada en la mesa de los oradores. La presentaron enumerando parte de su extenso currículum. Me terminó de conquistar. Entonces quise conocer su obra. No voy a decir que leí todos sus libros: leí algunos, y me atraparon. Hace poco, sobre un cuento incluido en "Las nenas" (2016), escribí un texto conversando (si se me permite el término) con el relato. El resultado de esa "conversación entre textos" fue publicado en este diario el mes pasado con el título "Tiempo al tiempo".

Si antes teníamos que esperar cruzarnos en la peatonal con los famosos, estar en un evento, asistir al mismo bar; hoy lo tenemos más fácil. Estamos a un mail, a un mensaje en las redes sociales de cualquier personalidad. Con esa certeza y un poco de atrevimiento le escribí a Angélica para contarle que su texto había inspirado uno mío y le envíe el material de lectura.

Unos días después me respondió uno de sus nietos, quien es su representante y gestiona su espacio en la web. Me dijo que le saqué una sonrisa a su abuela por considerarla una inspiración para el texto, quien me enviaba saludos y me instaba a seguir escribiendo y leyendo. Fue a finales de enero pasado.

Entonces el sábado cinco de febrero cuando los portales digitales, antes que el diario de la mañana, daban la noticia de su partida. Releí "Menta", publicado hace unos veinte años por Emecé.

Comparto la última parte de uno de los cuentos publicados en ese libro "Diálogo de la muerte y la dama" que relata la conversación entre la muerte y una mujer a la que viene a buscar. Ella no quiere ir, le pide tiempo, la muerte se lo da y luego de llegar a tal acuerdo la muerte le dice:

"Pero ya que no va a venir conmigo la invito a que piense un poco sin acordarse de su tía Eulalia ni de los hombres de los que se enamoró ni de lo que vio en el cine. Que piense, digo, en cosas como la música, la supresión de los gestos, los olores de la tierra, la levedad, las luces desconocidas, porque ¿más allá del añil, qué hay? Que piense, digo, en la cesación de toda atadura, que recuerde la sensación de libertad, de aire infinito que siente usted al deslizarse por un rastel. Y sobre todo, sobre todo le aconsejaría que se asomara un poco hacia acá, por entre las ondas de mi pelo, más abajo aún, en el escote, ¿ve? Allí donde nada es todo, allí donde justamente porque no hay nada tampoco hay abismo ni oscuridad ni algo desconocido y feroz que la atrapa, sino algo inmenso, vacío, poblado de todas las palabras que esperan ser dichas, de todos los cantos, de todo el amor, todo el amor que siento por usted y que es el único que no la va a traicionar jamás. ¿Ve que sí, que es cierto que tengo corazón? ¿Siente como late? Acá, en el más seguro de los puertos, acá en mis brazos"

Esta vez, la dama y la muerte llegaron a otro acuerdo. Gracias por tanto Angélica.

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