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Rusia invade, Ucrania sufre, China mira, Taiwán transpira

Sabado, 26 de febrero de 2022 02:48
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En su columna "Putin comete un error histórico" publicada en el New York Times, la ex secretaria de Estado de EEUU Madeleine Albright asegura que la ficción lanzada por Putin de que Ucrania fue creada de la nada por Rusia y robada al imperio ruso es solo una excusa para una invasión a gran escala; lamenta que Rusia se haya desentendido de los logros de la Perestroika y haya retomado el manual de Stalin y recuerda que fue la primera funcionaria estadounidense en reunirse con ese entonces un ignoto Putin, en el año 2000.

Albright asegura que, al conocerlo, le impresionó el contraste entre su antecesor Boris Yeltsin, extrovertido, exultante y lisonjero, y su sucesor Putin, al que describe como "pequeño y pálido, tan frío que parece un reptil". Rememoró que, en esa oportunidad Putin ("de voz sin emoción, sin inflexión y sin matices") dijo se consagraría a reactivar la economía rusa y a sofocar a los rebeldes chechenos. Con los años, resumiendo a Albright, Putin agregaría reafirmar la autoridad de Rusia, expandir su influencia militar y económica, debilitar a la OTAN y dividir a Europa creando una brecha entre Europa y EEUU, por lo que Ucrania vendría a ser parte de este objetivo.

La obsesión de Putin con Ucrania se agudiza a partir de noviembre de 2013, cuando las protestas en las calles terminaron derrocando al presidente pro-ruso Victor Yanokovich: Putin jamás les perdonaría el haber elegido la democracia a la autocracia y, por eso y minutos antes de empezar la invasión, declaró desde Moscú que "su objetivo era proteger a las víctimas de acoso y genocidio y buscar la desmilitarización y desnazificación de Ucrania", lo que es desmentido por la vital democracia ucraniana cuyo presidente Volodymr Zelensky es judío, elegido con el 70% de los votos y que jamás permitiría ni genocidio ni acoso alguno.

El ataque, lanzado por tierra, aire y mar y desde el norte, el este y el sur, atacó primero los cuarteles militares, los aeropuertos y los importantes puertos de Ucrania/Odessa, donde desembarcaron pues Putin cree que "Rusia no está segura ni puede desarrollarse o existir por la amenaza de la Ucrania moderna" "porque la OTAN amenaza nuestro futuro histórico como nación".

La condena internacional se ha traducido en distintas sanciones que han provocado un tembladeral en los mercados, un aquelarre en los precios de las materias primas, bonos y valores y se extiende a lo social y político, incluyendo subas de tarifas globales y desbordes poblacionales. Polonia y Letonia esperan una avalancha de refugiados. Lituania se declara en estado de emergencia. Alemania detiene la aprobación del gasoducto ruso destinado a alimentar a empresas europeas atravesando Ucrania. El Reino Unido ha sancionado a cinco bancos y congelado los activos de tres multimillonarios rusos, dos de los cuáles están catalogados como socios de Putin. Los países bálticos han pedido la desconexión del sistema bancario ruso del sistema de pago internacional Swift. Estados Unidos avanza con la exclusión de la participación del gobierno ruso de las instituciones financieras occidentales.

Por su parte, el gobierno comunista de China no ha condenado ni sancionado a Rusia, y -al menos oficialmente- pide calma y moderación. Pero el mundo sabe que Beijing respalda a Moscú mientras el embajador chino ante la ONU, Zhang Jen, declaró "legítimas" las preocupaciones de seguridad de Rusia y las que, entiende, deberían ser consideradas. Pero en las redes sociales, tan controladas y censuradas en China continental, los comentarios permitidos son otros: en Weibo (el Twitter asiático) "Putin es asombroso"; "Apoyo a Rusia, que se opone a Estados Unidos", "Estados Unidos, siempre creando desastres en el mundo" yfinalmente: "¿No es ésta la mejor oportunidad para recuperar Taiwán ahora?", comentarios que, obviamente, no han sido censurados sino más bien alentados, ya que no respaldados abiertamente.

El Partido Comunista chino nunca se ha caracterizado por la transparencia en su obrar, siempre opaco y ambiguo. No apoya abiertamente a Putin por muchas razones: en primer lugar, teóricamente Beijing no podría/no debería interferir en los asuntos internos de otros países, aunque Putin diga que está liberando a los hablantes rusos dentro de Ucrania. El principio de no-intervención es la piedra angular que Beijing suele invocar para no responder a los muchos reclamos que le formula la comunidad internacional de violaciones a los derechos humanos o exterminio étnico contra los uigures, por ejemplo. Si lo hiciera, los sufridos uigures, mongoles, tibetanos o las propias minorías chinas perseguidas podrían exigir sino respeto por sus derechos o independencia plena, al menos, más autonomía.

En ¿segundo? término, está la cuestión económica. China es el principal comprador de la producción tanto de Ucrania como de Rusia. Así, Beijing trabaja junto a Kiev en proyectos de infraestructura como ferrocarriles y puertos. Casi el 20% del maíz que China importa para alimentar a sus cerdos proviene de Ucrania, al que China compró su primer portaaviones y de donde se abastece de turbinas para sus barcos de guerra y combustible para aviones. Aun así, su intercambio es trivial si se lo compara con el que mantiene con Rusia, que alcanzó 140 billones de dólares en 2021 y aspira a llegar a los 200 billones en 2025. El petróleo y el gas rusos son los principales productos en el flujo comercial bilateral.

Al mismo tiempo, los medios oficiales de China y los comentarios no censurados en Weibo presentan la crisis como otro fracaso de Occidente, a la OTAN como servil del pendenciero EEUU que ­no respeta el derecho soberano de otros países a defender su territorio!. El diario chino Global Times, portavoz del párrafo comunista, afirma que "el estrecho vínculo entre Rusia y China constituye la última defensa del orden mundial" y la agencia estatal de noticias Xinhua apoya estas y otras declaraciones. Ante ello, la directora del think-

tank Brookings Institution, Jessica Brandt, manifestó en la BBC que China repite este mensaje en varios idiomas, para fijar la percepción que el mundo debería tener de EEUU y la OTAN: "Creo que el objetivo es socavar el poder de EEUU, herir la credibilidad de las instituciones liberales y desacreditar a los medios independientes" (recordemos que la prensa libre es algo inimaginable en cualquier estado totalitario y no existe ni en China ni en Rusia), y agrega que, según expertos, Rusia y China están tan cerca como las épocas de Stalin y Mao.

Otros expertos piensan que, pese a todo, China no quiere la guerra. Según Bonnie Glaser, directora en Asia de German Marshall Fund, China está más preocupada por estabilizar las relaciones con Estados Unidos que en ahondar la brecha entre democracia y autocracia. Esta opinión se complementa con la del académico M.X. Pei, quien opina que en realidad China desconfía de las verdaderas intenciones de Rusia que, encima, provoca una reacción negativa en Europa. Consideran que la situación es también una prueba para EEUU, que debe demostrar el grado de lealtad con sus aliados y la obligada pregunta de si Biden entraría en guerra en caso de que China comunista intente invadir Taiwán, que denuncia reiteradamente las incursiones de cazas chinos en su espacio aéreo y que sigue siendo una de las principales columnas de toda la política estratégica, diplomática y militar de EEUU en Asia.

Glaser descarta cualquier paralelismo entre Ucrania y Taiwán, países que se rigen por geopolíticas totalmente diferentes: para el German Marshall Fund, los lazos históricos entre EEUU y Taiwan son profundísimos y subraya que EEUU se ha comprometido a defender la isla en caso de ataque y no olvida que Taiwán domina el 65% del mercado mundial de chips para computadoras y concluye diciendo que "China no es Rusia y Taiwán no es Ucrania. EEUU tiene mucho más en juego con Taiwán que con Ucrania". En ambos casos, lo que vemos es cómo un estado totalitario, con régimen de partido único, y poderío militar (caso de Rusia y China) y/o económico (caso de China, pero no de Rusia) intenta desestabilizar, abusar y socavar la legitimidad de gobiernos democráticamente electos que se niegan a rendirles pleitesía.

Como dijo el prestigioso columnista Thomas Friedman del New York Times el pasado lunes, "China observa, y Taiwán transpira".

(*) Ph.D. National Chengchi University, ROC; L. Magisterium, School of Law, Georgetown University, EEUU.

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