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Miércoles, 01 de junio de 2022 02:25
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"La inteligencia artificial puede ser una tecnología de dominación" (Yuval Noah Harari).

Los militantes antisistema de todas las edades deben estar tan felices como frustrados. El Censo 2022 de la Argentina, lejos de haber sido una demostración eficaz del uso de las herramientas de control y dominación social, ha mostrado una sucesión de fallos del aparato estatal que no dejan de inquietar.

Al fin hay 47.327.407 compatriotas. El Gobierno nacional ha dado las cifras de cuántos somos, que han sido extraídas del Registro Nacional de las Personas (Renaper) y no del trabajo de campo de los encuestadores, que no llegó a realizarse en plenitud. El relevamiento nacional ha estado bordado por vaguedades que inquietan, desde la elección primigenia de las preguntas, y al cabo de una jornada feriada el presidente de la Nación ha dicho que este sobrevuelo borroso sobre los argentinos y su hábitat "será una herramienta eficaz para el diseño de grandes políticas de Estado".

Es claro que no solo las mascotas caninas y los delincuentes de la sociedad fragmentada, en la que abundan andurriales de difícil trajín (hay 5.000 villas de emergencias y asentamientos en el país, según el Movimiento Evita), han dificultado la tarea de los encuestadores que recibieron US$50 por el timbreo (legisladores, jueces y muchos funcionarios embolsan el doble o mucho más en un día, sin esfuerzo alguno).

Fernández ha dicho en un fugaz festejo en el Indec -el órgano que mide inflación, pobreza y las grandes estadísticas menos conocidas por el gran público- que la gran encuesta domiciliaria permitirá el reflejo de la situación de calle (sic) de muchos argentinos y de las opciones de género, otra de las obsesiones de su administración y color político.

No es necesariamente así, porque o por ahuyentar suspicacias de cualquiera sobre el control ciudadano o por pereza de la burocracia estatal, las aperturas de la encuesta han sido mínimas en educación, salud, empleo, perfiles profesionales, consumo energético, calidad habitacional y status del bienestar general de la ciudadanía. Basta con comparar con censos pasados, de los tiempos en que el encuestador era esperado con mates y no como un posible emboscador. O con censos pretéritos de Argentina o los de los vecinos Chile, Brasil y Uruguay.

En las encuestas sociales, tan importantes como las preguntas angulares son las aperturas en racimo a partir de cada respuesta, útiles para profundizar sobre aspectos de los mandantes que el Estado, si no los sabe, debería saber.

Al caer la noche del día del censo, en virtud de las denuncias en las redes de cientos de miles de argentinos de diversos estratos que no habían sido censados, el Gobierno intentaba fórmulas complementarias. Es notable tamaña defección, aun con el apoyo de la cibernética, no había ocurrido desde el primer censo de Sarmiento en 1869.

El postre amargo para quienes esperaron en vano la visita de los censistas ha sido el tuit del Inbdec que ha dicho que quienes cumplimentaron el censo digital, unos 28.000.000 habitantes, "se den por censados". El parate, y el #quedateencasa, por otra parte ha recordado a la larga y penosa cuarentena de 2020. La diferencia entre aquel momento y éste, además del desastre sanitario, es la magnitud de la crisis.

Una pregunta obvia al cabo del día es si era necesario este trance de gesta pública nacional y no laboral, más aún después de haber digitalizado con motivo de la COVID-19 al conjunto de la población a través de Mi Argentina, Cuidar y otras aplicaciones, con las que se podría haber mensurado no solo cuántos son, sino también cómo y de qué viven los argentinos.

El censo, plantado así en la calle, ha sido un remedo de encuesta que no servirá, como se ha dicho más arriba, para mensurar grandes flagelos, como la informalidad, la drogadicción y la falta de acceso a infraestructuras familiares y barriales.

Sin contar la ausencia llamativa de preguntas puntuales y puntillosas sobre la pandemia, la vacunación y, lo más llamativo, sobre las discapacidades físicas y mentales, lo cual no habla muy bien de un país que en su discurso oficial se proclama inclusivo.

No saber a ciencia cierta del cuerpo y alma de los argentinos es una oportunidad perdida, la cual, por supuesto, será oportunamente ocultada tras prolijas infografías. En forma de tortas o de barras.

Cosas que ocurren en el Estado, al que habremos de mantener y obedecer, hasta que la muerte nos separe.

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