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Terminada la Guerra de Troya, Odiseo, artífice de la estratagema que le dio la victoria a los aqueos, emprendió el regreso a su reino de Ítaca donde lo esperaba la fiel Penélope. Había pasado los últimos diez años en guerra y no sabía que habrían de transcurrir otros diez años antes de poder volver a su patria.
Odiseo había enfurecido a Poseidón, el dios de los mares, y Eolo -dios de los vientos, y a su vez enojado con Poseidón- ayudó a Odiseo como forma de venganza. Para ello, encerró en un odre de piel de buey por él mismo desollado a todos los vientos que pudieran resultarle desfavorables. Ató la bolsa con lazos de plata para que no se escapara ni la menor brisa y, con la recomendación de no abrirla hasta llegar a destino, hizo soplar -firme y constante- el viento que habría de llevarlos a la deseada Ítaca.
Estaban llegando a destino cuando Odiseo se quedó dormido. Los marineros, desconfiados, creyendo que Odiseo se guardaba para sí tesoros entregados por el dios, abrieron el odre. "Desataron el saco y se aventaron todos los vientos. Al instante los zarandeó la tempestad y los arrastró llorando hacia alta mar, lejos de la tierra patria".
Vientos externos
Comenzamos a transitar el año 2023. Un año que será muy desafiante. Que podría ser muy complicado. Quizás, hasta caótico. Es fácil imaginar los fuertes vientos y los mares embravecidos que tendremos que enfrentar.
Una posible ralentización en el ritmo de crecimiento económico global con una inflación generalizada producto del dinero inyectado luego de la pandemia. Podría haber cierta escasez de dinero, tasas mayores y necesidad de inversiones con retornos rápidos que justifiquen la inmovilización del capital. La continuación de la invasión rusa a Ucrania que podría derivar, incluso, en escenarios de guerra química, nuclear sucia y/o bacteriológica. Costos al alza de la energía y de los precios internacionales de alimentos. Una alza sensible de casi todos los presupuestos militares de Europa y otras partes del mundo, con impacto directo en los sistemas de bienestar social. Cambios demográficos significativos como, por ejemplo, la explosión demográfica en India este mismo año, así como el inicio de la declinación de la población china. Conflictos internos en Rusia, China e India.
Desafíos inmensos referidos al tema de la inmigración en todo el mundo; sociedades en franca lucha por colisiones permanentes entre derechos individuales certeros y supuestos derechos colectivos. El alza de populismos tanto de derecha como de izquierda; un crecimiento y hasta consolidación de alas de extrema derecha en países de primer mundo y un mayor viraje hacia autarquías más autoritarias en países no incluidos en ese "primer mundo".
Desafíos cada vez más acuciantes en el plano del cambio climático y discusiones por la distribución de cuotas de emisión de dióxido de carbono y de gases de efecto invernadero. Una marcada aceleración de las economías de plataformas y la precarización laboral que conlleva, con un posible aumento del desempleo y una disminución de salarios a nivel global. Y tras todo, un aumento de velocidad de entrega de la tecnología en todos los frentes imaginables como catalizador y fuente de energía inagotable de muchos de todos estos cambios. Si no de todos.
Cada tema merece un capítulo aparte en sí mismo; por lo complejo que es cada uno de ellos y por sus consecuencias; casi todas entrelazadas. Por supuesto que se trata de cambios que se vienen cocinando a fuego lento desde hace décadas y que, si bien no van a eclosionar todos este año, si es esperable que comencemos a percibir sus consecuencias a ritmos más marcados. Todo esto configurará un mundo más caótico que ordenado; un mundo sumido en sus propios problemas y sin espacio para atender ni los problemas ni las necesidades argentinas. El mar enfurecido de Poseidón.
Muchas de estas crisis podrían producir lo que se llama "shocks externos". El más reciente - con impacto directo en Argentina - fue la devaluación de la lira turca en el año 2015 que derivó en una crisis de financiamiento, la solicitud de fondos frescos al Fondo Monetario Internacional -la toma de deuda soberana más grande de la historia-; y el punto que marcó el inicio del fin del gobierno de Mauricio Macri. Ante tantos frentes de tormenta no parece descabellado pensar que tengamos que enfrentar nuevos "shocks externos". La pregunta es, ¿estamos preparados? ¿Podríamos sobrellevarlos con éxito? La respuesta simple y directa es no; no lo estamos.
Vientos internos
En el plano interno, primero que nada, tenemos que superar las revisiones periódicas del FMI. En esta Argentina Sísifa en la que vivimos hace décadas, vamos a discutir, una vez más y como siempre, la cuenta fiscal, la cuenta exterior y la cuenta monetaria. La cuenta exterior porque está en juego la capacidad de pago del país; la cuenta fiscal, porque repercute sobre la cuenta exterior, y la cuenta monetaria, porque tiene que ver con la tasa de inflación, con el manejo de la economía y con la capacidad de controlarla.
La cuenta exterior solo es superavitaria gracias al truco de prohibir las importaciones e imponer cepos y cupos; herramientas que cercenan la producción por un lado y violan derechos por el otro.
Esto comprometerá las exportaciones -la única fuente genuina de divisas-; corriendo el riesgo de tener que cubrir el saldo con una mayor emisión de deuda interna.
Por el lado de la cuenta monetaria, seguimos emitiendo papeles de colores sin respaldo ni valor alguno, lo que produce inflación. Inflación que desalienta la producción y erosiona a las instituciones. En términos de emisión monetaria, sólo en diciembre se generó una expansión equivalente al 25% de la base monetaria promedio de noviembre; algo así como un billón de pesos. Ni la estrategia de la emisión ni la de la esterilización de excedentes vía Leliqs y colocación de bonos en pesos -una inversión no genuina-, es sostenible por tiempo indefinido. Con las nuevas emisiones de Leliq y el salto en la tasa de interés, estos pasivos remunerados del Banco Central terminaron el año en 10,27 billones de pesos, unos 58.000 millones de dólares calculados al tipo de cambio oficial. Esta cifra equivale a 2,05 veces la base monetaria; es decir, el doble del total de billetes y monedas de la Argentina. Por otro lado, en 2023 hay vencimientos de deuda por alrededor de $13 billones de pesos; 2,5 billones de ellos que caen en el primer trimestre. Todo esto en el contexto de un año electoral donde la historia argentina muestra que siempre la política ha predominado por sobre la racionalidad económica.
Sobre la cuenta fiscal no hay mucho para agregar. Tenemos un 43% de pobreza; un 8% de indigencia y, de no existir los subsidios otorgados por el Estado, la pobreza treparía al 52% y la indigencia al 21%. Dos de cada tres chicos menores a 14 años son pobres y todos ellos enfrentan serias deficiencias educativas, alimentarias y sanitarias. Es imposible pensar, hoy, en un ajuste fiscal que pueda provocar la menor desestabilización del plano social que, convengamos, se encuentra sostenido sobre el abismo con alfileres. Así las cosas; solo queda estirar la agonía hasta el 10 de diciembre y ver en qué condiciones se llega y cuánto ajuste habrá que hacer.
Sin embargo, la persistencia en la negativa a un ajuste económico hoy hará que las medidas necesarias futuras sean mucho más draconianas y, quizás, hasta insoportables desde el punto de vista de una convivencia democrática. Además, me pregunto cuánta racionalidad querrá introducir cualquier nuevo gobierno. O cuánta racionalidad estará dispuesta a tolerar la sociedad. Ninguna de las dos preguntas es trivial y, responderlas, definirá el rumbo del país. No se trata sólo de buscar y señalar a los responsables como hacemos hace décadas; sino de hacernos cargo -de una vez-, de las terribles restricciones que nuestra dramática situación nos impone.
Pero eso será el año que viene. Falta casi todo un año. Un tiempo interminable en términos argentinos. Mientras, enfrentaremos elecciones escalonadas por provincias, a razón de casi una por mes; que no arrastrarán resultados a nivel nacional. Y una batalla en el AMBA que promete ser la madre de todas las batallas. Una vez más. Un AMBA que consolida en sólo el 0,4% del territorio nacional al 37% de su población; el 38% del padrón electoral y el 50% del PBI. Un AMBA que implica -de facto- el reemplazo de un declamado federalismo por un centralismo que todo lo absorbe -como un agujero negro- y que, en el extremo, se consolida como un gran impedimento hacia toda idea de país federal.
Abriendo la bolsa de Eolo
En noviembre de 1987, Juan V. Sourrouille dijo en el Coloquio de IDEA: "El mercado interno, salvo algunos espacios marginales, está definitivamente conquistado, y a la vez los consumidores ya no aceptan el atraso tecnológico, sino que demandan una estructura productiva que sea más abierta y eficiente. En segundo lugar, el Estado está en una quiebra virtual y por lo tanto no puede atender simultáneamente la acumulación del capital y la justicia social, tareas a las que se han sumado los compromisos de la deuda externa. Por último, el mercado de capitales está prácticamente desintegrado y no puede ahora financiar el déficit fiscal sin desfinanciar al mismo tiempo a las empresas genuinamente capitalistas." Treinta y seis años y nada ha cambiado.
Necesitamos -urgente- una visión; una idea de país que nos aglutine en el esfuerzo. Un destino que sea ansiado y compartido. Necesitamos nuestra Ítaca donde nos espere, paciente, Penélope. Y necesitamos luego un plan; una hoja de ruta hacia esa visión, compartida y añorada. Luego necesitaremos vientos favorables; que serán muy escasos. Pero sin saber hacia dónde vamos, cualquier viento puede resultar desastroso. Y, aún si lo logramos; aún si conseguimos esa visión tan necesitada; ¿cómo evitamos convertirnos en los marineros de Odiseo y evitamos sabotearnos la llegada a Ítaca? Tenemos menos de un año para pensarlo; nada más.