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"No hay vientos favorables para el barco que no sabe a dónde va"

Domingo, 22 de enero de 2023 00:00
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Incluso antes de la pandemia se habían registrado graves disturbios y oleadas de protestas masivas en países como Chile, Ecuador, Colombia, Perú, Bolivia y Panamá. Las protestas, fruto de un resentimiento acumulado tras décadas de postergación e inequidad social angustiante, volcaron a estos pueblos a las calles en contra de sus elites gobernantes. En todos estos países, los gobiernos habían sostenido (quizás por mucho tiempo) políticas económicas y sociales incapaces de cumplir la promesa de prosperidad por tanto tiempo pregonada y nunca hecha realidad.

El desencadenante de las primeras protestas en Chile en octubre de 2019 fue la suba del subterráneo, equivalente -en ese momento- a tres centavos de dólar. A esto se sumó la absoluta incapacidad de las elites chilenas de reconocer el profundo malestar acumulado por su población, lo cual no hizo sino atizar el problema. Ese mismo año, en Ecuador, demostraciones que derivaron en varias muertes, forzaron al entonces presidente Lenín Moreno a sostener los subsidios al gasoil que pretendía eliminar. En 2020, fue destituido el presidente Martín Vizcarra en Perú, dejando al desnudo la división entre una "Perú oficial" y el "Perú profundo", división que derivaría en la elección como presidente, años más tarde, de Pedro Castillo, hoy destituido. Aún hoy Perú sigue enfrentando turbulencias políticas y sociales que no parecen ceder.

En Colombia, en 2021, luego de décadas de guerra contra el narcotráfico, el Estado tuvo que enfrentar a sus ciudadanos por primera vez, viéndose forzado a desistir de las reformas impositivas que buscaba imponer. En Bolivia, la detención de Luis Fernando Camacho -gobernador de Santa Cruz de la Sierra-, acusado de haber promovido el levantamiento que desencadenó la renuncia del presidente Evo Morales, "marcó un salto cualitativo en la crisis política que atraviesa Bolivia. (…) El episodio reabre la histórica confrontación entre el gobierno central de La Paz y el Oriente boliviano y reaviva los fantasmas separatistas de esa región"; analizó el doctor Pascual Albanese en estas páginas. Otra vez un país "oficial" y otro "profundo" invisibilizado, pero ansioso por ser visto y escuchado.

En Panamá, la alta corrupción institucionalizada, la marcada inequidad y la percepción de "no futuro" entre su población joven, los ha llevado a adoptar fuertes conductas "anti-sistema" que han derivado en manifestaciones con extrema violencia que aún no terminan de decantar. También tenemos el ejemplo de Haití, un país de una peligrosa inestabilidad que ha tenido más de 20 gobiernos en 35 años que, esperemos, no se transforme en el espejo que muestra el futuro de la región.

La detención antes mencionada del gobernador Luis Fernando Camacho; la manipulación de la Justicia y del sistema electoral en 2019 por parte de Evo Morales; el fallido autogolpe de Castillo en Perú; o los atropellos sistemáticos del chavismo en Venezuela, muestran que el problema no es de derecha o de izquierda sino de la valoración de la democracia y de sus instituciones; un problema que parece extenderse por toda la región como reguero de pólvora. Las democracias de la región están amenazadas por vastos sectores de sus poblaciones decididas a romper las reglas de juego.

Ejemplo de esto es lo sucedido en Brasil donde la turba incitaba a un golpe de Estado que, por suerte, no se cristalizó. Brasil quedó partido en dos mitades luego de las últimas elecciones; fractura que es muy fácil de leer tanto en términos electorales (50,9% a favor de Lula contra 49,1% a favor de Bolsonaro); como en su geografía económica: los estados del sur bolsonaristas por un lado (estados donde se concentra más del 60% del PBI brasileño y donde sólo el estado de San Pablo da cuenta del 30% del PBI del país); y los estados de corte petista del norte, estados donde se concentran los mayores niveles de pobreza e inequidad, por el otro. Una fractura que podría resultar irreconciliable. En Argentina, al igual que Bolsonaro, Cristina Kirchner también se había negado a transmitir los atributos del mando a Mauricio Macri en una clara falta de respeto republicano y de convivencia democrática. Alguien que, de manera explícita, ha hecho pública su aspiración de buscar una reforma constitucional que permita subordinar a la Justicia y al Parlamento a la voluntad presidencial; concentrando la suma del poder público en un poder único.

Alain Rouquié, politólogo francés, opina que enfrentamos "lo que se llama una recesión de la democracia dentro del sistema democrático. Una «democracia hegemónica", un sistema de democracia con limitación de las posibilidades de la oposición y con limitación de los contrapoderes". Una suerte de erosión de la democracia usando los propios resortes y mecanismos democráticos. Un remedo de democracia revestida de instituciones vacías. Con toda esta trama subyacente, la pandemia sólo agravó la crisis existente; poniendo en evidencia los gravísimos y profundos problemas estructurales que enfrentan todos los países de la región, casi sin excepción.

La realidad latinoamericana

Si bien los 22 países de América Latina y Caribe siguen siendo democráticos (con excepción de Venezuela, Cuba, Nicaragua, Guatemala y Honduras); la polarización va en aumento y la fe en el sistema democrático muestra un retroceso 

regional significativo. La región ostenta, además, uno de los deterioros más fuertes en términos económicos del mundo. La exclusión económica y social y las fractura educativa y sanitaria ponen en jaque a los gobiernos que no tienen claro el modelo a seguir hacia delante. Para peor los pronósticos no son nada auspiciosos. El promedio de crecimiento económico regional será anémico: el FMI proyecta 1,7%; Cepal, 1,3% y Standard & Poor's, 0,7%; lo que resultaría en la segunda década perdida en términos económicos (2004-2023). La inflación continuará alta (9,5% promedio regional, según el FMI) y lo mismo ocurrirá con las tasas de interés. Todo esto impactará en el nivel de pobreza -que se mantendrá por encima del 30% en la región-, en el empleo, inequidad e informalidad. Todo esto anticipa que el malestar social y las demandas insatisfechas seguirán presentes en las calles. No parece razonable descartar nuevos y más violentos estallidos sociales.

La situación internacional tampoco es auspiciosa. De hecho, el FMI habla de una posible recesión mundial. Es probable que se prolongue la invasión rusa a Ucrania y, aun cuando esta guerra no degenere en ningún escenario distópico, ya provoca un alza sensible de casi todos los presupuestos militares del mundo en desmedro de los sistemas de bienestar social; tanto como costos al alza de la energía y de los precios internacionales de alimentos. Se esperan enormes desafíos referidos a la inmigración mientras escalarán los desafíos - cada vez más acuciantes - en el plano del calentamiento global, así como las discusiones por la distribución de las cuotas de emisión de dióxido de carbono y de gases de efecto invernadero. Se prevé una marcada aceleración de la economías de plataformas y la precarización laboral que conlleva, con un potencial aumento del desempleo y salarios a la baja a nivel global. Todo esto configurará un mundo más caótico que ordenado; un mundo sumido en sus propios problemas y sin espacio para atender ni los problemas ni las necesidades latinoamericanas. O que esperará, ansioso, poder aprovecharse de los recursos naturales de la región; sin interesarse -en lo más mínimo- ni por nuestro desarrollo ni por nuestro crecimiento.

Y, como en un juego de espejos borgeanos que se repiten a sí mismos hasta el infinito, se contrapone una percepción interna de esta nueva modernidad, retratada con magistralidad por Gilles Lipovetsky: "¿Y cómo no sentirse afligido por el espectáculo deprimente que ofrece nuestra época? Las desigualdades económicas extremas aumentan en todo el mundo; el desempleo masivo causa estragos; los atentados terroristas se multiplican en el corazón de nuestras ciudades; las catástrofes ecológicas se perfilan en el horizonte; los medios de vigilancia electrónica amenazan las libertades; los partidos populistas progresan en todas las democracias; las instituciones políticas inspiran una desconfianza generalizada; los flujos migratorios, impulsados por la desesperación, ponen a Europa en estado de choque. ¿Qué utopías sociales nos quedan? ¿Qué hay en este mundo que todavía pueda hacernos soñar y tener esperanza en un futuro mejor?". Las respuestas individuales podrán ser infinitas tanto como personales. Desde el punto de vista de la utopía colectiva, el planteo de Lipovetsky deja sin aliento por su falta de respuesta.

Encrucijada latinoamericana

Cambiar el curso de un país requiere de sorprendentes dotes de gobernanza en términos políticos y sociales, tanto como de capacidades extraordinarias para la construcción de consensos. En sociedades tan polarizadas como las nuestras esto suena a tarea imposible. Así las cosas, sólo podemos esperar una declinación democrática más pronunciada, mayores turbulencias políticas y sociales, y sociedades más fracturadas y enfrentadas.

Toda Latinoamérica se encuentra en una grave encrucijada. Por un lado, los modelos neoliberales son altamente resistidos luego de años de políticas que probaron no derramar beneficios en las sociedades que experimentaron sus consecuencias. Por el otro, los populismos crecientes - violentos y polarizadores- están agotados tras años de desinversión, desfinanciación, corrupción y falta de respuestas reales. El narcotráfico; la inseguridad; la inequidad; la falta de educación; el clientelismo político; estados ausentes y sociedades que muestran debilidades extremas; colocan a la región en el centro de un huracán político, social y económico.

"No hay vientos favorable para el barco que no sabe a dónde va" dijo Lucio Anneo Séneca, dos mil años atrás. Sin rumbo, sin destino, en el medio de una tempestad y en un mar embravecido, el pronóstico suena desalentador. Otra vez las palabras de Lipovetski resuenan en mis oídos. Me siento incapaz de darles respuesta.

 

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