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20 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Los frutos silvestres

Lunes, 16 de octubre de 2023 00:00

Rescato de la memoria paisajes maravillosos de la infancia, de las décadas del 50 y 60, para recrearlos en este tiempo tan distinto. La geografía es la misma y los climas similares. A esta altura del año, los changuitos del ayer, veíamos trabajar a la naturaleza con un vigor notorio, preparándose para convidar sabrosos frutos silvestres que llegaban como un canto de alegría. Las moreras estiraban sus gajos y sus sombras y el fruto se dibujaba despacito, formulando la invitación. Hay moras negras, blancas y rosadas. Su sabor era codiciado por grandes y chicos. La gente hacía caminatas buscándolas. La mora estaba presente en la ciudad y en los pueblos. De pronto la gran población de moreras se fue achicando, hasta convertirse casi imperceptible. Quien puede explicar la muerte de este noble árbol, de los que cada vez hay menos. Pero no solo las moreras, también otras especies vegetales que ofrecían sus sabores fueron desapareciendo. Aquel tiempo de la tuna, el piquillín, el tala, el chañar, el mato. Sabores silvestres que los chicos de hoy no conocen ni de nombre. ¿Qué ha pasado para que en tan poco tiempo todo haya cambiado tanto? Esos frutos eran las golosinas de los chicos del ayer, estaban en los baldíos, a la vera de los caminos, en las serranías. Una aventura organizar verdaderas expediciones de cosechas. En el fondo de las casas también estaban los sabores frutales en los duraznos, damascos, granadas, uvas, higos, ciruelas, membrillos, un modo de colaborar con la economía de la casa. Una fiesta consumir lo natural, lo que la tierra generosamente nos entregaba.

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Rescato de la memoria paisajes maravillosos de la infancia, de las décadas del 50 y 60, para recrearlos en este tiempo tan distinto. La geografía es la misma y los climas similares. A esta altura del año, los changuitos del ayer, veíamos trabajar a la naturaleza con un vigor notorio, preparándose para convidar sabrosos frutos silvestres que llegaban como un canto de alegría. Las moreras estiraban sus gajos y sus sombras y el fruto se dibujaba despacito, formulando la invitación. Hay moras negras, blancas y rosadas. Su sabor era codiciado por grandes y chicos. La gente hacía caminatas buscándolas. La mora estaba presente en la ciudad y en los pueblos. De pronto la gran población de moreras se fue achicando, hasta convertirse casi imperceptible. Quien puede explicar la muerte de este noble árbol, de los que cada vez hay menos. Pero no solo las moreras, también otras especies vegetales que ofrecían sus sabores fueron desapareciendo. Aquel tiempo de la tuna, el piquillín, el tala, el chañar, el mato. Sabores silvestres que los chicos de hoy no conocen ni de nombre. ¿Qué ha pasado para que en tan poco tiempo todo haya cambiado tanto? Esos frutos eran las golosinas de los chicos del ayer, estaban en los baldíos, a la vera de los caminos, en las serranías. Una aventura organizar verdaderas expediciones de cosechas. En el fondo de las casas también estaban los sabores frutales en los duraznos, damascos, granadas, uvas, higos, ciruelas, membrillos, un modo de colaborar con la economía de la casa. Una fiesta consumir lo natural, lo que la tierra generosamente nos entregaba.

En las regiones más cálidas de la provincia se daban las chirimoyas, las papayas, las guayabas, el mango, con sabores y colores vigorosos, que se sumaban a las naranjas, mandarinas, limones, melones, sandías; esa zona además era rica en cañas de azúcar, la palta, zapallos, choclos, el chilto o tomate de árbol. Muchas de estas frutas, desconocidas en Buenos Aires y ahora empiezan a ser desconocidas en la ciudad de Salta. Sus habitantes consumieron por siglos estos sabores, además suma de recursos y fuente del desarrollo sustentable de la región. La naturaleza protegía a su gente con sus frutos. Una aventura subir a las serranías circundantes de la ciudad de Salta, para buscar ají quitucho, un príncipe en la mesa de los salteños, jerarquizando su gastronomía.

El árbol más importante de la cultura americana, el algarrobo, que además de ofrecer su sombra y su belleza, entregaba su madera para que manos carpinteras la conviertan en mesa, silla, cama. Su fruto producía alegría, porque la algarroba, era consumida como fruta; con ella se hacía la añapa para los chicos y aloja fermentada para los mayores. En casi todas las casas estaban las tinajas con la fresca aloja que se ofrecía al visitante. Algunas hacendosas mujeres con harina de algarroba preparaban el 'patay' de sabor silvestre, seco, único. Todo este paisaje vegetal era valorado y compartido. La gente más libre, porque salía a dialogar con los árboles que ofrecían sus sabores. Todo lo natural envolvía la vida humana y el hombre, parte de su paisaje que nutría y alimentaba. Entre los yuyos estaba la farmacia originaria. La vida moderna y el cemento nos va quitando el espacio natural. Bueno sería mover el ingenio y la inteligencia para poder seguir abrazados a la naturaleza, que es tan generosa con toda su magia. Que viva el progreso pero sin perder las raíces.

 

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