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El mapa del delirio

Jueves, 13 de abril de 2023 02:12
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Estoy leyendo el libro "El Nudo" de Carlos Pagni. Libro cruel pero exhaustivo y delicioso, que debería ser de lectura obligatoria para todo dirigente del país. O para todo aquel que pretenda serlo. Siento que el libro no deja mucho lugar a la esperanza, a pesar de la puerta a la ilusión que el autor, por razones obvias, deja abierta. El panorama es desolador desde cualquier dimensión desde la que se lo aborde: estadística, histórica, descriptiva o conceptual. Más todavía cuando queda claro que los dramas han devenido en problemas estructurales de dimensiones y profundidades complejas de resolver. Quizás no sea imposible, pero implicarían esfuerzos muy grandes para toda la sociedad, por mucho tiempo. Me pregunto si somos capaces de sostener tanto esfuerzo por tanto tiempo.

Mientras leo, veo por la televisión el megaoperativo montado para detener a los dos colectiveros supuestamente responsables de la agresión al ministro de seguridad de la provincia. El que le haya propinado la golpiza al ministro cometió un error; hizo mal. No se resuelve ningún problema a golpes de puño ni con más violencia. Tampoco haciendo justicia por mano propia. Lo sabemos -o lo deberíamos saber- a esta altura de nuestra vida política y social.

Dicho esto, tampoco el ministro de seguridad de la provincia más insegura del país puede llegar al lugar en helicóptero, ejerciendo otra forma -distinta- de violencia. Solo alguien que no entiende lo que pasa en el territorio actúa así.

Pienso en el inmenso cuento de Borges que habla del mapa y su territorio. El mapa que tienen los funcionarios en sus cabezas no refleja, en lo absoluto, el territorio que reinan, bajo sus pies. El mapa del delirio que los funcionarios quieren hacernos creer que es la representación de ese territorio, no tiene nada que ver con la insania en la que nos toca sufrir y agonizar. En Argentina toda tragedia es evitable. La paradoja es que por nuestras carencias estructurales, se hacen todas inevitables a la vez.

Pagni menciona dos de ellas: la primera, ocurrida en 2012, la tragedia de Once; la segunda, la tragedia de las inundaciones en La Plata en el año 2013. La primera dejó 52 muertos; la segunda una cantidad de muertos que, quizás, nunca se llegue a esclarecer. Dice Pagni: "Las dos tragedias, Once y La Plata, tienen un parecido: los funcionarios reaccionaron como idiotas ante la desgracia". Veo el megaoperativo para detener a los dos colectiveros y me pregunto si no está pasando lo mismo; otra vez. No están deteniendo a dos capos narcos; no están desbaratando una banda asesina. Solo están deteniendo a dos trabajadores. Un patrullero de esos que nunca llegan a tiempo a crímenes mucho más crueles y despiadados hubiera bastado.

Detalla Pagni: "En la tragedia de Once, la ministra de Seguridad, Nilda Garré, explicó que en la masacre tuvo que ver que la gente no sabe viajar en tren: se amontona en el primer coche de la formación, y eso facilita la masacre. Y Cristina Kirchner se ufanó hablando de las víctimas del accidente, de que, por lo menos, ahora se movilizan hacia los lugares de trabajo. En 2003, cuando ella y su esposo llegaron al poder, no tenían a dónde ir". Pagni, tiene razón; reaccionan como idiotas ante la desgracia. Reaccionan sin empatía y sin corazón, ni sensibilidad, ante la realidad. Hoy no hay un solo funcionario que haya expresado sus condolencias por el chofer asesinado ni que haya mostrado la menor empatía con la víctima ni con su familia. Por el contrario, se victimizan y se colocan, ellos mismos, en el centro de la escena y de la victimización. Las únicas víctimas son el chofer asesinado, su familia, y los pasajeros de ese colectivo a esa hora tardía; nadie más. La política no sabe ponerle cara ni corazón a nada.

Argentina queda desnuda ante colapsos masivos de una infraestructura obsoleta e inacabada. Nada retrata mejor nuestra pobreza intelectual y estructural que la tragedia de Once; la tragedia de La Plata; la implosión del submarino ARA. San Juan; o, ahora, la muerte de un colectivero en una zona por la que, en rigor de verdad, nadie debería transitar. Nadie debería viajar en las condiciones en las que circulaba ese tren que terminó estrellándose en la terminal de Once. Nadie debería vivir en esas zonas inundables donde falleció una cantidad desconocida de personas. Nadie debió haber navegado en un submarino que, en otro país, hubiera sido destinado a chatarra muchas décadas atrás. Nadie debería tener que transitar una zona donde es sabido que reina una inseguridad que mata. Pero la inseguridad es el eje maldito que entra en conflicto con el derecho a vivir en paz. Y no quieren que vivamos en paz. El miedo dirime la política y, la inseguridad, es lo que le da forma y lugar a una forma de política perversa y maldita.

El mapa y el territorio no concuerdan. Nos relatan algo que estamos viendo por todas las pantallas de televisión del país y el relato y la imagen no coinciden. Nos cuentan de una partida de ajedrez cuando las imágenes muestran una transacción entre narcos de poca monta. No se trata solo de un desfase temporal en el que el audio alcanzará al video; o viceversa. El problema es mucho peor.

Nada cierra. Nada cambia. Las tragedias se suceden sin solución de continuidad en un territorio insano e impiadoso. ¿De cuál de todas las posibles futuras tragedias que ocurrirán en este territorio de insania habremos de tener la culpa nosotros, una vez más, en el mapa de los delirios por venir?

 

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