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Argentina fue el "granero del mundo" de 1880 a 1929, especialmente en los años 1895 y 1696, cuando se constituyó en el mayor productor agropecuario del planeta. Todo funcionaba bien en esta pródiga y fértil tierra, que se constituía en una brillante economía del primer mundo. La pampa húmeda mostraba su vigor. En 1914 se cultivaba en 24 millones de hectáreas, con el aporte y la voluntad de más de un millón de personas, que ofrendaban su trabajo. Entre 1920 y 1925 se importaron gran cantidad de máquinas para mejorar la productividad. Se llegó a usar una cosechadora cada 250 hectáreas, como se había registrado en EEUU. El país crecía a pasos agigantados, como un milagro natural. En 1921 empezó a descender el área de cultivo; en 1925 se produjo la baja de los precios agrícolas y empezó a despintarse el período de oro de nuestra economía. La guerra había producido nuevas medidas en los países poderosos, que consumían nuestra producción. Los precios de los productos primarios decayeron y los manufacturados aumentaron. La fuerza del capital y la política empezaban a dibujar esta nueva realidad. La primera guerra mundial ahogaba el crecimiento de la economía mundial. Este decaimiento se sostuvo hasta los años 60, cuando en una actitud de resurrección trató de ponerle medicina al tema, mecanizando el campo y denominando a este momento como la revolución verde.
La realidad indica que no se deben bajar los brazos, siempre hay posibilidades de mejorar, especialmente en nuestro país, que posee una geografía especial para los grandes resultados agropecuarios. Tierra de valerosos hombres y mujeres, que aportan su experiencia y los sacrificios necesarios para impulsar de nuevo a nuestro país. Hay que revertir esta realidad. Por suerte hay ejemplos en el mundo que permiten pensar que todo es posible. Uno de esos modelos está en los Países Bajos, con un territorio 64 veces más chico que el de Argentina. Además, no cuenta con el mejor clima y a pesar de ello, consiguieron volverse la nueva potencia alimentaria del mundo. Este resultado lo lograron a través de los invernaderos, que generó una industria agrícola que exportó en 2017, cien mil millones de dólares; se convirtieron en el segundo mayor exportador agrícola del mundo, atrás de Estados Unidos, pero con un territorio 237 veces más pequeño. Cuentan con 93 kilómetros cuadrados, ocupados por invernaderos, que utilizan sistemas hidropónicos y energía geotérmica, para lograr resultados formidables, con muy poca inversión. Los invernaderos tienen la posibilidad de regular su temperatura, haciéndolo ideales para la siembra en cualquier momento del año. Se consiguieron resultados increíbles como producir cien millones de tomates en un terreno de 14 hectáreas. Este país gracias a su trabajo pudo construir una nueva provincia, la doceava, gracias a los terrenos ganados al mar.
Hace falta una pueblada argentina para sumar voluntades, políticas, ideas, técnicas, ciencias, con la participación de todo el pueblo, para revertir del todo nuestras estadísticas, en un país tan generoso que todo lo tiene. Esto demuestra que no todo está perdido. Hay que trabajar con la camiseta argentina, para potenciar el país y volver a ser el granero del mundo. Es un deber hacerlo y el modo de saldar la deuda con el futuro, para otorgarle a las nuevas generaciones un paisaje de paz y trabajo; la patria exige el respeto y el esfuerzo de todos los sectores. La verdadera independencia pasa por saber tomar las decisiones saludables. A los chicos que estudian en las escuelas, en los colegios y en las universidades, se les debe enseñar que hay un país posible.