Durante décadas la discusión de los especialistas sobre la tragedia "Prometeo encadenado" se centró en los problemas relacionados con su autoría y con la fecha en la que fue escrita. La Antigüedad no tuvo dudas de que su autor fue Esquilo. Respecto a su datación, entre sus versos hay una alusión -poética por cierto- a la erupción del volcán Etna: "Y Hefesto, instalado en las más elevadas cimas, forja el rojo hierro hirviente, donde explotarán alguna vez ríos de lava devorando con mandíbulas salvajes los llanos terrenos de Sicilia, rica en frutos"; por lo que hoy se puede establecer que la fecha de escritura debe ser posterior a esta erupción ocurrida cerca del año 479 a.C.
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Durante décadas la discusión de los especialistas sobre la tragedia "Prometeo encadenado" se centró en los problemas relacionados con su autoría y con la fecha en la que fue escrita. La Antigüedad no tuvo dudas de que su autor fue Esquilo. Respecto a su datación, entre sus versos hay una alusión -poética por cierto- a la erupción del volcán Etna: "Y Hefesto, instalado en las más elevadas cimas, forja el rojo hierro hirviente, donde explotarán alguna vez ríos de lava devorando con mandíbulas salvajes los llanos terrenos de Sicilia, rica en frutos"; por lo que hoy se puede establecer que la fecha de escritura debe ser posterior a esta erupción ocurrida cerca del año 479 a.C.
También se sabe que la obra era parte de una trilogía que continuaba con "Prometeo portador del fuego" y que se cerraba con "Prometeo liberado", ambas perdidas salvo por pequeños fragmentos que han llegado a nuestros días. Así, cualquier lectura e interpretación que se haga de la obra debe ser parcial. No tenemos la visión completa de Esquilo sobre sus "héroes". Según la mitología griega, Prometeo es un Dios que fue encadenado a una roca sobre un abismo tras robar el fuego -que simboliza la cultura y la civilización- y entregárselo a los hombres, oponiéndose a la voluntad de Zeus. Encadenado, Prometeo calla un secreto: cómo se producirá en el futuro la caída de Zeus, quien necesita obtener esa información para evitar su desgracia.
En este enfrentamiento ni quienes llegan a interrogar a Prometeo de parte de Zeus ni quienes intentan ayudarlo logran doblegar su voluntad. En palabras de Prometeo: "Solo la posibilidad de una alianza abrirá las puertas a una solución". No el perdón de Zeus; tampoco una subordinación suya o un sometimiento a Zeus. Prometeo quiere restaurar el orden buscando volverlo todo al estado inicial de las cosas cuando ambos gobernaban el mundo juntos; antes que Prometeo engañara a Zeus.
"Prometeo encadenado" narra una impiadosa lucha de poder. Prometeo conoce el futuro y sabe que su acción protegerá al hombre de la amenaza de extinción proferida por Zeus. En venganza, Zeus enviará a los hombres a Pandora quien, en su acto de curiosidad, diseminará todos los males del mundo -menos «Elpís", la esperanza-; la que quedará por siempre encerrada en la vasija. Prometeo sabe que en ese acto de venganza de Zeus está escondida la grieta en el destino que conducirá al dios a su perdición. El plan es eterno; los dioses tienen tiempo para jugar juegos eternos.
Por otro lado, el mito de Pandora abre la puerta a otras preguntas: ¿la esperanza es un mal? ¿Qué hacía, si no, junto con todos los males del mundo? El Prometeo de Esquilo dice que, además del conocimiento, le insufló al hombre "ciegas esperanzas" para que los hombres fueran capaces de ocultar su finitud; el destino de muerte que nos espera a todos. La esperanza nos permite ocultar tras un velo la realidad de las cosas.
Tragedia y destino
La idea de destino que tenían los griegos contenía una enorme carga de determinismo. En el marco de las categorías en las que estamos habituados a pensar -inaplicables al mundo antiguo por ser por completo anacrónicas-, el determinismo parece implicar que el papel del hombre es pasivo. Sin embargo, ningún personaje trágico es pasivo.
Solo como ejemplo y por recurrir a una tragedia famosa de Sófocles, en "Edipo Rey", Layo quiere eliminar a Edipo, su hijo recién nacido, dado que la profecía indicaba que su hijo lo mataría y que luego se casaría con su madre. No lo mata, y Edipo inicia un viaje que parece alejarlo de las cosas hasta que, llegado el momento, termina -sin saberlo-, asesinando a su padre y casándose con Yocasta, su madre.
No hace falta recorrer las tragedias que llegaron a nuestros días para observar que ningún personaje permanece pasivo ni acepta -de manera pasiva- su destino. Por donde se mire, más allá de las diferencias entre los grandes autores trágicos, los personajes eligen y actúan en consecuencia. La paradoja es que, al intentar evitar sus destinos, lo cumplen. Cuanto más buscan alejarse de su sino más se acercan a él. No son libres en el sentido que nosotros podemos darle a este adjetivo: al elegir actuar se hacen partícipes de la construcción de un destino que se encuentra predeterminado.
Enceguecimiento y esperanza
Los personajes de las tragedias son irracionalmente optimistas y acometen empresas imposibles a todas vistas y, en esa irracionalidad, no esperan que las cosas les salgan mal. Solo alguien enceguecido puede realizar esas acciones y pensar que puede triunfar. Pero, la vuelta al orden es de nivel cósmico y no tiene misericordia para con los destinos particulares; tampoco parece interesarle la "justicia" individual.
Así, todo castigo es doble. Sísifo debe empujar su piedra, colocarla en la cima de la colina y la piedra siempre vuelve a caer. Las Danaides llenan eternamente de agua un tonel sin fondo. Casandra, continúa diciendo a sus congéneres lo que sucederá, sabiendo que no será escuchada. El castigo seria banal si fuera solo físico o si se limitara a la infinita reiteración de una misma acción. El castigo es doble.
El primer castigo es permitir a cada uno de estos "héroes" la esperanza de pensar, cada vez, que en esa ocasión, por algún motivo, la piedra se quedará en la cima, el tonel se llenará, o que la verdad será escuchada; que el castigo terminará. La esperanza irracional de que la cosas -esta vez- saldrán bien es uno de los momentos del castigo; el otro es el descorrimiento del velo, el instante en que el "héroe" descubre que las cosas acabaron como debían acabar.
Prometeo y el poder
En el Romanticismo se tendió a interpretar a esta obra como el enfrentamiento entre un héroe débil -Prometeo- que, aún vencido, mantiene sus convicciones frente a un tirano cruel y poderoso -Zeus-. La modernidad tiende a ver las luchas de poder bajo estas lecturas pueriles. Otra lectura más profunda, sugiere, en cambio, una masiva lucha de poder entre dos entidades poderosas, ambas en un plano de igualdad y de fuerte necesidad mutua; ninguno de las dos dispuesta a ceder en sus pretensiones ni a negociar ni a acordar.
Prometeo es un dios interesado en el poder: eligió la traición a los suyos cuando supo que no eran capaces de escucharlo. El enfrentamiento entre Prometeo y Zeus no es el de un tirano cruel contra un dios altruista y defensor de los hombres. Es una pulseada entre dos dioses que conocen el poder: Zeus sabe que necesita la información que puede proveerle Prometeo para mantenerse en el trono. Prometeo sabe que lo que él calla le es indispensable a Zeus. Zeus intenta dominar a Prometeo, adueñarse de lo que no dice. No lo logra porque Prometeo solo está dispuesto a aceptar una alianza que lo haga participe; no quiere ser un subordinado, como Hermes o Hefesto, sino formar parte del gobierno divino. Cogobernar.
Zeus no es optimista, no se le oculta que en el futuro puede tener problemas como de hecho los tuvo su padre, no está enceguecido por la esperanza de que todo saldrá bien, sino que sabe que, tarde o temprano, las cosas le podrían ir mal y que mantenerse en el poder depende de evitarlo. Zeus es un dios que "piensa trágicamente". Pero, por más antipatía que provoque, Zeus tampoco es un tirano malvado, cruel y despiadado, si no, quizás, el político perfecto: conoce la naturaleza del poder y hace uso de él en consecuencia. No cede, porque ceder implica perder poder; por eso buscar obtener lo que necesita por la fuerza. Prometeo tampoco se engaña ni olvida que, en esta concepción del poder, lo mejor que puede hacer es callar, porque así obliga a Zeus a disminuir su poder en su favor. En un planteo como este, no hay lugar para la alianza o sociedad entre sus integrantes.
Prometeo y nuestra realidad
La condición humana como limitada; la esperanza como negación de la muerte; el sentido de la supervivencia por medio de la técnica; la acción como instrumento para construir el destino; la esterilidad de cierto modo de concebir el poder -incapaz de concebir alianzas y que conduce a catástrofes-; son temas centrales en este "Prometeo encadenado" que nos aportan elementos valiosos para la reflexión sobre las fuerzas que muchas veces entran en juego para constituir nuestro presente y nuestro futuro histórico, como sujetos, como hombres y como sociedad.
"Prometeo encadenado" enseña, también, el dolor del doble castigo. Esa "ciega esperanza" de que, esta vez, las cosas saldrán bien y el tormento terminará de una vez. Solo para descubrir, con desazón, que la piedra volverá a caer; que el agua se seguirá escurriendo del barril; que las palabras de Casandra volverán a ser desoídas. Que Argentina seguirá fallando y cayendo.
Me pregunto cuánto de Prometeo y de Zeus hay en nuestras fuerzas políticas en pugna. Dioses alejados de nosotros y que solo nos usan en sus peleas eternas e inconducentes. Cuánto de Prometeo encadenado hay en nuestra sociedad. Cuánto de Sísifo en nuestras conductas irracionales y trágicas. Cuánto de Danaides tirando agua al barril. Me pregunto a cuántas Casandras seguiremos sin estar dispuestos a escuchar.
Quizás sea momento de dejar de tener esperanzas irracionales; de correr el velo sobre nuestra realidad y ver de lleno nuestra verdad. Quizás sea hora de dejar de escapar de nuestro destino, solo para ver -con frustración- cómo eso solo nos acerca más a él. Quizás sea hora de dejar de lado peleas eternas e inconducentes: "Solo la posibilidad de una alianza abrirá las puertas a una solución".
Quizás la solución sea rescatar la democracia a través de una alianza que convoque a estadistas; no a Prometeos y Zeus dispuestos a seguir, por los siglos de los siglos, manteniendo el statu-quo y buscando prevalecer sobre el otro y nada más. Quizás.