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26 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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El famoso toro negro que puso en vilo al barrio Matadero

Cuando los arreos de ganado vacuno pasaban por la ciudad rumbo al matadero municipal.
Domingo, 18 de junio de 2023 01:31
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Como se sabe, los corrales que el Ferrocarril Belgrano tenían en nuestra ciudad para la hacienda, en 1950 fueron trasladados a la estación Alvarado. Esto hizo que el ganado que llegaba a Salta por vía férrea desde el Chaco salteño o del sur del país para consumo local desde entonces comenzara a ser arreado desde Alvarado hasta el Matadero Municipal. Para ello las tropas se trasladaban a pie por el viejo camino a Campo Quijano (hoy calle Gato y Mancha) hasta alcanzar la avenida Chile. Si era verano y el río Arenales estaba crecido, los arreos cruzaban el "puente i'fierro", y a poco, por un callejón (hoy avenida Independencia) llegaban directamente hasta el matadero. Para el invierno los arreos seguían el camino a La Isla (hoy avenida del Líbano) hasta que luego de cruzar el río ingresaban directamente a los corrales.

Y como es de imaginar, pese a que los arreos se hacían con hombres expertos, siempre había algún inconveniente que salvar en ese trayecto de unos 10 kilómetros. Lo más frecuente era que algún animal o varios salieran de la tropa para internarse en el río o en calles de la periferia de la ciudad.

Según viejas crónicas, los vacunos más chúcaros eran los que provenían del Chaco salteño. Eran animales bravos, semisalvajes, poco acostumbrados al arreo y proclives a echarse de la huella. Eran difíciles de conducir y por eso daban mucho trabajo a los arrieros y también a sus perros, varios de los cuales entregaron sus pellejos en estas rudas tareas de andar garroneando.

El toro loco

Como es de imaginar, los vecinos del barrio Matadero estaban habituados desde siempre a ver pasar arreos con animales dóciles y chúcaros. Así hasta que una tarde calurosa de nuestro tradicional veranito de julio, una tropa de algo más de 300 vacunos llegó a los corrales del matadero procedente de la estación Alvarado. Eran -según se supo- casi las cinco de la tarde del martes 20 de julio de 1958 y todo hacía pensar, especialmente a los arrieros, que la jornada iba a concluir en paz. En el trayecto desde Alvarado hasta la ciudad ningún animal se había extraviado, ya que hasta ese momento el arreo de los vacunos había sido tranquilo.

Pero cuando solo faltaba que ingresaran a los corrales unos pocos toros, uno de ellos, un negro fornido, de improviso se largó a correr desaforadamente por el callejón de la actual avenida Independencia. Iba hacia el este, cabeza erguida y moviéndola enérgicamente de un lado para el otro, mientras bramaba amenazante. Trotaba enfurecido como buscando algo que atacar hasta que escuchó a un perro amarillo de mediano porte que lo ochava desde una de las veredas. Giró su cabeza ornamentada con prominentes astas y cuando logró ubicarlo, lo miró fijamente por unos instantes hasta que sin mediar mugido ni bramido se le fue encima a toda velocidad. El perro, al ver que semejante mole negra se le venía encima, giró sobre sus patas y velozmente emprendió la retirada. Llegó a la esquina derrapando y como una flecha tomó por la calle Santa Fe mientras aullaba como si hubiese visto a Mandinga. El vacuno copió la trayectoria del caschi y cuando ya casi le tocaba el rabo con sus cuernos, el can amarillo haciéndose finito se introdujo como venía por el portillo de una pared de ladrillos apilados. Y como el inmenso toro no pudo frenar, de un topetazo demolió el muro dejando los ladrillos un desparramo.

Pero el feroz choque no hizo amainar la ira del animal, ya que de inmediato giró sobre sus patas, oteó el horizonte como buscando una nueva víctima. Al trote largo avanzó como una cuadra sobre Santa Fe, con la cabeza bien erguida, bufando y buscando a quien atacar. Así hizo un trecho hasta que alcanzó a ver que en sentido contrario avanzaba un desprevenido ciclista. Ciego, el toro enfiló hacia el hombre que seguía pedaleando hacia el animal. Cuando por fin Ignacio Yapura, que así se llamaba, advirtió el peligro, el toro ya estaba como a unos treinta metros de distancia. De inmediato largó la bicicleta y precipitadamente se metió en la casa más próxima, donde por suerte, un vecino que mosquetaba la correteada taurina le permitió ingresar a su domicilio. Pero ahí no quedó la cosa, pues a poco llegó el vacuno que al atropellar la puerta con uno de sus cuernos la atravesó lado a lado, aunque sin lograr derribarla. Luego de insistir con dos o tres topetazos sin lograr su objetivo, el animal se retiró a la calle, donde nuevamente emprendió su alocada carrera por Santa Fe mientras cuatro arrieros lo perseguían con sus lazos en alto. Por tres cuadras el animal siguió casi al galope y llevándose por delante las sillas y las mesas de los contertulios que a esa hora conversaban o tomaban mate en sus veredas. Y así hasta que don Serafín Montoya, uno de los arrieros que lo seguían, logró enlazarlo. Pero no bien el animal sintió el trenzado sobre su lomo, embravecido dio media vuelta y arremetió con los cuernos de punta dispuesto a clavar jinete y caballo. El gaucho, advertido de las intenciones del enloquecido vacuno, soltó el lazo, giró con su equino y a todo galope salió huyendo por la misma calle hacia el norte, con el toro casi pegado a las ancas de su caballo. Por fin, al llegar a la calle Corrientes el vacuno tomó inopinadamente hacia el oeste hasta alcanzar la Vicario Toscano. Por esta calle hizo una cuadra para introducirse en la casa número 99, domicilio de la señora Gerónima Sarapura que justo en ese momento se encontraba barriendo el patio. Sorprendida, la mujer intentó escobear al animal pero este logró embestirla y causarle una profunda herida en la espalda y otra al costado del tórax. Pero cuando doña Gerónima estaba en el suelo a merced del toro, llegaron los arrieros, logrando dos de ellos enlazarlo y sacarlo a la rastra rumbo al matadero mientras una multitud, ya tranquilizada, observaba como lo llevaban al bramadero para luego ser sacrificado.                                    

Como resultado del ataque, doña Gerónima Sarapura debió ser trasladada a la Asistencia Pública (Sarmiento y Belgrano) donde fue internada y dada de alta 15 días después. Tomó intervención personal de la comisaria cuarta, que debió evaluar los daños causados por el toro bravo, que al final resultó ser oriundo de un campo de Córdoba y no del Chaco salteño como se pensó en un primer momento.

El barrio Matadero

Por los años de 1950 la única vía que unía la zona céntrica de la ciudad con el matadero municipal era la calle Santa Fe ya que sus paralelas hacia este y oeste apenas si llegaban hasta la Tucumán o Corrientes. Esto hizo que en sus casi 14 cuadras de extensión se poblara más tempranamente, dando lugar a que en forma espontanea surgiera a fines del siglo XIX el pujante barrio Matadero. Y con el tiempo llegó a ser tan populosa esta barriada que en la década de 1940 el arzobispo Roberto Tavella creó sobre calle Santa Fe, la parroquia De la Santa Cruz, a solo dos cuadras del matadero.

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