Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
-2°
24 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

"¿Qué es una mujer?" Autopercepción, derechos e imposiciones

Domingo, 09 de julio de 2023 02:01

Debo esta reflexión a un amigo que me llamó la atención sobre la película homónima de Matt Walsh. Le prometí verla y, como el tema es complejo, le pedí tiempo para poder construir alguna forma de pensamiento al respecto. Debo decir que la película no me gustó. Creo que despliega un tono burlón y binario a ultranza. Me hace sentir que sólo le importa imponer su punto de vista y menospreciar cualquier otra perspectiva. Confieso que, en lo personal, hasta la pregunta misma me parece irrelevante. Dicho esto, sí creo que sirve como punto de partida para reflexionar.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Debo esta reflexión a un amigo que me llamó la atención sobre la película homónima de Matt Walsh. Le prometí verla y, como el tema es complejo, le pedí tiempo para poder construir alguna forma de pensamiento al respecto. Debo decir que la película no me gustó. Creo que despliega un tono burlón y binario a ultranza. Me hace sentir que sólo le importa imponer su punto de vista y menospreciar cualquier otra perspectiva. Confieso que, en lo personal, hasta la pregunta misma me parece irrelevante. Dicho esto, sí creo que sirve como punto de partida para reflexionar.

Lo primero que se debe hacer, es definir los ámbitos de incumbencia o dominios, desde los cuales abordar una pregunta así. Me parece que gran parte de los problemas que ocasionan las respuestas a la pregunta "¿Qué es una mujer?", surgen cuando se pretende - de buena o con mala fe - extrapolar las respuestas de un ámbito a otro; mezclar los ámbitos de incumbencia. A priori, se me ocurren cuatro dominios: el biológico; el individual; el colectivo y el ideológico. Puede haber más; no pretendo ser exhaustivo ni agotar el tema. Veamos el primer dominio: el biológico. Podría definir a una mujer como todo ser humano, nacido o por nacer, que porta cromosomas XX. Por oposición, un hombre es todo ser humano que porta cromosomas XY. Desde este

punto de vista, restringido a una definición biológica, o se es hombre o se es mujer. La biología es binaria y, esta definición biológica, resulta precisa, inviolable y, también, binaria.

Exploremos ahora el plano individual. Para ello es necesario incluir dos nuevos dominios; el de la autopercepción y el del ejercicio de la sexualidad. Cómo percibe una persona su cuerpo, cómo elige resolver esa percepción, y cómo decide ejercer su sexualidad; son cosas distintas pero, a veces, relacionadas entre sí; y son todas pertenecientes al plano excluyente de la persona. Cómo resolver la disforia de género o la decisión sobre cómo ejercer su sexualidad, son elecciones personales sobre las cuales nadie tiene derecho a inmiscuirse; menos a juzgar o a condenar. Creo que deberíamos decirnos a nosotros mismos "no es de nuestra incumbencia" y, cada vez que nos demanden o nos exijan una postura frente al tema, podríamos contestar "preferiría no hacerlo"; dignificando la inmensa y tan poco comprendida postura filosófica del Bartleby de El escribiente, de Herman Melville.

En términos simples, creo que no tenemos derecho alguno a colocar etiquetas de ninguna clase sobre estas elecciones. «Normal" y «anormal" son palabras que no deberían ser aplicadas a estas situaciones que, de nuevo, son elecciones ejercidas en el plano por completo individual.

Ahora bien, sigamos profundizando el pensamiento y pasemos al ámbito colectivo. Creo que acá, también, debemos pensar en dos nuevos ámbitos de incumbencia; dos nuevos dominios. Uno, que responde al cómo respondemos a esta pregunta como sociedad. Y otro, la respuesta en el ámbito de las políticas públicas que, por lo tanto, afectan al plano colectivo. Y que se mezcla con el ámbito o es parte del ámbito ideológico.

Como sociedad, deberíamos hacer colectivo el precepto anterior: como decida alguien vivir su vida no es de nuestra incumbencia; debemos hacer gala de la más amplia inclusión. Que, si es verdadera, no pasa por la asimilación ni por el ocultamiento. Vivamos y dejemos vivir en paz; no creo que haya mucho más.

Y, así como deberíamos tratar de abolir etiquetas como «normal" y «anormal", también creo que deberíamos abandonar posturas tanto heteronormativas como diverso-normativas. Nadie tiene derecho alguno a imponer a otro su propia forma de percibir, de sentir o de pensar. Si yo tengo disforia de género, y elijo vivir mi vida acorde a mi percepción, y vivir mi sexualidad acorde a esta elección, esto no me hace «normal"; tanto como no convierte en «anormales" a todos los otros subconjuntos de personas no comprendidos en esta elección. La inversa es igual de tajante y válida. Incluso palabras como "orgullo" suenan preceptivas y normativas. El problema, de nuevo, surge cuando se mezclan los dominios de validez -los ámbitos de incumbencia- de estas respuestas. Y esto sucede, casi siempre, en el en el ámbito de la ideología y, por consecuencia, en el plano de las políticas públicas.

Para poder abordar estos dos planos de pensamiento se requiere de empatía y de racionalidad; ambas por igual. La empatía es imprescindible frente al avance cosificador y deshumanizador de formas de pensamiento estigmatizantes y polarizadoras que obligan a tomar partido sin pensar; a vivirlo todo en términos de quién tiene razón, o de en contra de quién se está; en término de eslóganes y de trincheras. Al mismo tiempo, se necesita de enormes dosis de racionalidad y de sentido común; el menos común de los sentidos. La ideología sin racionalidad implica formas de estupidez. El pensamiento de trinchera es la consecuencia de llevar esa estupidez a la acción.

Racionalidad y empatía; empatía y racionalidad; ambas por igual; sin jerarquía alguna entre ellas. La ideologización de la perspectiva de género lleva a absurdos complejos de administrar.

Absurdos que abren la puerta a situaciones que, como sociedad, al no saber cómo administrarlas, nos hacen recurrir a la polarización y a las etiquetas. Si alguien tiene disforia de género, y tiene edad suficiente para tomar una decisión al respecto, cualquier cosa que decida, entra en el ámbito que definí antes como del plano individual. ¿Por qué tendríamos derecho a opinar, a juzgar o condenar? ¿"Normal"; "anormal"? ¿Quién puede calificar?

Ahora supongamos que esta persona no tiene el dinero para acceder a la cirugía de reasignación de sexo necesaria para ajustar su biología a su percepción; y que ésta tampoco está cubierta por su cobertura médica. ¿Por qué el Estado debería pagar por este tratamiento o por la cirugía? Tentador como suena dejar que el Estado pague, no somos Dinamarca, Islandia, Noruega o Suecia, y tenemos prioridades más acuciantes que atender con los magros recursos que tiene el Estado.

El último censo estableció que sólo el 0,02% de la población del país presentaba algún tema relacionado con la disforia de género (8.293 personas no binarias). Pero tenemos un 53% de pobreza; dos de cada tres alumnos de tercer grado no entienden los textos que leen y Silvia Álvarez mostró, en este mismo espacio, que 8 de cada 10 alumnos presentan dificultades para reconocer datos y conceptos matemáticos y no pueden resolver situaciones problemáticas contextualizadas, incluso aquellas de la vida diaria. Médicos con catorce años de estudio cobran lo mismo, por hora, que una empleada doméstica sin estudio.

No busco ideologizar el planteo. Sólo quiero hacer evidente la necesidad de administrar prioridades urgentes con recursos escasos. Cuando el Estado garantice la alimentación de los chicos más necesitados; que los jubilados no sean «nuevos pobres»; que la educación y el sistema sanitario dejen de sufrir problemas estructurales profundos o cuando se resuelvan los problemas estructurales de infraestructura del Estado; entonces, quizás, se podría habilitar el debate sobre la alocación de recursos a problemas que la propia población denuncia como de baja prioridad (0,02% de la población). Sé que puedo sonar y parecer un heteronormativo encubierto y estar usando estos argumentos para tapar mi heteronormatividad; juro que no. No es ni mi propósito ni mi idea; sólo hago uso de la racionalidad.

Ahora bien. Volvamos al principio. Supongamos que esta misma persona no tiene la edad suficiente para decidir por sí mismo hacer el tratamiento o llevar adelante la operación. Acá si hago explícita mi ideología. En mi opinión, el Estado no puede inmiscuirse en esta decisión ni enfrentar a los padres en el ejercicio de su parentalidad. El Estado debería tener límites en cuanto a dónde puede entrar, en qué decisiones, cómo, bajo qué circunstancias y por cuánto tiempo. El Estado no es -no podemos dejarlo ser- omnipresente ni omnisciente. No lo es. El Estado es una construcción social limitada, incompleta y carente de entendimientos profundos que sólo debería servir a nuestros intereses; no al revés.

Otro ejemplo. El Estado no debería hablar de gestión menstruante en un hombre biológico -operado o no-. El hombre biológico no menstrúa; es una imposibilidad que nada tiene que ver con ninguna elección personal ni con ninguna construcción social. No es negarle su derecho a la autopercepción, ni negarle su derecho a la elección. Puedo llamar a esta persona como elija ser llamada, puedo usar el pronombre que elija -hasta ahí llegamos con la empatía-, pero no le puedo asignar una cuota de gastos para una imposibilidad biológica como menstruar. Tampoco debería acceder a un plan materno infantil tanto como no puedo pagarle una asignación por embarazo. Esos son los límites que debería imponer la racionalidad a la ideologización. Hay límites a la empatía impuestas por el sentido común y la racionalidad. Y hay límites a la racionalidad biológica impuestos por la empatía. Por eso demandé ambas cosas por igual, sin jerarquía y con igual necesidad.

La ideologización de la disforia de género pretende hacernos vivir a todos en el mundo de ensueño de unos pocos. Con la empatía, tengo que asumir que todos tenemos derecho a elegir cómo vivir nuestras vidas; con la racionalidad debemos acordar que nadie puede obligar a nadie a hacerlo partícipe de esa vida ni a imponerle valores que le sean ajenos. Tampoco a financiarlo.

La lista de ejemplos es interminable y, por razones de espacio, no puedo hacerla extensiva. Espero se entienda el punto. Debemos comenzar a abandonar las trincheras de las ideologías y comenzar a pensar con la cabeza y con el corazón.

Es, acaso, ¿tanto pedir?

 

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD