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Ya nada será igual en la política argentina

Sabado, 16 de septiembre de 2023 02:11

Los resultados de las elecciones del 13 de agosto aceleraron el proceso de reconfiguración del sistema político. Existían síntomas inequívocos del ocaso del ciclo del "kirchnerismo". Por el contrario, no todos advirtieron que ese ocaso anticipaba también el fin del "antikirchnerismo" como propuesta central de una alianza opositora cuyo sentido fundacional había perdido su razón de ser.

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Los resultados de las elecciones del 13 de agosto aceleraron el proceso de reconfiguración del sistema político. Existían síntomas inequívocos del ocaso del ciclo del "kirchnerismo". Por el contrario, no todos advirtieron que ese ocaso anticipaba también el fin del "antikirchnerismo" como propuesta central de una alianza opositora cuyo sentido fundacional había perdido su razón de ser.

Como contrapartida del agotamiento del "kirchnerismo", la escalada inflacionaria y la demanda de seguridad indicaban un cierto "giro a la derecha" en las preocupaciones de la opinión pública, que se verifica en el hecho de que el aumento de precios, la inseguridad y la corrupción encabecen el ranking de las prioridades de la mayoría de los argentinos.

El año pasado una encuesta indicaba que la mayoría de los consultados reconocía la necesidad de un acuerdo entre la Argentina y el FMI, un recurso que tradicionalmente generaba mucho más rechazo que adhesión. Hace unas semanas otro sondeo consignó que el 46% de los entrevistados se manifestó a favor de la dolarización y solo el 42% en contra, un resultado que meses atrás también hubiera resultado inimaginable.

En un sentido convergente, una encuesta de Poliarquía reveló que las Fuerzas Armadas son la institución más prestigiosa de la Argentina, con un reconocimiento que está muy por encima de los partidos políticos, exactamente a la inversa lo que sucedía en 1983.

Este cambio en el humor social evoca lo sucedido en la fase final del gobierno de Raúl Alfonsín, cuando la espiral inflacionaria destruía el salario de los trabajadores y las deficiencias de los servicios públicos golpeaban sobre el conjunto de la sociedad. Las encuestas empezaron entonces a mostrar que, por primera vez desde que había registros estadísticos, la mayoría de los argentinos aprobaba la privatización de las empresas del Estado, al revés de lo que ocurría desde hacía varias décadas. Ese fue el panorama que explica el respaldo popular que llegó a tener el "giro copernicano" protagonizado por el gobierno de Carlos Menem.

Lo que nadie previó

Paralelamente, y en consonancia con este "giro a la derecha", la mayoría de los analistas certificaba la existencia de un creciente divorcio entre la totalidad del sistema político y el conjunto de la sociedad. Lo que nadie previó fue que esa notable conjunción de circunstancias, que estaban a la vista, alcanzaría una expresión tan contundente en las urnas como sucedió con la victoria de Milei el 13 de agosto.

Existe en este fenómeno una analogía con lo ocurrido en diciembre de 2001, cuando en medio de los saqueos a los supermercados centenares de miles de argentinos salieron a la calle bajo la consigna de "íQue se vayan todos!", en el marco de un derrumbe que produjo la caída del gobierno de Fernando de la Rúa. Pero, a diferencia de aquel estallido, esa explosión de insatisfacción colectiva encontró esta vez un cauce institucional para expresar su hartazgo y se manifestó pacíficamente a través del voto. Hubo entonces el equivalente a un 2001 en las urnas.

Este hecho inédito se registró ante el asombro de un sistema político en crisis, divorciado del conjunto de la sociedad. El episodio constituye un involuntario homenaje a la solidez de las instituciones democráticas recuperadas hace cuarenta años. Pero implicó también el certificado de defunción extendido por la ciudadanía a la totalidad del actual sistema político, sin distinción de coaliciones, alianzas o banderías partidarias.

Una grieta muy diferente

En los últimos años se habló hasta el cansancio de la "grieta" entre dos coaliciones multipartidarias que se alternaron en el gobierno y también en el fracaso de sus respectivas gestiones, y que encima pretendían volver a colocar a los argentinos ante la obligación de optar entre dos modelos fracasados, en una estrategia de confrontación recíproca en que ambas partes buscaban posicionarse más como un "mal menor" que como una alternativa de futuro.

Lo que no se advirtió es que esa "grieta" exhibida en la superficie fue generando otra, todavía más profunda, entre el sistema político y la inmensa mayoría de la sociedad. El 13 de agosto esta segunda "grieta" encontró una forma de manifestarse categóricamente en las urnas con un gigantesco grito de protesta que a partir de ahora será imposible dejar de escuchar.

El cuestionamiento a la "casta" capitalizó el rechazo a una superestructura política cristalizada desde hace años que monopoliza y usufructúa el poder del Estadio para distribuir arbitrariamente prebendas y beneficios. Al margen del debate teórico y práctico sobre el sentido, la oportunidad y la viabilidad económica de la propuesta, el planteo de la dolarización y la disolución del Banco Central está fundado políticamente en la consigna de quitarle a la "casta" la facultad de la emisión monetaria.

Ese ataque a la "casta" evoca en la memoria cultural de los argentinos, y en especial del peronismo, a la palabra "oligarquía", no el sentido clasista del término, sino en su significado originario, definido hace 2.500 años por Aristóteles en la Grecia antigua: "Gobierno de pocos", o sea lo opuesto a la democracia.

El repudio a la "casta", asumido como consigna reparadora por amplios sectores populares tradicionalmente representados por el peronismo, implica, paradójicamente, y aunque esto contradiga el discurso ideológico de Milei, una demanda de justicia social contra los privilegios que la mayoría de la opinión pública, no solo el electorado del candidato libertario, estima acaparados por un sistema político que se ha adueñado del aparato del Estado para ponerlo a su servicio.

En su libro de memorias, Benito Llambí relata un diálogo en que Perón le decía: "He insistido a la juventud de que el peronismo jamás debe perder su carácter revolucionario. Un día yo no estaré, pero si nuestros sucesores políticos corrompieran el Partido, el Estado y el Movimiento para llevar a cabo sus mezquinos intereses contra el pueblo, pues sería lógico que el pueblo se rebele contra todos ellos, incluso contra nuestros símbolos, porque si nuestros símbolos pierden su carácter popular y revolucionario, y pasan a representar algo arcaico o atrasado, seguramente vendrá otro movimiento de masas populares que, enarbolando o no algunas de nuestras banderas, acabará con el justicialismo y creará algo nuevo. De suceder eso, solo le pido a Dios que lo que venga sea superador de mi legado y sea en beneficio del pueblo".

No se trata por supuesto de un vaticinio pero sí de una advertencia. El futuro está siempre abierto pero, como señala un antiguo refrán, "al que le quepa el sayo que se lo ponga". Baruch Spinoza, un notable filósofo judío del siglo XVII, le recomendaba a sus contemporáneos "ni reír ni llorar, comprender". Mao Tse Tung, una de las personalidades más relevantes del siglo XX, sostenía que la misión del liderazgo político, en su caso encarnado por el Partido Comunista Chino, era "devolver a las masas con precisión lo que de ellas recibimos con confusión". Ambos consejos tienen hoy una extraordinaria vigencia en la Argentina de hoy.

Todas las fuerzas políticas, y en primer lugar el propio peronismo, están obligadas a realizar un replanteo profundo para interpretar el mensaje depositado en las urnas el 13 de agosto y traducirlo en una respuesta efectiva que transforme esa expresión de disconformidad colectiva en una propuesta de gobierno viable, articulada con una construcción de poder que la convierta en políticamente posible y garantice la gobernabilidad de la Argentina. Esa exigencia ineludible no solo que no termina, sino que más bien recién empieza con las elecciones que tenemos por delante.

* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico y miembro del Centro de Reflexión Política Segundo Centenario

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