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Cuando tenía doce años, apenas iniciado el secundario, el profesor de Literatura intentaba hacernos valorar el cuento "Las ruinas circulares"; de Jorge Luis Borges. Cerraba las puertas y ventanas del aula; imponía el más riguroso silencio, y comenzaba a leerlo. Era un ritual antes de cada clase. Ante el menor ruido, comenzaba de nuevo. Rebeldes, necios e ignorantes en partes iguales, fui incapaz de ver -en ese momento-, la enseñanza que ese "Señor Profesor" nos estaba impartiendo.
Hoy amo la literatura en general y la de Borges, en particular. Leo sus cuentos, sus poesías, sus ensayos, sus compilaciones, sus conferencias; sus prólogos a otros autores y a otros libros, puertas mágicas a otros anaqueles de esa gran Biblioteca Universal en la que él habitaba.
He leído la monumental enciclopedia "Borges Babilónico" compilada por Jorge Schwartz; y los infinitos senderos en los que se bifurca esa magnífica obra.
Como bien le hace decir Jay Parini a uno de sus personajes -¿reales?- en "Borges y yo": "Lleva toda una vida asimilar los escritos de Borges". En algún otro lado recuerdo haber leído que no se entiende a Borges hasta no haber habitado esa Biblioteca Universal fantástica y fantasmagórica. Que es tanta su erudición, que son tantas las referencias a las que echa mano en su escritura -casi como si fuera una cosa obvia y que las mencionara por casualidad-; que estas pistas son inasibles hasta no intentar haber agotado todas las fuentes de conocimiento posibles. " Es un mago, un hechicero, un farsante, y un genio. Sacerdote, también. Si, también eso. Cuando lo leas lo verás". Otra vez, Jay Parini.
Me he perdido decenas de veces en la maravillosa e inagotable "Antología de la literatura fantástica" compilada junto a Adolfo Bioy Casares o a Silvina Ocampo; antología quizás real; quizás por ellos soñada y revelada. Quizás hasta escrita por ellos en algún momento antiguo e inmemorial y revelada en sueños a quienes las habrían de escribir; más tarde.
He leído los ensayos que existen acerca de la lápida que lo cubre en Ginebra. Como dice Martín Hadis en "Siete guerreros nortumbrios. Enigmas y secretos en la lápida de Jorge Luis Borges": "acaso es apropiado que la lápida del más célebre constructor de laberintos y paradojas del siglo XX refleje en su superficie de piedra el carácter enigmático de su obra literaria". Nada más cierto.
He leído a otros autores extranjeros que hablan sobre Borges; quizás para entender -a través de ellos-, cosas que se me hubieran escapado. Hace poco, me emocioné cuando, tras terminar el hermoso -y al fin, logrado- libro de Haruki Murakami, "La ciudad y sus muros inciertos". Murakami hace, en el anteúltimo párrafo, una mención explícita a Borges; un homenaje a su literatura y un manifiesto reconocimiento hacia ciertas ideas y conceptos muy borgeanos que sobrevuelan en toda esa obra. Y dije "y al fin, logrado", porque es la segunda novela que escribe Murakami sobre un cuento original antiguo; y donde él mismo reconoce que nunca, hasta ahora, había logrado darle la forma que buscaba. Sospecho que, quizás, Borges lo ayudó a perfeccionar ese camino sinuoso y laberíntico que asume esa borrosa frontera entre los sueños y la realidad que Murakami cultiva en toda su obra y que, en esta, plasmó de manera magistral.
Confieso que me emocioné hasta las lágrimas al leer a la reciente merecedora del Premio Nóbel de Literatura de 2024, Han Kang, cuando comienza su libro "La clase de griego" hablando de Jorge Luis Borges, de María Kodama, de su lápida y de la enigmática -y hermosa- frase en ella: "Él tomó su espada, y colocó el metal desnudo entre los dos". De allí en más, Jorge Luis Borges, el único, el universal; sobrevolará cada una de sus páginas.
Que una surcoreana de 54 años, que un japonés de 75 años, que filósofos como Byung-Chul Han; que varias generaciones de escritores de todas las edades y de todas las nacionalidades -un accidente geográfico irrelevante y natural-; que todos ellos hablen de Borges, lo mencionen en sus obras, lo reverencien y estudien y le reconozcan su genio inagotable; es algo que nos debería llenar de emoción. Borges ha trascendido toda frontera; social, geográfica y cultural. Borges ya tiene su propio panteón entre los grandes clásicos de la literatura universal. Los sentidos homenajes de Juan Gelman; de Mario Vargas Llosa; o de Gabriel García Márquez -entre tantos, tanto, otros-, así lo testimonian.
Yo, por un lado, quiero homenajear a ese hermoso Profesor -Hugo Bauzá (*)- que me hizo uno de los regalos más hermosos que alguien puede dar; la entrada al mundo de los libros y de la literatura; nada menos que de la mano de un genio universal. Ruego a la vida que siga habiendo Profesores así.
Por otro lado, quizás sea hora de, como sociedad, nos reconciliemos con la idea de "nuestro Borges"; y con su literatura mágica y universal. "Anglófilo"; "gorila", "facho"; "inentendible"; "elitista" y toda suerte de etiquetas así, no nos hacen ningún favor; ni a nosotros ni a nuestra sociedad. Él está muerto; aprender a leerlo no lo irá a cambiar a él. Pero quizás estemos a tiempo de que él, en su trascendencia inmortal, nos ayude a cambiar a nosotros y a nuestra pauperizada intelectualidad. Ojalá.
(*) Hugo Francisco Bauzá nació en La Plata en 1942. Es doctor en Letras por la Universidad de La Plata y doctor en Filosofía y Letras por la Université de Paris IV Sorbonne. Formado en filología clásica, fue durante cuatro décadas profesor de lengua y cultura latina en la UBA y profesor visitante en varias y renombradas universidades del mundo. Es autor de una veintena de obras sobre el mundo clásico, habiendo traducido a Virgilio, Tibulo, Propercio y Terencio.