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Retorno de la censura desenfrenada

Viernes, 06 de diciembre de 2024 01:46
Antonio Francesco Gramsci.
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Dijo Pablo Sirvén en "La derecha estudia a Gramsci y lo pone en práctica", días atrás en La Nación, "El Gobierno acelera al mismo tiempo en los tres campos de batalla que considera esenciales: la primera es la económica, la madre de todas las batallas, prioridad absoluta del presidente; la segunda es la batalla política (tironeo e intenciones de domar y volver cada vez más dóciles a sus aliados o, directamente, deglutirlos) más la conformación de La Libertad Avanza como partido nacional. Ahora llegó el turno de librar otra batalla crucial: la cultural. La derecha, finalmente, no solo se decidió a mirar con más cariño las enseñanzas de Antonio Gramsci (por años despreciado desde esa vertiente ideológica por haber sido un teórico marxista), sino que se ha propuesto convertirse en su mejor alumna".

"Gramsci decía que para dominar a una sociedad no era suficiente tener el monopolio de la represión. Que más importante era el control del sistema educativo, las instituciones religiosas y los medios de comunicación. El célebre intelectual italiano, entre otras cosas, fue periodista y sociólogo. Por eso entendió rápido y cabalmente, como gran observador que era, que para imponer una hegemonía se vuelve imprescindible impregnar a los distintos actores sociales con una prédica constante, que al mismo tiempo parezca novedosa y atractiva. Y que progresivamente vaya envolviendo a la mayoría de la población para que se haga carne en ella y la milite o, por lo menos, la anestesie y se entregue acríticamente a sus designios".

Argentina es especialista en procesos de deconstrucción y reconstrucción. La "desperonización" impuesta por la Revolución Libertadora; la "despolitización" impuesta por la dictadura militar. Parece que ahora es el turno de la "deskirchnerización". Una "deskirchnerización con motosierra" pero en un equilibrio tal que siga polarizando y dejando al kirchnerismo del otro lado de un nada imaginario ring. Dos contendientes: a un lado la libertad, la moral, la familia, la patria; todo lo que es bueno y por lo que vale la pena luchar; y del otro, todo lo malo, lo perverso, lo que es necesario "aniquilar". Y no uso este vocablo de manera caprichosa ni casual.

Pero, en esta batalla cultural comienzan a aparecer signos de alarma sobre los que es necesario detenerse a pensar.

Quiero ser muy cuidadoso con el planteo del tema. No quiero polemizar sobre la calidad literaria o sobre el contenido de la novela de Dolores Reyes, "Cometierra"; o la del libro de no ficción de Sol Fantin, "Si no fueras tan niña. Memorias de la violencia"; o sobre "Las aventuras de la China Iron", de Gabriela Cabezón Cámara. Tampoco sobre la incorporación de estos y otros textos al programa de lecturas en escuelas bonaerenses.

Quiero detenerme sobre otra cosa; algo sobre lo que no se está diciendo nada. Apenas conocido el hecho, aparecieron palabras como "perversos"; "degradantes e inmorales"; "asquerosos" y una enorme cantidad de adjetivos calificativos "pesados". He escuchado a varios periodistas afirmar que dichos textos no son literatura y calificarlos de "basura" y de "pornografía".

Con este criterio, "La conjura de los necios" de John Kennedy Toole debería ser retirado de toda biblioteca pública. De seguro también "Lolita" o "Ada y el ardor", de Vladimir Navokov; "La vegetariana" de la reciente laureada con el Premio Nóbel Han Kang; "El amante de Lady Chatterley", de D.H.Lawrence; "Las edades de Lulú" de Almudena Grandes; "La vida sexual de Catherine M", de Catherine Millet; "Trópico de Cáncer" de Henry Miller (prohibida en Estados Unidos hasta 1961) y, aun así, considerada una de las obras maestras de la literatura del siglo XX; o "Siete cuentos japoneses", de Junichiro Tanizaki; por nombrar apenas un puñado de obras de alto contenido sexual explícito y que, no por ello, dejan de ser consideradas obras de literatura universal. No pornografía.

Me parece que hay que ser cuidadosos tanto con los adjetivos calificativos como con los juicios de valor. Desde el histórico urinario de Marcel Duchamp, titulado "La Fuente", se hace difícil decidir qué es arte y qué no. Y, aun cuando Duchamp dijo: "Les arrojé por la cabeza un urinario como provocación y ahora resulta que admiran su belleza estética…"; en 2004 la "Fuente" fue votada como "la obra de arte más influyente del siglo XX" por 500 reputados críticos de arte y artistas. Y tal vez lo sea.

Cada uno puede tener su valoración personal sobre si el urinario -o la obra "Cometierra", por caso- son arte o no. Creo que, de allí a calificarlas como "idioteces" en un caso o "perversiones", "basura" y "pornografía" en el otro; es caer en un enorme abismo intelectual.

Si se decidiera que les corresponde la etiqueta de "basura", "pornografía", "inmoral", "perverso" o cualquier categoría similar; no creo que pase mucho tiempo antes de que todas estas obras y estas expresiones resulten retiradas, quemadas y prohibidas. Lo advirtió Heinrich Heine en 1823: "Todo aquel que quema libros no tardará en quemar hombres".

De los adjetivos calificativos y los juicios de valor desenfrenados a la censura desenfrenada suele haber poco espacio y tiempo. Me parece algo para pensar.

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