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8 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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El orgullo y el respeto

Lunes, 09 de diciembre de 2024 01:39
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El 29 de noviembre, Salta fue testigo de una de las manifestaciones más coloridas y significativas en el calendario social: la Marcha del Orgullo LGBTIQ+. Cientos de personas caminaron por las calles de la ciudad con la intención de visibilizar su diversidad y reivindicar derechos como la igualdad y la inclusión.

La jornada no solo atrajo a participantes comprometidos con la causa, sino que captó la atención de los transeúntes, algunos sorprendidos, otros curiosos, y muchos animados, que se sumaron con aplausos y hasta bailaron al ritmo de la música que emanaba de un vehículo especialmente preparado para la ocasión. Una ciudad como Salta, conocida por su eslogan "Tan linda que enamora", se transformó en escenario de un evento que buscaba demostrar que el amor, en todas sus formas, también tiene cabida en su corazón.

Sin embargo, como toda expresión social en un espacio público, la marcha generó opiniones divididas. Por un lado, se destacó el esfuerzo de muchos asistentes por mantener un comportamiento respetuoso, cautivando con trajes pintorescos, danzas alegres y un mensaje de inclusión que intentaba tender puentes hacia una sociedad más igualitaria. Por otro lado, no faltaron los momentos que incomodaron a quienes observaban desde la vereda, especialmente familias con niños que transitaban o disfrutaban de espacios públicos cercanos.

Es innegable que la libertad de expresión y la diversidad son pilares de una sociedad democrática. Pero ¿dónde se encuentra el límite entre la libertad y el respeto hacia quienes no comparten, entienden o están preparados para ciertos mensajes visuales?

Algunos participantes eligieron manifestarse con atuendos que, lejos de ser extravagantes, rozaban la desnudez, provocando reacciones encontradas entre los asistentes. Mientras que para algunos estos actos eran una forma de desafiar normas conservadoras y tradicionales, para otros representaban una falta de consideración hacia el entorno. Es pertinente recordar que el espacio público es compartido por personas con diferentes valores, edades y perspectivas, incluidas familias con niños pequeños que podrían no estar preparadas para presenciar cuerpos expuestos.

Resulta paradójico reflexionar sobre cómo, en una sociedad que aún censura actos tan naturales como una madre amamantando en público, se normalizan o permiten manifestaciones que podrían interpretarse como provocaciones innecesarias. La inclusión no debería confundirse con la imposición, ni la libertad de expresión con el libertinaje. La clave está en encontrar un equilibrio donde se respete tanto el derecho a expresarse como disentir.

Otro punto que generó debate fue la asignación de recursos públicos para garantizar la seguridad de la marcha, incluyendo incidentes por molestias causadas por cortes de calles. Si bien es deber del Estado garantizar el ejercicio pacífico de los derechos ciudadanos, es comprensible que algunos cuestionen el impacto de estas marchas en la movilidad de la ciudad y la calidad de vida de sus habitantes.

La marcha del orgullo en Salta dejó una lección importante: la aceptación y el respeto no se ganan mostrando más o menos piel, sino con educación y empatía hacia los demás. Si bien cada persona tiene derecho a vivir su identidad de manera plena, también tiene la responsabilidad de considerar el contexto y las sensibilidades del prójimo.

Salta, con su historia de tradiciones arraigadas y su apertura gradual hacia la modernidad, enfrenta el desafío de conciliar estas dos caras. Si logramos construir un diálogo basado en el respeto mutuo, quizás podamos dejar de lado los prejuicios y avanzar hacia una sociedad donde la diversidad sea motivo de orgullo para todos. El verdadero mensaje del orgullo no debería ser el de la provocación, sino el de la convivencia armónica, donde cada templo, ya sea físico o simbólico, sea respetado como un espacio sagrado.

 

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