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5 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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El resbaladizo camino de la civilización a la barbarie

Domingo, 19 de mayo de 2024 00:00
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Todo indica que tanto la invasión rusa a Ucrania como el ataque de Hamás a Israel son dos eventos independientes que representan -ambos- un punto de inflexión para la geopolítica internacional y para la paz mundial.

La guerra en Ucrania lleva más de dos años; la represalia israelí más de siete meses y ambos eventos, lejos de estar cerca de una resolución, parecen continuar amplificándose en múltiples frentes: económicos; geopolíticos; en la política interna de muchos países -occidentales y no occidentales-; o en las distintas sociedades del mundo donde, por ejemplo, estallan manifestaciones y conflictos estudiantiles de inusitada violencia y magnitud.

Un año después del atentado a las Torres Gemelas, Osama Bin Laden publicó una larga carta reivindicando el ataque. El terrorista se explayaba sobre una lista de intervenciones occidentales en países musulmanes -un pilar de la propaganda yihadista-, y criticaba el apoyo de Estados Unidos a Israel y a su política en los territorios palestinos. También censuraba "la mentira, inmoralidad y el libertinaje occidental como los actos de fornicación, homosexualidad, intoxicación, el juego y el comercio con intereses". Se debe leer la carta completa; estremece.

Hoy, un poco más de dos décadas después de ese acto barbárico, la carta se viralizó en TikTok, en medio de la polarización por la guerra de Israel contra Hamás. Por supuesto, en esta era posmoderna incapaz de leer un texto completo y -menos aún- de analizarlo con juicio crítico; lo que se hizo viral son tramos breves y frases cortas efectivas y descontextualizadas. Es notable pero las generaciones jóvenes muestran un alto nivel de adhesión a la causa palestina, algo que toma por sorpresa al establishment americano y europeo.

Además, se libra una guerra cultural brutal y paradójica en las redes sociales; es que quienes se vanaglorian de ser "consumidores críticos de los medios de comunicación hegemónicos", consumen propaganda terrorista de una manera en extremo acrítica. Así, en todas las grandes capitales del mundo suceden marchas masivas de apoyo a Palestina y de protesta contra las acciones de Israel. Bajo la consigna "Palestina libre" se vocean mensajes como "íIntifada, Intifada, viva la Intifada!"; críticas a los ataques y a las políticas de Israel acusándolo de "imperialista", "nazi", "genocida" y de imponer un "apartheid" al pueblo palestino; tanto como se gritan a viva voz fuertes consignas antisemitas.

En Argentina, el colectivo LGTBQ+, por ejemplo, es un miembro activo de la "resistencia palestina". Me cuesta conciliar la idea de que -justamente- esta minoría, defienda con vehemencia Estados, ideas y personas que no dudarían ni un segundo en matarlos por sus preferencias sexuales. Para los terroristas la homosexualidad se paga con la vida; las mujeres sólo sirven como incubadoras para la reproducción y son de su propiedad; y esas letras que representan otras formas de sexualidad les son tan inconcebibles que los degollarían sin pestañear. Esto es lo que defiende este colectivo. No lo puedo entender.

Tampoco puedo entender que se pueda defender a asesinos psicópatas que se escudan detrás de una interpretación falsa del Corán. Los extremistas del Irán del Ayatolá Jomeini, los talibanes de Afganistán, los terroristas de Osama Bin Laden y de Al Qaeda; desde Marruecos a Indonesia; asumen un Islam revolucionario basado en la violencia y en el terror; contrario por completo al espíritu de paz y de amor del Corán y de la comunidad musulmana en general.

Quizás, el terrorismo yihadista esté ganando la batalla cultural que se libra en las redes y, nosotros, perdiendo la dimensión tanto del tamaño de esa batalla como de la profundidad de su penetración.

Las estudiantinas suelen ser cajas de resonancia de los malestares sociales más profundos y es normal que esta clase de conflictos tengan una gran repercusión en los ámbitos estudiantiles. Basta con ver lo que sucede hoy en más de 45 campus de las más variadas y prestigiosas universidades norteamericanas donde hubo más de 2.300 detenidos.

Se dice que "Gaza es el Vietnam de Israel" y se equiparan estas protestas con aquellas que, en 1968, sacudieron al mundo. Aquellas protestas -masivas y extendidas-, no sólo no acortaron esa guerra sino que, quizás, hasta ayudaron a prolongarla. La radicalización y la violencia de las protestas hizo que, en lugar de ganar el candidato pro-paz McCarthy, ganara Nixon; quien prolongó la guerra y la extendió a Camboya. El primer paso para no repetir los errores del pasado es aprender de ellos. La juventud posmoderna, con su elegida ignorancia, falla en esto con todo éxito.

He sido muy crítico de la invasión rusa a Ucrania; tanto como del horroroso ataque de Hamás a Israel. Soy, también, muy crítico de la crisis humanitaria desatada por Benjamín Netanyahu en Gaza. Sus acciones, que tienen un sesgo político y de búsqueda de retención del poder, desvalorizan el legítimo derecho que tiene todo Estado en su defensa soberana. La invasión a Rafah -que en palabras de funcionarios de la Naciones Unidas-, "sería una tragedia humanitaria más allá de las palabras"-; no sería más que otro escalón en la dirección inhumana que elije Netanyahu con su accionar.

Dicho esto, me pregunto si las protestas; los campamentos; la violencia y las detenciones; ayudan en algo a los gazatíes. Creo que no. Sé que buscan llamar la atención sobre el tema pero, en realidad, provocan todo lo contrario; desvian la atención sobre lo que sucede en Gaza y la concentran en lo que sucede en esos campus universitarios. Entiendo que las protestas puedan estar motivadas por las mejores intenciones pero, la verdad, con empatía y buenas intenciones no alcanza. No puedo evitar pensar en la frase de San Francisco de Sales: "El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones".

Tampoco ayuda la ola de antisemitismo que parece estar despertándose y floreciendo cual semilla enterrada en la nieve a la cual le llegan el deshielo y la primavera. La frase del líder estudiantil de Columbia "los sionistas no merecen vivir" debería haber sido un poderoso llamado de atención sobre las posibilidades de que el movimiento se desbordara y comenzara a discurrir por cauces equivocados.

El antisemitismo existe; esto es algo que no se puede negar. Por eso la sociedad debe estar el doble de atenta ante estas consignas y acciones tan polarizadoras. El resurgimiento de movimientos neonazis en todo el mundo; las frases de la derecha más radical y las expresiones de los movimientos más nacionalistas; son cosas que no deben ser ignoradas.

Las demandas no satisfechas presentes en todas las sociedades; la inequidad económica creciente; el cambio climático; los movimientos migratorios forzados; el auge de la automatización, la robótica y la inteligencia artificial -tecnologías que reavivan miedos milenaristas siempre presentes-; la polarización y la violencia creciente en las sociedades; la crisis del "sistema internacional basado en reglas" defendido por un "Occidente" cada día más deslegitimado; la enorme crisis de representatividad que existe en todos los partidos y sistemas políticos del mundo; todo esto configura una sopa de elementos suficientes y necesarios para una "tormenta perfecta".

La batalla cultural

Una integración genuina, sostenible y, sobre todo, verdadera, "nos exige a todos y cada uno que asumamos el conjunto de nuestras filiaciones y también, un poco, las de los demás. Como sucede con todos los ideales, aspiramos a ello sin conseguirlo nunca del todo, pero la aspiración es en sí saludable, indica el camino que hay que seguir, el camino de la razón, el camino del porvenir. Llegaré incluso a decir que es esa aspiración la que marca, en una sociedad humana, el paso de la barbarie a la civilización"; dice Amin Maalouf en su libro "El naufragio de las civilizaciones".

Me da miedo pensar que estemos perdiendo la batalla cultural y que no nos demos cuenta. Me preocupa que la juventud, por ignorancia, por exclusión, por buenas intenciones desinformadas o por colonización mental; defienda un ideario terrorista. Me da miedo pensar que puedan hacer cada vez más sentido las palabras -que no me canso de citar- de Michel Houellebecq: "Probablemente a aquellas personas que han vivido y prosperado en un sistema social dado les es imposible imaginar el punto de vista de quienes, al no haber esperado nunca nada de ese sistema, contemplan su destrucción sin temor".

No creo que se pueda estigmatizar a todo el pueblo judío como opresor, ni que haya que perdonarle a Hamás el aberrante atentado del 7 de octubre, como parece querer alegar la consigna estudiantil. No quiero ver caer más aviones sobre ciudades mientras otras personas salen a festejar. No quiero ver a neonazis agitando banderas prohibidas. No quiero escuchar discursos nacionalistas que defienden cosas indefendibles. No quiero que, por miedo al futuro, destruyamos el presente. No quiero aceptar el haber perdido la batalla cultural contra el terrorismo. No me gustaría pensar que vamos de la civilización a la barbarie; naufragando como civilización.

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