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Misión suicida con el último Exocet

Martes, 04 de junio de 2024 01:56
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El día 30 de mayo de 1982 quedará en la historia de la aviación mundial, al realizarse la misión más riesgosa y audaz, considerada la más significativa en su tipo desde la Segunda Guerra Mundial.

Dos Súper Etendard de la Aviación Naval Argentina, uno de ellos con el último Exocet que le quedaba a la Argentina, cuatro aviones A-4C de Fuerza Aérea y dos KC-130 de Fuerza Aérea que actuó como soporte en la recarga en el aire de combustible, intentaron la difícil misión: atacar al portaaviones "Invencible", nave insignia de la flota inglesa.

Luego del hundimiento del "Atlantic Conveyor", quedaba sólo un Exocet AM-39. La oportunidad, está vez era para la pareja formada por el Capitán de Corbeta Alejandro Francisco y el Teniente de Navío Luis Collavino.

Hubo una reunión previa y cuando el comandante finalizó su exposición, hizo un breve silencio: pausadamente, sin poder ocultar la emoción propia por el momento que estaba viviendo, preguntó quienes deseaban, voluntariamente, tomar parte en el ataque.

Un nuevo silencio envolvió a los presentes.

- Señor, solicito autorización para participar.

El Primer Teniente Ernesto Rubén Ureta se había puesto de pie.

Casi al mismo tiempo se levantó el Primer Teniente José Vázquez.

- Señor yo también quiero ir. Este último llamó a su esposa en Mendoza. Preguntó por su hijo, nacido pocos días antes. Nada dijo a su mujer sobre la misión que estaba por cumplir.

Ella ignoró -en ese instante- que sería la última vez que iba a escuchar su voz, porque Vázquez fue el primero en caer, víctima del fuego de la defensa inglesa

- Bien - respondió el comandante- Ustedes designarán a los otros dos pilotos.

Así lo hicieron. Entre los restantes oficiales del escuadrón, eligieron al primer teniente Omar Jesús Castillo y al Alférez Gerardo Guillermo Isaac.

El 30 de mayo amaneció terriblemente frío. El viaje hacia el objetivo fue largo, en el medio se hizo reaprovisionamiento de combustible, debido a que por la distancia los aviones -de otra manera- caerían al océano.

Francisco miró su carta, que llevaba doblada en la rodilla derecha: según los cálculos y la información recibida el portaaviones se encontraba a más menos a 300 km. de distancia. Collavino acercó su mirada a la pantalla. En ese instante, escuchó en su auricular la voz de Francisco:

- íLo tengo, lo tengo enganchado!

Collavino también detectó el mismo eco y exclamó, entusiasmado:

- íYo también lo tengo enganchado!

-íVeinte millas al frente! íEn la proa!

íLanzo misil! - dijo Francisco, y apretó el botón de disparo.

El avión de Francisco se sacudió.

Collavino y los pilotos de los Skyhawk observaron como el misil se desprendía del Súper Etendard, cayó dos o tres metros y cuando parecía que iba a chocar contra el agua, encendió su motor y comenzó a volar, ya estabilizado, a ras del agua, dejando una estela de humo blanco producto de los gases de combustión.

Los cuatro aviones de la FAA, configurados con tres bombas de 250 kg. cada uno, se fueron acercando velozmente al objetivo, en vuelo bien rasante: apenas 12 metros los separaban del agua.

Poco a poco, la figura inconfundible del portaaviones se fue haciendo más clara, más nítida: la cubierta ligeramente curvada hacia arriba en el sector de la proa. El barco navegaba a muy poca velocidad. Algo les llamó la atención: desde la base de la "isla" salía una densa columna de humo cuyo tamaño iba en aumento. Rápidamente se dieron cuenta que era la prueba indudable de que el Exocet había impactado.

Cuando los pilotos llegaron a unos 12 km. del blanco, pusieron la máxima potencia a sus motores y se prepararon para la aproximación final. A la izquierda volaban Vázquez y Castillo, y a la derecha, Ureta e Isaac.

En ese momento, un misil que nadie vio llegar impactó en el avión de Vázquez, que estalló, a 8 kms. del blanco.

Tratando de dominar la angustia y la impresión que les había causado la inesperada muerte de su líder, los tres pilotos continuaron con su vuelo.

El blanco estaba a unos dos kilómetros. Ya casi lo iban a "saltar" para descargar las bombas cuando una nueva explosión los sorprendió, era el avión de Castillo que también explotaba y prácticamente se desintegraba en el aire. Las máquinas de Ureta y de Isaac se sacudieron debido a la onda explosiva.

Ureta apretó con rabia el disparador de sus cañones y levantó su avión, lanzando la carga y cruzando al portaaviones de popa a proa, en un ángulo de 30° respecto del eje de la nave. Por su parte, Isaac tiró también con sus cañones, arrojó las bombas y cruzó a la nave cuando está estaba totalmente cubierta de humo. A medida que se alejaba, pudo observar que el portaaviones había quedado totalmente oculto detrás de capas de humo negro.

El impacto al portaaviones fue tremendo, me explicaron en una entrevista realizada al Brigadier Ernesto Ureta y al Comodoro Gerardo Isaac. Tan fuerte fue el impacto, que aún después de 42 años, el orgullo inglés lo sigue negando.

 

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