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"No me siento un asesino" dice Máximo Thomsen, bordeando la completa falta de empatía y el más repudiable cinismo. Máximo Thomsen, uno entre varios que mataron -en manada y con saña- a Fernando Báez Sosa, dice: "No me siento un asesino". ¿Por qué debería importarnos cómo se siente o cómo se percibe él? ¿Acaso importa lo que tenga para decir entre lágrimas impostadas y la negación de su realidad?
El siempre provocativo Arturo Pérez Reverte, en una compleja columna donde expresa lo que él cree una imposibilidad de la integración del islamismo no radical a la sociedad europea, nos recuerda la maravillosa cita de Voltaire: «No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero lucharé hasta la muerte para que nadie le impida decirlo".
Venimos de un silencio asfixiante impuesto por la hegemonía de la "corrección política" aplicada por una ideología pseudo progresista totalitaria y engañosa, y ahora nos movemos hacia el otro extremo donde cualquiera "tiene derecho" a vociferar sin reparo alguno y con impunidad una bestialidad -o una mentira-, alegando su derecho a la libertad de expresión. Es cierto; lo tienen. La pregunta es qué hacemos nosotros -la sociedad- con esas declamaciones.
¿Cuánta atención debemos prestar cuando esa expresión carece de honestidad intelectual; de buena fe; cuando no construye bien común; cuando enmascara una posverdad o una enorme perversión y falsedad? Cuando reivindica consignas racistas; cuando clama por el retorno de ideologías genocidas; cuando son apologéticas de conductas criminales.
En el plano local, debemos luchar -como Voltaire-, para que las huestes kirchneristas -que no tienen la decencia ni el sentido común de esconderse y de llamarse a silencio-; puedan vociferar sus mentiras, sus perversiones; su maldad. Pero ¿cuánta atención les debemos prestar?
Los gobiernos kirchneristas fueron el peor cáncer de la historia argentina desde el regreso de la democracia; al menos hasta hoy. Así, ¿desde qué lugar, por ejemplo, Alberto Fernández -ese idiota moral que hizo una fiesta en Olivos en plena pandemia mientras que, con su dedito acusador, nos tildaba de idiotas a nosotros-; tiene autoridad moral para opinar sobre nada? ¿Desde qué lugar puede decir algo sobre la crisis energética que él creó; sobre la pobreza que él agudizó; o sobre el hambre con el cual su gobierno lucró?
¿Desde qué lugar, los gerentes de la pobreza, esos personajes siniestros que hicieron negocios con el hambre y la miseria de enormes sectores de la población, pueden ahora abrogarse el derecho de "pelear por los pobres"? Ellos, que derivaron plata a comedores que no existían; a cooperativas que les pertenecían; a sus bolsillos. ¿Desde qué lugar, Juan Grabois, puede descerrajar un ultimátum y decir "al gobierno le quedan 48 horas"? Y después; ¿qué? ¿Invocar una sedición? ¿Clamar por un estallido no es un delito, acaso?
¿Desde qué lugar la hoy diputada Victoria Tolosa Paz puede hablar de "genocidio infantil" cuando ella fue parte del gobierno que creó -a propósito- un 67% de pobreza infantil? ¿Desde qué lugar pueden opinar cuando un error garrafal como la reestatización de YPF le cuesta ahora al Estado 16.000 millones de dólares; la posibilidad de perder el 51% de YPF o reservas del Banco Central que no tenemos?
¿Desde qué lugar pueden decir algo los actores kirchneristas que "denuncian" que "se ven obligados a vender dólares para llegar a fin de mes"; cuando fue el gobierno que ellos defendieron tanto el que puso el cepo que nos impedía comprar esos dólares que ellos atesoraron y que ahora se quejan por "tener que vender"?
Tema aparte. Me cuesta entender la resolución del conflicto de Misiones. ¿Hace sentido que, tras doce días de "arduas negociaciones", los policías acepten un incremento de $15.521 sobre un básico de bolsillo de $505.000? ¿Doce días de conflicto para cerrarlo aceptando menos de un 3% de aumento? Me suena a uso político de la pobreza; otra vez. Ojalá me equivoque.
Me parece perturbador que Máximo Thomsen diga que se siente un unicornio rosado con tanta impasibilidad. Me parece tenebroso que el presidente diga "si no llegaran a fin de mes estarían todos muertos"; desde su lugar de Jefe de Estado. Me parece cínico y perverso que cualquier kirchnerista se auto perciba, hoy, un legítimo defensor del pueblo, de los derechos humanos y de la justicia social. No porque no tengan derecho a ser oposición -fueron votados por una parte importante de la población para ello-; tampoco porque no tengan derecho a la libertad de expresión; sino porque, simplemente, no tienen autoridad moral ni legitimidad alguna que les permita opinar después de la perversión ideológica que sostuvieron; la catástrofe y desprotección social que produjeron; el genocidio educativo y sanitario infantil que causaron; y el caos económico en el que sumergieron a toda la sociedad.
Creo que, además de defender la libertad de expresión a ultranza -como Voltaire-, también debemos exigir a nuestros dirigentes que muestren -con sus conductas; no con sus palabras- una autoridad moral legítima que hoy no tienen, de modo tal que no mancillen a esa preciosa e irrenunciable libertad de expresión que siempre hay que defender. Creo que vale la pena pensarlo.