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¿Gran Bretaña marcha a contramano? Mientras la derecha conservadora avanza en la Unión Europea y la socialdemocracia retrocede en todo el viejo continente y en Estados Unidos, el republicano Donald Trump asoma como el casi inexorable futuro presidente de la primera superpotencia, en las elecciones británicas el Partido Laborista, socio de los socialdemócratas en la Internacional Socialista, obtuvo un aplastante triunfo que lo lleva nuevamente al gobierno. Su líder, Keir Starmer, asume como primer ministro. En contraposición, el Partido Conservador, fundado en 1834 y por lo tanto, el partido político más antiguo del mundo, experimentó la peor derrota de su historia justamente cuando sus aliados continentales ganaban en las elecciones del Parlamento Europeo.
El sistema británico de elección por distritos uninominales, sin otorgar representación a las minorías, fortalece al nuevo gobierno. Con el 46% de los votos, los laboristas lograron 410 de las 650 bancas en disputa en la Cámara de los Comunes (204 más que en las últimas elecciones), o sea el 63% del total. Los conservadores obtuvieron 131 escaños (241 menos que en la actualidad), los liberal-demócratas, que protagonizaron un notable avance, 61 (53 más), los nacionalistas escoceses, que tuvieron un serio marcado retroceso, apenas 10 (menos 48) y Reforma, la formación ultraderechista, comandada por Nigel Farage, principal propagandista del Brexit, que hasta ahora carecía de presencia parlamentaria, alcanzó 13 escaños.
Aunque los laboristas no lograron superar la marca de 418 diputados cosechada por Tony Blair en las elecciones de 1997, la diferencia en la cantidad de bancas con los conservadores le permitió obtener la mayoría parlamentaria más amplia que tiene un gobierno británico desde 1832. Antes de otorgar a este resultado electoral el significado de un giro ideológico conviene destacar la influencia decisiva del "voto castigo" a los gobiernos conservadores que se sucedieron en el poder durante los últimos catorce años. Tim Bale, politólogo de la Universidad Queen Mary de Londres, lo señaló con claridad: "por primera vez desde el fin de la segunda guerra mundial los británicos vieron bajar su nivel de vida".
El semanario "The Economist" hizo un desolador balance de la gestión conservadora: "Las finanzas públicas, que los tories prometieron restaurar, se desplomaron. Como la austeridad fue seguida por shocks y derroches, la deuda pública se disparó a las nubes. Los impuestos están al más alto nivel de los últimos 70 años, la economía está exangüe y los ingresos atraviesan el peor período de estancamiento de los últimos dos siglos".
El acontecimiento más relevante de la era conservadora que termina fue el Brexit, producto de un trágico error de cálculo del primer ministro David Cameron, quien en 2016 convocó a un referéndum sobre la continuidad de Gran Bretaña en la Unión Europea, en la convicción de que lograría una clara mayoría a favor de la permanencia pero recibió como respuesta un apretado triunfo del "no", que cosechó el 51,9% de las adhesiones, resultado de una marea derechista que penetró en las filas de su propio partido y encumbró luego el ascenso de Boris Johnson a la jefatura de su partido.
El "partygate", un escándalo público desencadenado a partir de las revelaciones periodísticas sobre las fiestas privadas realizadas en la residencia del primer ministro en 2020 cuando el conjunto de la población estaba sujeta al confinamiento impuesto por la pandemia, volteó a Johnson y representó un golpe mortal para la imagen del conservadorismo gobernante.
"Starmer es un moderado que se identifica con el Nuevo Laborismo y la tercera vía de Tony Blair".
La debacle de Johnson fue profundizada por el estruendoso fracaso de su sucesora, Liz Truss, quien duró apenas 45 días en su cargo, y no fue revertida por el actual primer ministro Rishi Sunak, de ascendencia india, casado con Akshata Murthy, hija de Narayana Murthy, uno de los empresarios más poderosos de la India. Precisamente durante su mandato la antigua colonia británica desplazó a su ex metrópoli como quinta potencia económica mundial. El electorado británico más que una opción ideológica por el laborismo expresó su rechazo al fracaso de los conservadores. Paradójicamente, el triunfo laborista no es contradictorio con los avances de la derecha en la Unión Europea y en EEUU. El común denominador es un clima de época: la gran mayoría de los gobiernos occidentales, cualquiera sea su signo ideológico, tiende a defraudar las expectativas que promovieron su ascenso al poder.
Pero entre las razones del triunfo laborista tampoco puede omitirse el liderazgo exhibido por Starmer, un dirigente que ingresó a la política activa recién a los 52 años y fue electo diputado por primera vez en 2015. "La transformación del laborismo con Sir Keir es remarcable", sostiene "The Economist" en un artículo que recuerda que "durante las últimas elecciones de 2019, dirigidos por Jeremy Corbyn, el laborismo tuvo su peor desempeño desde 1935". Corbyn encabezó un viraje a la izquierda que aisló al laborismo de la mayoría de la opinión pública. El "Daily Mail", un periódico de tendencia conservadora, admite que Starmer "arrancó al laborismo de las garras de la extrema izquierda". En mayo pasado el izquierdista Corbyn fue expulsado del Partido Laborista pero se presentó como candidato independiente en su distrito y resultó electo.
A diferencia de Sunak, que posee una de las mayores fortunas de Gran Bretaña, Starmer es hijo de padre obrero y madre enfermera. Fue el único de sus hermanos que pudo estudiar. Lleva el nombre de Keir en honor a James Keir Hardie, el primer candidato laborista elegido en la Cámara de los Comunes en 1900. Es reconocido como un brillante abogado. Es también el primer laborista que antes de ser elegido jefe de gobierno lleva el título de caballero, que le fuera otorgado en 2014 por la reina Isabel por su desempeño como Procurador General del Reino Unido entre 2008 y 2013. Curiosamente, durante su juventud simpatizó con grupos antimonárquicos y trotskistas.
Con frecuencia objeto de burlas en los medios periodísticos por su rigidez corporal y su voz nasal, Starmer siempre cultivó un perfil moderado: "soy candidato a primer ministro, no a director de un circo", declaró. En una entrevista periodística le preguntaron: "Usted parece un robot político. ¿Cómo hará para convencer a aquéllos que tienen la misma impresión que yo de votarlo?". Para explicar esa personalidad opaca suele evocar sus modestos orígenes.
El flamante primer ministro Starmer cultiva una imagen centrista que lo distingue claramente de Corbyn, aunque se cuide mucho de criticarlo públicamente. Rescata la figura del ex primer ministro Blair, quien en la década del 90 impulsó el nacimiento del "Nuevo Laborismo" e inventó la propuesta de la "tercera vía".
Starmer promete un relanzamiento de la economía británica basado en las industrias del futuro, las energías renovables y el mejoramiento de la infraestructura social. Tropieza con un clima de descreimiento colectivo que abarca a la propia monarquía británica, cuya popularidad descendió sensiblemente después de la muerte de la reina Isabel.
Pero el mayor problema que enfrenta Gran Bretaña, antes y después de estas elecciones, es su inserción internacional. La salida del Brexit la alejó de Europa y la obliga a replantear su sistema de alianzas. La alternativa obvia es el fortalecimiento de su vínculo estratégico con EEUU. Starmer tendrá que recrear el eje Londres - Washington. El gobierno laborista estará obligado a entenderse con el vencedor de las elecciones estadounidenses, o sea muy probablemente con Trump. Será un ejercicio de pragmatismo similar al que protagonizó Blair cuando, para escándalo del ala izquierda de su partido, se alineó con George Bush y secundó la intervención militar norteamericana en Irak. Benjamín Disraeli, el gran primer ministro británico del siglo XIX, aseveró: "los países no tienen amigos ni enemigos permanentes. Tienen intereses permanentes".
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico