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Como para verificar aquel antiguo refrán de que "las malas noticias nunca vienen solas", Francia acumula múltiples síntomas de una crisis estructural que anticipa la caída de la Quinta República, nacida en 1958 con el retorno al poder del general Charles De Gaulle ante el agotamiento de la Cuarta República, fundada en 1945, tras la finalización de la segunda guerra mundial.
El encarcelamiento del ex presidente Nicolás Sarkozy, condenado a cinco años de prisión por hechos de corrupción vinculados a la financiación de su campaña electoral en 2007, marcó un punto de inflexión en un proceso de decadencia que amenaza derivar en colapso. Semejante golpe a la majestuosidad de la institución presidencial, pilar del sistema constitucional de la Quinta República que sustituyó al inoperante régimen parlamentario que había precedido su ascenso, constituyó una señal inequívoca de un fin de época.
A modo de una metáfora ilustrativa de la debacle, la opinión pública se vio conmovida por el espectacular operativo comando realizado en el Museo del Louvre que culminó con el robo de valiosas joyas del siglo XIX pertenecientes a la familia de Napoleón Bonaparte y su sobrino Napoleón III por un monto estimado en alrededor de 100 millones de dólares. La percepción colectiva fue unánime: una pequeña banda de delincuentes profesionales podía adueñarse de un pedazo de la historia de Francia.
El presidente Emmanuel Macron, cuyo mandato expira en mayo de 2027, trata de sostener la permanencia del primer ministro Sebastien Lecornu, de 39 años, al frente de un gobierno en minoría parlamentaria que pretende funcionar en una legislatura políticamente atomizada donde ningún partido ni alianza tiene posibilidades ciertas de construir una mayoría estable.
El punto de partida de la actual crisis política fue el triunfo de la ultra- derecha nacionalista del Reagrupamiento Nacional, comandado por Marine Le Pen, en las elecciones del Parlamento Europeo de junio de 2024. Pero el detonante fue la respuesta de Macron de disolver la Asamblea Nacional para convocar a elecciones legislativas en las que, a la inversa de sus expectativas, el oficialismo cayó estrepitosamente derrotado: su partido, "En Marcha", ocupó el tercer lugar, detrás de sendas coaliciones de las fuerzas de izquierda y de derecha, lideradas por Jean-Luc Melenchon y Le Pen, dos personalidades antitéticas pero ambas declaradamente "antisistema".
Ese resultado catastrófico desencadenó una parálisis política por la que sucesivos gabinetes se vieron obligados a renunciar. El propio Lecornu batió un récord histórico de brevedad gubernamental con un gabinete de emergencia que duró apenas catorce horas aunque logró luego formar un nuevo gobierno que transita por un angosto desfiladero al borde del abismo merced a la abstención negociada de una heterogénea franja de diputados de la oposición que le posibilitó sortear dos mociones de censura, una propiciada por la derecha y otra por la izquierda
Entre monarquías y repúblicas
El robo de las joyas de la dinastía napoleónica graficó un clima de decadencia acentuado por la repentina aparición de Luis de Borbón, duque de Anjou y descendiente directo de Luis XIV (El "Rey Sol" que gobernó Francia durante 72 años entre 1643 y 1715), quien se ofreció a volver al trono como una figura de unificación nacional por encima de la lógica partidista.
La exótica propuesta fue tomada en tono humorístico por la mayoría de la opinión pública, pero fue interpretada también como una demostración de la insustentabilidad del sistema político imperante. Una encuesta de la consultora IPSOS reveló que más de la mitad de los franceses afirma que el sistema democrático actual no funciona y si bien la restauración de la monarquía cuenta con sólo un 17% de apoyo de la opinión pública vale recordar que en las recientes elecciones legislativas el partido de Macron cosechó apenas 15% de los votos.
Luis de Borbón, nacido en Madrid en 1974, posee la nacionalidad francesa a través de su abuela. Es reconocido por sus partidarios como "Luis XX". Por su rama paterna es bisnieto del rey español Alfonso XIII y por vía materna, de Francisco Franco. Residente en Madrid, mantiene empero fuertes lazos con Francia, donde asiste anualmente a eventos conmemorativos como la misa anual en memoria de Luis XVI, el monarca guillotinado en 1792.
El aspirante al trono, reivindicado por sus seguidores como el legítimo heredero de una corona milenaria, se autodefine como un ferviente monárquico "pero no antirrepublicano". Sostiene que un rey moderno debe actuar como una "autoridad moral" más que como un gobernante efectivo. Al igual que otros "reyes sin corona" del viejo continente, suele poner como ejemplo que la estabilidad democrática llegó a España en 1975 con la restauración de la monarquía borbónica tras la muerte de su bisabuelo Francisco.
El historiador británico John Keiger, ex director del Departamento de Política y Estudios Internacionales de la Universidad de Oxford, en un artículo publicado en "The Spectator", afirma que las restauraciones monárquicas han sido frecuentes en la historia de Francia. Desde la Revolución de 1789 y la ejecución de Luis XVI, Francia experimentó una sucesión vertiginosa de sistemas de gobierno y sólo desde 1870 se mantuvo como una República.
En 1798 Napoleón Bonaparte clausuró la Primera República y en 1804 se autocoronó Emperador. Tras su caída en 1814 se restauró la Casa de Borbón con los hermanos Luis XVII y Carlos X, primos del ajusticiado Luis XVI. La revolución de 1830 llevó al poder a los miembros de la rama Orleans de la dinastía borbónica, pero el reinado de Luis Felipe I también fue derrocado por la Revolución de 1848, que dio paso a la Segunda República. En 1852 Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del emperador, restableció el Segundo Imperio, fue coronado como Napoleón III y gobernó hasta la derrota de Francia en la guerra franco-prusiana de 1870, que dio origen a la Tercera República, que sucumbió con la segunda guerra mundial y fue sustituida en 1945 por la Cuarta República, reemplazada en 1958 con la Quinta República fundada por De Gaulle.
En ese contexto de extrema vulnerabilidad política, Lecourne afronta la titánica misión de conseguir la aprobación antes de fin de año del presupuesto para el ejercicio 2026. A tal efecto, tuvo que conceder la postergación por dos años de la implementación de la reforma previsional sancionada en 2023, que eleva la edad jubilatoria de los 62 a los 64 años, una ley que provocó una oleada de movilizaciones de protesta y de huelgas que dejaron repletas de basura las calles de París.
Pero esa concesión es cualquier cosa menos gratuita. El gobierno estima que el costo del retraso es de alrededor de 430 millones de dólares para el próximo año y de 1800 millones de dólares para el 2027. El déficit fiscal es actualmente del 5,4% del producto bruto interno. El propósito oficial es reducirlo al 4,7% mediante una restricción de gastos y de algunos cambios fiscales para mejorar los ingresos, aunque ninguno de estos puntos tiene miras de contar con el indispensable consenso parlamentario.
La impresión generalizada en los medios políticos y empresarios es que si el gobierno no obtiene la aprobación del presupuesto en el plazo de dos meses Lecourne estará obligado a renunciar y Macron se encontrará entonces frente otra drástica disyuntiva: o volver a disolver el Parlamento, con la consiguiente convocatoria a nuevas elecciones legislativas, o en caso contrario a renunciar, adelantando para el año próximo la puja sucesoria prevista para 2027.
Sea cual fuere el curso inmediato de los acontecimientos, la trayectoria política de Macron encierra una notable paradoja. Lanzado al estrellato como un economista independiente desde un ministerio del gabinete socialista de Francoise Hollande, su condición de "outsider" lo llevó a la victoria en la segunda vuelta contra Le Pen, convertirse en el presidente más joven de la historia de Francia y construir una nueva fuerza política que aspiraba a sustituir al sistema político tradicional. Pero su derrotero parece condenarlo a ser, más que el primer presidente de una nueva era, el último jefe de Estado de la Quinta República y, en el mejor de los casos, una bisagra en lo que Antonio Gramsci describía como la transición entre "lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer".
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico