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El camaleón es un reptil, que tiene la habilidad de cambiar de identidad y de color según las circunstancias, se esconden de sus enemigos y depredadores, poseen una lengua rápida y alargada, pueden mover cada uno de sus ojos independientemente y explorar dos campos visuales simultáneamente, se sientan inmóviles esperando que una presa pase frente a él, viven en solitario y son agresivos con miembros de su misma especie. El término camaleón se usa como sinónimo de una persona voluble que adapta sus características personales a las circunstancias; tiene una connotación de falsedad; son lentos, astutos y poco confiables; se adaptan, se transforman y hacen del equilibrio un arte.
Un camaleón político es una persona que cambia a menudo sus creencias, sus lealtades, sus comportamientos para complacer a los demás y a sus jefes para tener éxito; cambian de actitud y conducta adoptando en cada caso la más ventajosa. El poder explícito u oculto de los políticos camaleónicos de carácter pobre y de inteligencia precaria le hacen el juego inseguro e insolente a la mala política en que la nación se juega el presente y el futuro. La paz y la concordia no suele emanar de la razón y la responsabilidad.
Pocos son los hombres de alta moral, de fuertes convicciones que suelen ser derrotados por jugadores profesionales camaleónicos de manos ligeras, palabras vanas, nervios fríos y prestos a traicionar de la noche a la mañana mutando de conservadores, archi radicales y hasta terroristas.
Con naturalidad se pasan directamente al adversario y aceptan todos sus dogmas y argumentos. Lo importante es estar siempre con el vencedor. Se enfatiza en administrar con todo rigor la cosa pública y se vocifera acerca del valor de la libertad. Las frases patrióticas han bajado de valor y para suscitar admiración y adhesión hay que hablar con lenguaje positivo de las monedas sonantes para pocos en un clima en que, rara vez, los dirigentes se sienten obligados a cumplir lo que prometen.