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5 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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El éxito de una economía debe medirse por la evolución del nivel de vida

Domingo, 30 de marzo de 2025 02:42
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Aclaro, antes de comenzar, que soy admirador de la economista Mariana Mazzucato. Me identifico -mucho- con su visión y con su manera de pensar los temas referidos a innovación, desarrollo y crecimiento. Me parece justo aclararlo para evitar hacer proselitismo económico sin aclaración previa.

Mazzucato es una economista que siempre ha desafiado el rol del Estado en la economía. Para ella, el estado debe asumir el rol de un "Estado emprendedor"; un Estado firme y fuerte que no sólo corrija las fallas del mercado -siempre presentes-, sino que también impulse la innovación y el crecimiento económico a través de inversiones estratégicas particulares, en áreas estratégicas definidas, con socios estratégicos adecuados.

Mazzucato sostiene que muchas innovaciones y plataformas disruptivas, sólo fueron posibles gracias a inversiones públicas masivas en infraestructura básica. Para ella, las "empresas más innovadoras" actuales, sólo desarrollaron sus productos después que el Estado realizó y terminó inversiones monstruosas en infraestructura básica sobre la cual montaron y vendieron sus productos y servicios.

Vistos así, estos "empresarios innovadores" son "parásitos" que actúan como "free-riders" -personas o compañías que obtienen ventaja sin pagar por ella o sin haberla ganado-. O sea, son empresarios que terminan usufructuando el bien público para su enriquecimiento personal. Igual a como lo hicieron los "Baron Robbers"; los empresarios de la segunda revolución industrial de los que hablé en la columna anterior "Los desafíos de la tecnología a la condición humana".

Mazzucato critica la idea - en boga, hoy- que sólo el sector privado es generador de riqueza, y propone que el Estado reciba un retorno por las inversiones públicas usufructuadas para que los beneficios de la ola de innovación se redistribuyan en lugar de quedar concentrada en tan pocas manos.

También desafía el mito de que el Estado es ineficiente y burocrático mientras que sólo el sector privado es innovador y dinámico. Para corregir esto, propone un enfoque de política económica e industrial basada en misiones estratégicas; como lo fuera el "Proyecto Apolo" en la década del 60 junto con la visión de "poner al hombre en la Luna".

Mazzucato no aboga por un modelo estatista ni por eliminar el sector privado, sino por establecer una nueva relación entre el Estado, las empresas y la sociedad. Su propuesta es un capitalismo más dinámico, inclusivo y sostenible, donde el Estado y el sector privado trabajen juntos para generar valor real y distribuirlo de manera algo más equitativa. Pocos textos explican mejor su tesis que uno de sus últimos libros: "Misión economía. Una guía para cambiar el capitalismo".

Nuevos "Baron Robbers"

En la última edición de la prestigiosa publicación "Foreign Affairs", Mazzucato publica un extenso ensayo titulado "El orden económico roto. Cómo reconfigurar el sistema internacional en la Era de Trump".

En el ensayo, Mazzucato expone cómo la reelección de Donald Trump es el resultado de una larga insatisfacción económica en la que -por primera vez en décadas-, el candidato demócrata recibió más apoyo de los ciudadanos norteamericanos más ricos que de los más pobres. En efecto, en 2020, la mayoría de los votantes de hogares con ingresos inferiores a 50.000 dólares al año votaron por Biden mientras que, en 2024, prefirieron a Trump. Mientras tanto, aquellos con ingresos superiores a 100.000 dólares anuales fueron más propensos a votar por Kamala Harris antes que por Trump. Un giro notable que deja lecciones.

La realidad es que, a lo largo de los años y bajo administraciones de ambos partidos, la riqueza se ha concentrado demasiado en la cúspide de la pirámide; se ha impulsado el crecimiento del sector financiero a expensas del resto de los sectores productivos; y se dejado atrapadas a vastas capas de la sociedad en ciclos de endeudamiento -muchas veces, insalvables-; relegando a un segundo plano a millones de personas. Quizás Trump esté profundizando este descontento a través de las medidas que está tomando o que amenaza con tomar y, aunque en su campaña había prometido un crecimiento "descomunal" de la economía; ahora él mismo está previendo el inicio de una recesión.

Además, si lleva adelante la promesa de reducir de manera tan drástica el sector público, el gobierno de Estados Unidos perderá su capacidad para ejecutar "proyectos épicos" durante años; quizás décadas. Y, su política exterior y su conducta mercantilista podrían generar inestabilidad económica en el extranjero, reduciendo la capacidad del país para ejercer un liderazgo económico y global efectivo.

"Este enfoque parte de la premisa errónea de que el gobierno debe funcionar como una empresa y no reconoce que el papel del Estado no es solo administrar servicios y corregir fallas del mercado, sino también diseñar y aplicar políticas que estructuren los mercados en beneficio del público.

De hecho, el éxito de las propias empresas de (Elon) Musk ha dependido en gran medida del apoyo estatal: Tesla ha recibido al menos 4.900 millones de dólares en subsidios gubernamentales, y SpaceX depende en gran medida de contratos de la NASA, así como de tecnología y personal formados en la agencia espacial"; afirma Mazzucato. Lo dicho; nuevos "Baron Robbers".

La lectura correcta de la victoria de Trump debería ser que el sistema económico actual está roto y que, así como las insustanciales políticas propuestas por los demócratas no lo habrían arreglado; tampoco lo hará la agenda proteccionista y nacionalista de Trump.

Décadas de políticas económicas que debilitaron las leyes laborales; que redujeron la inversión pública en educación y en salud; que fortalecieron el sector financiero por sobre otros sectores entre otras cosas; han convertido a los diferentes sistemas de desigualdades en inequidades estructurales. Por algo se habla -cada vez con mayor frecuencia - de la existencia de "dos países" dentro de Estados Unidos.

Un cambio transformacional requiere de una visión alternativa; una que priorice el bienestar de las personas y de las sociedades por sobre el bienestar del sistema financiero, bancario, o de las empresas tecnológicas.

Un paralelismo angustiante

Nos somos Estados Unidos, pero acá como allá, también existen "dos países", no sólo en términos económicos.

Acá, nuestro sistema social y económico también está roto y no funciona. El sistema político sigue en manos de intereses económicos espurios que responden a capitales nacionales expertos en mercados regulados, mientras los capitales extranjeros se siguen retirando: la inversión extranjera directa cayó, en 2024, un 14%.

Y tenemos el problema de la pobreza estructural. En la década del 70 la pobreza alcanzaba el 4% de la población. Hoy estamos rozando el 36%; según el propio INDEC. Obvio, medido por ingresos e ignorando la "pobreza multidimensional"; esa que mide la falta de acceso a vivienda digna, a un sistema de salud razonable, o a un sistema educativo que permita romper el círculo vicioso; y que roza el 56%. Esa que mira a la pobreza como un todo. "El éxito de una economía únicamente puede evaluarse examinando lo que ocurre con el nivel de vida -en sentido amplio- de la mayoría de los ciudadanos durante un largo periodo", afirma Joseph Stiglitz en "El precio de la desigualdad".

La disminución de la pobreza coyuntural no puede ser considerada un "éxito", ya que es obvio que al bajar la inflación bajará la pobreza coyuntural -de manera casi inmediata-. Pero es igual de obvio que, si volviera a subir la inflación, dada la cantidad de gente con ingresos cercanos a la línea de pobreza, esta volverá "a ser pobre" -también de manera inmediata-. El famoso economista James Tobin decía que a los gobiernos habría que evaluarlos por su capacidad para reducir la pobreza. Yo le agregaría la palabra "estructural".

Tampoco el éxito de una economía se puede agotar en el objetivo cortoplacista de bajar la inflación. Además, seamos realistas: aún a una tasa "tan baja" como del 2,2% mensual seguimos teniendo uno de los niveles de inflación más altos del mundo.

Creo que debemos dejar de lado las discusiones estériles sobre Estado fuerte o débil; de Estado presente o ausente. Menos hablar de la eliminación de Estado, lo cual no sólo es imposible sino, además, perverso y estúpido. Las dramáticas inundaciones de Bahía Blanca lo prueban. Se necesita de un Estado útil -como mínimo- para obras de infraestructura, educación, salud, justicia, seguridad y contención -material y psicológica- ante las emergencias. Un país sin Estado no es un país; es una distopía.

Quizás sea hora de reinventar la noción de Estado, no de destruirlo; de entender su necesidad como agente indispensable para la planificación estratégica y la priorización de inversiones; de comenzar a pensar en la necesidad de un Estado sólido y eficiente que no sólo corrija las fallas del mercado -siempre presentes-, sino que además impulse el crecimiento económico a través de inversiones estratégicas que se traduzcan en políticas de desarrollo social sostenibles y duraderas.

Crecimiento económico sin desarrollo social es una economía vacía de ética. Y una economía sin ética nos vacía como seres humanos y como sociedad. ¿Lo lograremos entender algún día? No lo sé; ojalá.

 

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