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Sobre cómo buscar la cordura en un lugar insano

Es muy difícil distinguir lo normal de lo insano en un país que ha naturalizado conductas perversas. ¿Podremos salir adelante sin educación, salud, seguridad y justicia? ¿Habrá inversiones y confianza si el Estado pretende ser "árbitro" de la verdad y la mentira?
Domingo, 01 de junio de 2025 01:46
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En 1973, el psicólogo norteamericano David L Rosenhan publicó, en la revista "Science", un artículo controversial: "Acerca de estar sano en un medio enfermo". En el ensayo desarrolla el "experimento Rosenhan"; un estudio con el cual intenta discutir la validez de los diagnósticos psiquiátricos a través del cuestionamiento de lo que se considera "normal". "En el caso de que existiera un estado normal y un estado de locura; ¿cómo habrían de distinguirse el uno del otro? (…) La diferenciación de normalidad y anormalidad en la psiquiatría se apoya en el criterio aparentemente objetivo de la "adaptación a la realidad" de un individuo, que puede no ser tan exacto como se considera por lo general"; comienza.

"Con esto no deseamos poner en duda que ciertas formas de conducta se apartan de la norma o resultan extrañas. El asesinato se aparta de la norma y lo mismo es válido para las alucinaciones. El hecho de formular estas preguntas no niega, tampoco, la existencia de la tortura personal que suele estar unida a una 'enfermedad mental'. La angustia y la depresión existen. El sufrimiento psíquico existe. Pero la normalidad y anormalidad, el estar sano y el estar loco, así como los diagnósticos que se deriven de ello son posiblemente menos terminantes de lo que se cree generalmente".

Más allá del artículo -interesante y que aporta preguntas válidas que los expertos en el tema (no yo) podrán aprobar o refutar-; confieso que me gustó el título y el planteo. Porque Argentina - más allá de los parámetros que cada uno quiera usar para definir "normal" o "sano" - es, al menos, un "país no-normal". O hasta un país "no-sano" donde todos los días me pregunto cómo mantener la cordura conviviendo con tanta insanidad. Quizás, el camino para buscar la cordura en este lugar "no-sano" sea intentar reconocer qué conductas son sanas; y cuáles no. Qué nos hace daño y nos lastima; y qué no. Qué conductas ayudan a sanar; y cuáles no. Y perseguir las primeras; y oponerse con firmeza a las segundas.

La dificultad radica, creo yo, en que hemos naturalizado tantas conductas tan perversas y nocivas durante tanto tiempo, que aceptamos como "normales" cosas que no lo son.

Algo de historia

Desde la recuperación de la democracia, en 1983; Argentina sufre un deterioro político, económico y social que no logra revertir. Políticos y grupos de poder, -siempre escondidos tras banderas de construcción de bien común y de persecución de "causas nobles"-; se han embarcado en proyectos de poder -nunca proyectos de país- que han ignorado de manera sistemática nuestros deseos, necesidades y bienestar. Todos. Sin excepción. Del primero al último.

Alfonsín fue al menos algo mejor en el plano institucional. Tuvo el coraje de llevar a juicio a las Juntas Militares; condenándolas. Al final, tuvo que ceder y promulgar las aberrantes leyes de obediencia debida y de punto final. Irónico, pero Alfonsín ganó por un sorpresivo giro de la historia. Ítalo Argentino Luder encabezaba las encuestas; un líder peronista que había pactado el perdón a los militares a cambio de gobernabilidad. El mismo peronismo que inauguró el terrorismo de Estado en la Argentina -con el mandato de" aniquilarlo"- y que abrió las puertas del infierno. Quizás fuera lógico que estuviera dispuesto a "hacer la vista gorda" a la conducta aberrante y maliciosa de las Fuerzas Armadas de aquel entonces.

En el acto de cierre de su campaña, Herminio Iglesias quemó un ataúd de madera que representaba al radicalismo. La sociedad argentina reaccionó espantada y volcó su voto hacia Alfonsín. Transcurrieron 42 años y, hoy, Javier Milei, habla de poner el último clavo al ataúd del kirchnerismo y nadie se mosquea. En 42 años naturalizamos algo que, antes, nos había espantado. ¿Qué pasó en el medio?

Ya sé. La debacle económica que aceleró la salida de Alfonsín y la asunción anticipada de Carlos Saúl Menen; ese riojano de patillas frondosas que reivindicaba al Facundo de "Civilización y Barbarie". La hiperinflación; la apertura salvaje de la economía; las privatizaciones feroces sin red de seguridad que inauguraron la primera generación de argentinos expulsados del sistema. El inicio de una cantidad inviable de generaciones perdidas. La bonanza de "Plata dulce" y el "deme dos" de argentinos enfebrecidos en Miami.

Bajo los mandatos de Menem se expandiría la corrupción institucionalizada; tolerada y sostenida por la fantasiosa "convertibilidad": sistema que permitía que un peso argentino equivaliera a un dólar. Absurdo por donde se lo mirara, pero, hoy, ¿no tenemos instalada una nueva convertibilidad por la cual mil pesos equivalen a un dólar norteamericano? El círculo de la historia parece habernos llevado varias décadas hacia atrás. Pero nos hacemos los desmemoriados. "Fingimos demencia" es la frase que repetimos; el lenguaje nos desnuda más de lo que podemos imaginar.

Tras el colapso de esta fantasía vino la efímera presidencia de Fernando de la Rúa que derivó en el primer "Que se vayan todos". No se fue nadie; sólo intercambiaron lugares. Vivimos los "cinco presidentes en una semana" y recalamos en un Eduardo Duhalde que, megáfono en mano, decía a quien le quisiera creer "el que depositó dólares, recibirá dólares". Los asesinatos de Kosteki y Santillán allanaron el camino a cuatro gobiernos kirchneristas con un fallido experimento macrista en el medio.

Dieciséis años kirchneristas de robo sistemático. De bandas organizadas dentro del Estado que usufructuaron y vaciaron el erario público en su propio beneficio. De gente que usó cada causa noble -educación; pobreza; empleo; subsidios; feminismo; derechos humanos; inclusión; pueblos originarios; cambio climático; desarrollo productivo e industrial; arte y cultura; como medio para el robo. Usaron todo lo que tuvieron a su alcance para vaciar el país. Dejaron crecer la pobreza estructural; deseducaron; permitieron el ingreso del mundo narco con fronteras permeables y porosas. Nos violentaron, hundieron y alienaron. Hasta con vacunas lucraron; no se puede imaginar nada mucho más perverso. Bueno; tal vez hacer explotar una ciudad cordobesa para cubrir un tráfico ilegal de armas se le acerque bastante.

Sociedad "odiadora"

Quizás este relato explique el advenimiento del segundo "que se vayan todos": encarnado en el voto a Milei, su barbárica motosierra y el mandato de "eliminar a la casta".

Pero "casta" es otro concepto abstracto y de bordes sinuosos. Casta es todo lo que nos ha destruido a nosotros y a nuestro país; tanto como "casta" es todo lo que se opone a su nueva hegemonía. Siempre digo -y sostengo- que no se lucha contra el populismo instalando un populismo peor; que no se supera a un movimiento fascistoide instalando a otro movimiento tanto o más fascistoide que el anterior. La perversión de la cual venimos no es razón suficiente para otorgar un cheque en blanco a otros perversos diferentes; pero iguales.

Milei ha "domado" de manera transitoria a la inflación y, por eso, le permitimos todo. Todo. Sin ver que instalar el odio y la violencia -desde el Estado-, puede soltar demonios incontrolables. Sin ver que profundizar la insensibilidad social, humana y política no es un camino hacia una sanación. "Hay pocas cosas que corrompen y socavan más a un pueblo que el hábito de odiar", dijo el monseñor Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires, durante su Homilía en el Tedeum del 25 de Mayo. El odio no arregla nada. No sana a nadie. Pero veo gente que lo recibe con los brazos abiertos; otros que lo celebran y lo aplauden. La ruptura moral no tiene ideología.

Es evidente la devastación educativa; el colapso virtual de la salud pública; la crisis terminal de la seguridad pública; la abyecta degradación de la Justicia. Es manifiesta la apática mirada ante todo problema, tanto de la clase política como la de una gran parte de una sociedad resignada. Es tanto el deterioro que me pregunto si no hay irreversibilidad en el daño hecho. Que sólo puede ser profundizado si se invita a odiar más.

Abandonando la crueldad

¿Cómo se sale de esto? ¿Podemos tener desarrollo social sin inversiones masivas en educación; en salud; en seguridad y en justicia? ¿Pueden venir inversiones a un lugar donde se quiera instalar una "verdad única" y donde el Estado pretender ser tanto el "dueño de la verdad" como el "árbitro" que defina quién dice la verdad y quiénes "mentiras"? La SIDE pondrá la mira sobre "quienes manipulen la opinión pública"; se anuncia. ¿Alcanzará esta medida a los troles libertarios, también, o eso no es "manipular la opinión pública"? "No mientan y nadie los va a atacar" dicen a los gritos. ¿No nos damos cuenta de lo perverso y erróneo del planteo? "También se puede herir y matar con las palabras, no sólo con las armas", dijo León XIV. Nadie del gobierno parece querer escuchar.

Así que vuelvo sobre mi pregunta inicial. ¿Cómo se hace para mantener la cordura en un lugar tan insano; que lastima tanto a quienes lo habitamos? ¿Se puede?

Imagino que, primero que nada, hay que dejar de invocar al odio; dejar de gritar y de insultar. Dejar de dañar. La crueldad no es cordura. Y, abandonar caminos de crueldad tal vez sea el primer paso hacia otros caminos que nos dejen salir de la jaula en la que nos hemos metido. ¿Podremos? No lo sé, de verdad no lo sé. Ojalá.

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