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Por estos días, las imágenes de la televisión y las redes sociales muestran al mundo el magnífico espectáculo de las erupciones del Etna, sin duda alguna el decano de todos los volcanes y uno de los más imponentes.
Un grupo de turistas, muchos de ellos japoneses, tuvieron que bajar corriendo por las laderas de cenizas del volcán mientras se generaba una erupción de gas y piroclastos que bajaba a alta velocidad y a más de 700 grados de temperatura. Por suerte lograron escapar.
No siempre ocurrió así y este volcán por antonomasia contabiliza decenas de miles de muertes a lo largo de su historia registrada desde los tiempos de griegos y romanos. Además de las vistosas erupciones, la rica historia contada del Etna arranca en las clásicas páginas de libros universales, se remonta a la mitología y hasta encierra la posible tumba de uno de los grandes filósofos presocráticos.
El nombre Etna deriva de un vocablo fenicio que significa "hoguera" o "arder" y fue conocido por los árabes como el Gibel Utlamat, "el cerro ardiente" o más simplemente Gibel, el cerro por antonomasia. Y no es para menos si se tiene en cuenta que su cumbre se eleva a 3.274 m sobre el nivel del mar y que todo ese edificio volcánico de 60 km de largo y 40 km de ancho fue construido por el incesante brotar del magma a través de miles de erupciones, que amontonaron por decirlo de alguna manera, unos 630 km cúbicos de lava. Estas cifras lo convierten en el volcán más alto y el más voluminoso de Europa.
Sabemos que el Etna se mantiene en actividad desde hace unos cuatro mil años, con períodos de calma de un siglo o más de duración. La primera erupción de que se tenga noticias históricas data del año 1.500 antes de Cristo y desde entonces hasta nuestros días se conocen unas 150 erupciones importantes. De nueve siglos a esta parte las erupciones se han sucedido con cortos intervalos y extremada violencia y en los últimos 250 años el volcán no ha tenido ni un solo día de calma completa.
Entre las erupciones del Etna que han pasado a la historia se tienen la del 4 de febrero de 1169 que aniquiló a 15.000 habitantes, mientras que la del 12 de mayo de 1537 originó coladas de lava de 10 km de longitud.
La más violenta de la historia es sin dudas la del 11 de marzo de 1669, en que luego de un violento terremoto se abrió una grieta eruptiva de 18 km de largo desde donde se derramaron 760 millones de metros cúbicos de lava que tardaron ocho años en enfriarse. Parte de estas coladas llegaron hasta el mar y el contacto entre la lava ardiente y el agua salada, descrito por los testigos de la época, es una bella página de la mejor literatura.
Lo tremendo fue la pérdida de 30 mil vidas humanas. Y los conflictos que se desataron cuando los habitantes de uno de los poblados de Catania se reunieron con palas, picos y baldes de agua para desviar el curso de una colada de lava que iba en dirección hacia sus casas. Lograron con éxito hacerlo, pero la lava se dirigió a otro poblado lo que generó la ira de los afectados que vinieron furiosos a tomar venganza. Al final se generó un decreto que luego se transformó en ley y que establece que nadie puede cambiar el curso natural del flujo de lava.
Otras erupciones ocurrieron en 1754, 1766, 1771, 1780, 1792, 1809, 1812, 1865 y 1936 por mencionar sólo algunas.
En 1829 el vulcanólogo Mario Gemmellaro (1773-1839), fue galardonado por la Academia de Ciencias de Berlín con la medalla de oro al haber demostrado que el Monte Etna es en realidad un conjunto de pequeños volcanes. Fue él quien en 1804 hizo construir un refugio y observatorio denominado la Casa "degli Inglesi" o "Casa di Gemmellaro".
La historia en el arte
Las representaciones pictóricas del Etna arrancan desde antiguo. Un punto de referencia son los Atlas que graficaban el mundo de entonces y tenían amplia distribución. Entre ellos se destaca la Cosmografía de Sebastian Münster (1544), la más importante y renombrada descripción del mundo durante el renacimiento. La pequeña xilografía que ilustra el texto, con su somero contenido descriptivo de la erupción de 1537, alude a una idea simbólica del Etna que se cierne sobre la ciudad de Catania y hace brotar fuego de su cima.
El punto de inflexión en el largo proceso de dibujo y representación de las erupciones del Etna se produjo con la obra de Sartorius von Waltershausen, con la realización del primer mapa geológico del volcán entre 1836 y 1843.
La erupción de 1971 destruyó el viejo observatorio y la de 1979 arrojó bombas volcánicas que golpearon y mataron a varios miembros de un grupo de turistas.
El 2 de enero de 1992, un cable procedente de Italia daba cuenta que el arzobispo de Catania, monseñor Luigi Bommarito, iba a interceder ante la Virgen María para que interrumpa el flujo de lava del volcán Etna.
Dijo exactamente "Voy a subir hoy allí para ofrecer una misa especial y mañana los fieles realizarán una procesión de penitencia hasta el borde de la lava. Vamos a solicitar a la Madonna que nos salve".
El volcán, la literatura y el mito
El folclore de creencias alrededor de los volcanes, con dioses y demonios, ocupa un largo capítulo no solo en Europa sino también en América. En pleno siglo XVI los españoles que exploraban Nicaragua se dieron con el volcán Masaya y su lago activo de lava. Para unos era oro líquido y para otros la entrada al propio infierno y hasta se logró una bula papal para examinarlo.
En la erupción del Huaynaputina en Perú en febrero de 1600 los indígenas culparon a los españoles porque nos les permitían hacer sacrificios de mujeres al zupay (demonio). Subieron por su cuenta con 80 jóvenes, pero el volcán se encargó de que ninguno volviese. El cronista español Pérez de Torres mientras tanto decía que "dimos muchas gracias a Dios, que nos castiga de esta manera".
Eran épocas en que ardían a pleno las hogueras de la Santa Inquisición. Como dijimos, la actividad del Etna se remonta a tiempos antiquísimos y desde la época heroica de Píndaro y Homero, el volcán no ha variado en sus características y las civilizaciones mediterráneas que vivieron a sus pies y treparon por sus feraces laderas, llámense fenicios, griegos, romanos, árabes y normandos, lo conocieron como se lo ve hoy, en perpetua actividad que periódicamente recrudece en paroxismos de grandiosidad y violencia extraordinarias.
Gracias a Virgilio sabemos de la actividad del Etna en siglos anteriores a la era cristiana. En la Eneida se lee lo siguiente: "Fatigados, tocamos la playa de los Cíclopes. Cerca del puerto, inaccesibles a los vientos, el Etna estalla en sus espantosas erupciones: ora lanzando a las nubes un negro nubarrón mezclado de humo, rueda inflamados globos; ora vomitando peñas de sus ardientes entrañas, brama, acumula en los aires las piedras calcinadas y hierve en el fondo de sus abismos. Encélado, con el cuerpo medio quemado por el rayo, es sepultado bajo esta masa. A través de los respiraderos del grande Etna que le oprime exhala la llama, y cada vez que revuelve sus fatigados flancos, toda la Trinacria (Sicilia) tiembla y el cielo se cubre de humo".
Según la leyenda, los Cíclopes habían establecido sus fraguas en las cavernas cercanas al Etna, cuyo cráter, dice Píndaro, se asemeja a la vasta chimenea de una hornaza o inmenso horno. Los cíclopes, herreros de Vulcano, fabricaban los rayos celestes y el ruido de sus pesados martillos resonaba en lontananza. Encélado, el más poderoso de los Titanes, sepultado bajo la Sicilia, era la causa de las erupciones del Etna. Así, cuantas veces se removía, el gigante hacia brotar llamas o trastornaba la tierra y los mares.
La sandalia de Empédocles
También Homero y Teócrito hablaron de ese lugar de Sicilia y del Etna respectivamente. Resulta fascinante saber además que un hijo de las tierras del Etna fue Empédocles, uno de los grandes filósofos de la antigüedad que floreció hacia el 444 a.C. Este sabio, que sobresalió en las ciencias, la filosofía, la poesía y la música, negó la existencia de los dioses de su tiempo, por lo cual tuvo que sufrir los golpes de la calumnia, viéndose acusado de orgullo e impiedad. Intentó reconciliar la doctrina de la permanencia del ser con la de la realidad de la experiencia del cambio y del movimiento defendida por Heráclito. Discípulo de Pitágoras y como tal, reconocía la unidad como principio de todas las cosas.
Creía que todas las cosas estaban hechas de las combinaciones de los cuatro elementos: Aire, Agua, Fuego y Tierra; habiendo agregado él este último. Los versos de su poema sobre la Naturaleza eran públicamente leídos en los juegos olímpicos.
Su muerte quedó en el misterio ya que él mismo había anticipado que alcanzaría la divinidad. Sus enemigos dijeron que para no fracasar se había arrojado en las entrañas del Etna. Muchos negaron ese acto, pero con los años el volcán lanzó un coagulo de lava que contenía una sandalia de bronce que reconocieron haberle pertenecido. De ser esto cierto, tengo la sensación de que, como Plinio El Viejo (que murió durante la erupción del Vesubio del 79 d.C.), Empédocles estaba más interesado en conocer la naturaleza volcánica del Etna y pereció víctima de su celo por la ciencia.