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Un método para no engañarnos con la desinformación médica a través de las redes

En la era de la transformación digital se multiplican mitos y tabúes sobre la salud pública; a veces por ignorancia y otras por intereses, logran que muchas personas son se vacunen o no cumplan con los tratamientos médicos.
Miércoles, 25 de junio de 2025 02:05
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El mundo se enfrenta a un problema relacionado con la acumulación y el aumento constante de información en general, y de información médica en particular, que se encuentra disponible y al alcance de todos en internet día tras día. Independientemente de su calidad, importancia o público objetivo, la distribución generalizada por distintas plataformas digitales, y el acceso irrestricto a las mismas implica en muchos casos un serio peligro para la salud de quienes consumen esa información falaz.

Generalmente este tipo de información se caracteriza por una falta de evidencia de la credibilidad de la información, como la disponibilidad del nombre del editor, revisor o la institución que la proporcionó. Por diversas razones, la presencia de sitios web de salud en internet ha sido reemplazada por sitios web engañosos con información falsa o incorrecta. Su presencia se ha convertido en una amenaza para los buenos sitios web médicos y la información correcta en internet, poniendo en peligro la salud y la vida de los usuarios que obtienen información de estos sitios web engañosos. Por lo tanto, los usuarios deben comprender la relación entre la calidad y la fuente de la información publicada en internet, y distinguir entre fuentes fiables y no fiables.

Redes de desinformación

No es ningún secreto que la desinformación abunda en las redes sociales. Y es aún más evidente en algunos temas que en otros. Las investigaciones han descubierto, por ejemplo, que alrededor de dos tercios de los videos más populares de YouTube sobre vacunas contienen información errónea. Las consecuencias pueden ser graves: un aumento de contenido inexacto contra la vacunación se correlaciona con una disminución de la cobertura de vacunación, especialmente entre los niños. Esto ha provocado brotes más grandes de enfermedades potencialmente mortales, como el sarampión, que los observados en los últimos años. "La desinformación es peor que una epidemia", declaró Marcia McNutt, presidenta de la Academia Nacional de Ciencias de EE. UU., en 2021, refiriéndose implícitamente a la pandemia de COVID-19. "Se propaga a la velocidad de la luz por todo el mundo y puede resultar mortal cuando refuerza prejuicios personales erróneos contra toda evidencia fiable".

Una encuesta realizada este año por la Sociedad Argentina de Cardiología (SAC), demostró que cerca del 50% de los cardiólogos en nuestro país ven que sus pacientes no cumplen con la toma de las estatinas prescriptas, fundamentalmente por la desinformación que reciben los pacientes. Las estatinas, son medicamentos usados para bajar el colesterol, y que han demostrado científicamente ser muy eficaces en prevenir nuevos infartos y accidentes cerebro vasculares.

Hay muchas razones por las que la desinformación se propaga tan rápido; según algunas investigaciones, incluso más rápido que la información veraz. Una de ellas es que las personas son mucho más propensas a compartir una afirmación cuando esta confirma sus creencias preexistentes, independientemente de su veracidad. Este sesgo cognitivo podría explicar por qué las personas parecen compartir aún más desinformación que los bots. Es así, que numerosas investigaciones han demostrado que son los humanos, los principales responsables de difundir información falsa o inexacta. Nuestra tarea entonces es usar nuestro poder para informar correctamente. Si bien las personas somos responsables de compartir tanta desinformación, también somos quienes, al ser más conscientes de lo que nos "gusta", compartimos y amplificamos, podemos contribuir al cambio más significativo.

No caer en la trampa

Para no caer en la desinformación, ser conscientes de nuestras falibilidades humanas, como nuestra facilidad para creer lo que queremos creer, es un buen primer paso. Las investigaciones demuestran que incluso ser más reflexivos en general puede protegernos contra las noticias falsas. Pero no es lo único que podemos hacer. En particular, los investigadores han descubierto que existen varias estrategias sencillas y concretas que todos podemos (y debemos) usar, especialmente antes de sentirnos tentados a compartir o repetir una afirmación, para verificar primero su veracidad.

En este sentido, comparto un método que podemos usar al recibir una información dudosa, y que como ayuda memoria use el acrónimo PARE.

1) La P, es justamente de parar, detenernos. Quizás uno de los aspectos más perniciosos de la era moderna sea la urgencia. Desde el uso continuo del teléfono hasta las exigencias laborales ininterrumpidas, muchos de nosotros parecemos navegar por el mundo a una velocidad vertiginosa. Estar en línea, donde tanto los ciclos de noticias como el contenido son especialmente rápidos y a menudo emotivos, puede generarnos una mentalidad particularmente "urgente". Pero cuando se trata de identificar desinformación, la inmediatez nunca es ni será nuestra aliada. Investigaciones han demostrado que confiar en nuestras reacciones viscerales inmediatas tiene más probabilidades de llevarnos por mal camino que si nos detenemos un momento a reflexionar. El primer paso de este método PARE, interrumpe esta tendencia. Detente. No compartas la publicación. No la comentes. Y pasa al siguiente paso.

2) A de… averigua la fuente. Las publicaciones aparecen en nuestras redes sociales constantemente sin que tengamos una idea clara de quién las creó. Quizás las compartió un amigo. Quizás nos las envió un algoritmo. Quizás seguimos al creador intencionalmente, pero nunca investigamos sus antecedentes. Ahora es el momento de averiguarlo. ¿Quién creó esta publicación? Como los resultados de búsqueda pueden ser engañosos, debemos asegurarnos de consultar un sitio web confiable. Uno que los verificadores de datos suelen usar como primera opción podría sorprenderte: Wikipedia. Si bien no es perfecta, tiene la ventaja de ser de colaboración colectiva. Mientras averiguas, pregúntate: Si el creador es un medio de comunicación, ¿es respetado y tiene buena reputación, con un compromiso reconocido con el periodismo verificado e independiente? Si se trata de una persona, ¿qué experiencia tiene en el tema en cuestión (si la tiene)? ¿Qué vínculos financieros, inclinaciones políticas o sesgos personales pueden estar en juego? Si se trata de una organización o empresa, ¿cuál es su propósito? ¿Qué defiende o vende? ¿De dónde proviene su financiación? ¿Qué inclinaciones políticas ha demostrado?

3) R de… rastrear la mejor cobertura. Si tras el paso anterior, aún tienes dudas sobre la credibilidad de la fuente, es momento de investigar un poco más. Lo que buscas es si una fuente más fiable, como un medio de comunicación o un servicio de verificación de datos con buena reputación, ha informado y verificado la misma afirmación. Creo que Google tiene algunas de las mejores herramientas para hacerlo. Obviamente, está el propio Google, y si buscas específicamente si los medios de comunicación han cubierto algo, Google Noticias. Pero a veces podemos usar el buscador Google Fact Check, que busca solo sitios de verificación de datos. Debemos verificar si existen fuentes fiables que compartan la misma información y que afirmen estar verificada.

4) E de… explorar la afirmación hasta su contexto original. A menudo, hacemos esto al mismo tiempo que intentas encontrar una mejor cobertura. Averiguamos de dónde provino originalmente la afirmación. Es crucial descubrir no solo si algo como esto es realmente cierto, sino también si algo se sacó de contexto.

Tomar estos pasos antes de decidir si compartir una afirmación puede parecer complicado. Pero invertir unos minutos puede evitarnos no solo vergüenza, sino también asegurarnos de no difundir información errónea que, en su forma más dramática, puede incluso provocar enfermedades e incluso la muerte.

Estadísticas alarmantes

Desde la Sociedad Argentina de Cardiología vemos con mucha preocupación estadísticas alarmantes en nuestro país. A modo de ejemplo, la mortalidad por infarto de miocardio, sigue siendo igual que hace 10 años atrás, cifra mucho más elevada que en la comunidad internacional. En parte, puede estar relacionada con el mal manejo de los principales factores de riesgo para desarrollar un infarto, como son la hipertensión arterial y el colesterol elevado.

Hoy en día, cualquiera puede hacer una afirmación en redes sociales. Y cualquiera puede ser quien la vuelva a compartir y la haga viral. Esto significa que es responsabilidad de cada uno asegurarnos de que lo que publicamos, le damos "me gusta" y compartimos sea, ante todo, veraz.

Abordar la desinformación médica requiere más que solo la responsabilidad de los profesionales de salud y los pacientes. Las empresas de redes sociales y las plataformas en línea también desempeñan un papel fundamental en la lucha contra la desinformación médica. Deben tomar medidas para eliminar contenido falso y engañoso y promover fuentes fiables de información sanitaria.

Los gobiernos deberían colaborar con las plataformas de redes sociales y regular de forma más amplia el uso de términos y afirmaciones relacionados con la salud. Las diferentes sociedades científicas que nos convocan, y las autoridades también deberían invertir en organizaciones de verificación de datos y apoyar campañas de salud pública para educar al público sobre los peligros de la desinformación médica y la importancia de la información fiable.

* Ricardo León de la Fuente es profesor adjunto de Medicina, jefe del Programa Medicina Interna Hospital Papa Francisco, investigador Adjunto del CONICET y Vicepresidente Sociedad Argentina de Cardiología

 

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